terça-feira, 27 de outubro de 2009

Entrevista al Prefecto de la Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos


El valor de lo sagrado en la Iglesia. Con este sugerente título el cardenal Antonio Cañizares Llovera, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, inauguró el pasado 15 de octubre el curso 2009-2010 de la asociación Fe y Cultura. La presencia destacada del purpurado valenciano en Barcelona coincide, además, con la celebración gozosa del 30 aniversario de la entidad, dirigida actualmente por Mn. Rafael Méndez, párroco de la Virgen de los Ángeles, y apoyada desde sus orígenes por el cardenal Ricard M. Carles.

- Pronto se cumplirá un año de su nombramiento por parte del Papa como prefecto de la Congregación para el Culto Divino... ¿qué valora­ción hace de su estreno en la Curia vaticana?

- Yo no soy quien tiene que hacer valoración de mi gestión. Lo único que tengo que decir es que es un tiempo muy importante para todos, se está trabajan­do intensamente, se ha atendido una asamblea plenaria de la congregación, se ha llegado a unas propuestas que el Santo Padre aprobó y que constituyen el plan de nuestro trabajo. El gran objetivo es reavivar el espíritu de la liturgia en todo el mundo.

- ¿Cuáles han sido los asuntos más urgentes que ha tenido que atender?

- Asuntos urgentes hay todas las mañanas, referentes a excesos y errores que se cometen en la liturgia, pero so­bre todo, el asunto más urgente, que es apremiante en todo el mundo, es que se recupere de verdad el sentido de la liturgia. No se trata de cambiar rúbricas o introducir nuevas cosas, sino que de lo que se trata, sencillamente, es que se viva la liturgia y esté en el centro de la vida de la Iglesia. La Iglesia no puede ser sin la liturgia, porque la Iglesia es para la liturgia, es decir, para la alabanza, para la acción de gracias, para ofrecer el sacrificio al Señor, para la adoración... Esto es lo fundamental, y sin esto no hay Iglesia. Es más, sin esto no hay humanidad. Por eso es una tarea sumamente urgente y apremiante.

- ¿Cómo se recupera el sentido de la liturgia?

- En estos momentos, trabajamos de una manera muy silenciosa en toda una serie de temas que tienen que ver con proyectos de formación. Es la necesidad prioritaria que se tiene: una buena y verdadera formación litúrgica. El tema de la formación litúrgica es capital por­que realmente no se cuenta con una formación suficiente. La gente cree que la liturgia es una cuestión de formas o de realidades exteriores, y lo que realmente nos hace falta es recuperar el sentido de la adoración, es decir, el sentido de Dios como Dios. Este sentido de Dios sólo se podrá recuperar con la liturgia. Por eso el Papa tiene tantísimo interés en acentuar la prioridad de la liturgia en la vida de la Iglesia. Cuando se vive el espíritu de la liturgia, se entra en el espíritu de la adoración, se entra en el reconocimiento de Dios, se entra en comunión con Él, y esto es lo que transforma al hombre y lo convierte en un hombre nuevo. La liturgia mira siempre a Dios, no a la comunidad; no es la comunidad la que hace la liturgia, sino que es Dios quien la hace. Es Él quien sale a nuestro encuentro y nos ofrece participar en su vida, en su misericordia en su perdón... Cuando se viva la liturgia de verdad y Dios esté verdaderamente en el centro de ella, cambiará todo.

- ¿Tan alejados estamos hoy del sentido verdadero del misterio?

- Sí, actualmente hay una secularización y un laicismo muy grandes, se ha perdido el sentido del misterio y de lo sagrado, no se vive con el espíritu verdaderamente de adorar a Dios y de dejar a Dios que sea Dios. Por eso se cree que hay que estar cambiando constantemente cosas en la liturgia, hacer innovaciones y que sea muy creativo todo. No es ésta la necesidad de la liturgia, sino que sea realmente adoración, es decir, reconocimiento de Aquél que nos trasciende y que nos ofrece la salvación. El misterio de Dios, que es misterio insondable de su amor, no es una nebulosa, sino que es Alguien que sale a nuestro encuentro. Hay que recuperar al hombre que adora. Hay que recuperar el sentido del misterio. Hay que recuperar lo que nunca deberíamos haber perdido. El mayor mal que se está haciendo al hombre es querer eliminar de su vida la trascendencia y la dimen­sión del misterio. Las consecuencias las estamos viviendo hoy en todas las esferas de la vida. Son la tendencia a sustituir la verdad por la opinión, la confianza por la inquietud, el fin por los medios... Por eso es tan importante defender al hombre de todas las ideologías que lo debilitan en su triple relación con el mundo, con los demás y con Dios. Nunca antes se había hablado tanto de libertad, y nunca antes ha habido más esclavitudes.

