segunda-feira, 16 de março de 2015

Ano Santo da Misericórdia – o Papa anunciou um Jubileu Extraordinário



O Papa Francisco anunciou nesta sexta-feira, dia 13 de março na Basílica de S. Pedro que decidiu proclamar um “jubileu extraordinário” centrado na “misericórdia de Deus” e que terá início a 8 de dezembro deste ano de 2015 e percorrerá todo o ano de 2016:

“Decidi convocar um Jubileu Extraordinário que tenha o seu centro na Misericórdia de Deus. Será um Ano Santo da Misericórdia. (…) Este Ano Santo iniciar-se-á na próxima Solenidade da Imaculada Conceição e concluir-se-á a 20 de novembro de 2016.”

Este anúncio do Santo Padre foi feito no final da sua homilia da celebração penitencial com a qual o Papa abriu a iniciativa “24 horas para o Senhor”. A organizar este grande Ano Santo da Misericórdia será o Conselho Pontifício para a Promoção da Nova Evangelização. Será um Jubileu Extraordinário para levar a toda a gente o Evangelho da Misericórdia.

E a misericórdia foi o tema da homilia do Papa nesta celebração penitencial. Referiu-se ao Evangelho que conta o episódio da mulher pecadora que lava os pés a Jesus e os enxuga com os cabelos, beijando-os e ungindo com óleo perfumado.

Desde logo – disse o Santo Padre – duas palavras: amor e juízo. O amor da mulher pecadora e o amor de Jesus que permite que ela se aproxime e acolhe-a demonstrando-lhe o amor de Deus num encontro que vai para além da justiça e para além do juízo que é a outra palavra, citada pelo Papa Francisco. O juízo de Simão, o fariseu que convidou Jesus para jantar e não consegue reconhecer quem é o seu convidado. Não consegue também encontrar o caminho do amor. No seu pensamento existe só a justiça e fazendo assim está errado – afirmou o Papa Francisco que deixou claro que ninguém pode ser excluído da misericórdia de Deus.

O Ano Santo Jubilar da Misericórdia terá início com a abertura da Porta Santa na Basílica de S. Pedro a 8 de dezembro de 2015, na Solenidade da Imaculada Conceição e será encerrado no dia 20 de novembro de 2016, na Solenidade de Nosso Senhor Jesus Cristo, Rei do Universo.

A abertura do próximo Jubileu coincidirá com o cinquentenário do encerramento do Concílio Ecuménico Vaticano II, que aconteceu em 1965 e reveste este ano santo de um significado especial, encorajando a Igreja a prosseguir a obra iniciada no Concílio.

No Jubileu, as leituras para os domingos do tempo comum serão extraídas do Evangelho de Lucas, chamado “o evangelista da misericórdia”. Algumas das parábolas mais conhecidas escritas por ele são as da ovelha perdida, a da moeda perdida e a do pai misericordioso. (RS)


Rádio Vaticano

quinta-feira, 12 de março de 2015

Prefecto de la Congregación para el Culto Divino: respetar las distintas sensiblidades litúrgicas



En una entrevista realizada por Aleteia al Cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Eminencia, en su libro Dios o nada se refiere varias veces a la “guerra litúrgica” que divide a los católicos desde hace décadas, guerra muy desafortunada, dice usted, ya que sobre esta cuestión deberían estar especialmente unidos. ¿Cómo salir hoy de estas divisiones y reunir a todos los católicos en torno al culto dado a Dios?
El Concilio Vaticano II nunca ha pedido rechazar el pasado y abandonar la misa de san Pío V, que ha engendrado numerosos santos, ni tampoco dejar el latín. Pero al mismo tiempo hay que promover la reforma litúrgica querida por ese concilio. 
La liturgia es el lugar dado para encontrarse con Dios cara a cara, entregarle toda nuestra vida, nuestro trabajo, y hacer de todo ello una ofrenda a su gloria.
No se puede celebrar la liturgia armándonos: llevando sobre nuestros hombros un armamento de odio, de lucha, de rencor. Jesús mismo lo ha dicho: “Antes de presentar tu ofrenda, ve primero a reconciliarte con tu hermano”
En este “cara a cara” con Dios, nuestro corazón debe ser puro, libre de todo odio, de todo rencor. Cada uno debe eliminar de su corazón lo que puede ensombrecer este encuentro. Esto supone que cada uno sea respetado en su sensibilidad.

¿No es