- Después de tantos años de docencia y de ministerio episcopal, ¿cómo ha vivido la llamada a servir en la Curia vaticana como «ministro del Papa»?


- Yo lo asumo con mucho gozo, por­que significa cumplir la voluntad de Dios. Cuando se cumple la voluntad de Dios uno está muy contento, aunque he de confesar que yo no esperaba algo así. Al mismo tiempo, el hecho de trabajar junto al Papa me permite vivir intensamente el misterio de comunión. Me siento muy unido a él, feliz de ayudarle en todo lo que él realmente está pidiendo. Como es sabido, una de sus preocupaciones principales es la preocupación por la liturgia.

- ¿Echa de menos la acción pastoral?

- Siempre se echa muy de menos, por­que es algo que uno lleva muy adentro, sobre todo después de llevar a cabo una intensa actividad pastoral, como la que yo tuve que llevar en Ávila, Granada y Toledo. Pero también hay que decir que lo que ahora estoy haciendo tiene mu­cho sentido eclesial y lo que importa es realmente vivir el servicio a la Iglesia allí donde uno esté. Porque allí donde uno esté, sirviendo a la Iglesia, se encuentra con todos.

- Una curiosidad, ¿le siguen llamando el pequeño Ratzinger?

- Pues sí, todavía hay gente que me llama así, pero no merezco tal apelativo. ¡Ojalá fuese un teólogo que se pareciera más al papa Benedicto XVI!

- Desde esa atalaya privilegiada que es Roma, ¿cuáles son los principales motivos de esperanza que usted observa en medio de esta Europa cada vez más secularizada y alejada de Dios?

- El gran motivo de esperanza es el mismo Papa y lo que él está constantemente diciendo. Este Papa está llevando a cabo un ministerio de Pedro tal y como Jesús se lo encomendó a Pedro. Su principal misión es confirmar en la fe a los hermanos y lo está haciendo todos los días. Todos los días nos habla de algo que es clave, el fundamento y el futuro de todo, como es la afirmación, el reconocimiento y la adoración de Dios. Si no situamos a Dios en el centro de la vida del hombre, no hay futuro para la humanidad. Es lo que el Papa ha llamado ante los jóvenes, nada menos, «la revolución de Dios». ¡Hagamos la revolución de Dios! Por eso, para mí, el Papa, y todo su magisterio, es un gran signo de esperanza.

- ¿Sigue desde el Vaticano los temas de actualidad, sobre todo lo que acontece en España?


- Estando en Roma no puedo dejar de estar en España. Sigo diariamente la actualidad, me siento muy vinculado a mi país. No me olvidó de mi patria, ni de mis realidades, ni de mis preocupaciones, que son también las de mis compatriotas.

- Supongo que habrá seguido con atención lo referente a la mani­festación del pasado 17 de octubre en contra de la reforma de ley del aborto...

- Cuando hay una manifestación pública tan multitudinaria como ha sido ésta quiere decir que las cosas no van bien, y aquí hay algo que no va nada bien, que es el hecho de que no hay un respeto a la vida. No se respeta la vida, no se defiende, y la vida es el primer derecho, es el derecho fundamental sobre el que se asientan todos los demás derechos. La vida es la dignidad de la persona humana y cuando no se respeta la dignidad de la persona humana no se respetan otras cosas. Lo que está en juego aquí es el hombre. Si hay legislaciones, si hay una mentalidad que va en contra del hombre, eso indica, y así lo pone de relieve esta muestra pública, que necesitamos reconsiderar las cosas. ¡Necesitamos apostar por el hombre! Por eso creo que más que una manifestación «en contra de», se trata de una apuesta en favor del hombre, una apuesta por la vida y la dignidad de la persona humana, por la verdadera libertad y la grandeza de la mujer y la maternidad. Mi mensaje para todos es que digamos sí al hombre, sí a la vida, y para ello, tenemos el máximo «sí» al hombre y a la vida que es el amor de Dios, que ama con pasión al hombre hasta el punto de entregar su propia vida en Jesucristo por todos nosotros. ¡Ésta es nuestra gran esperanza y éste es el gran futuro para el hombre!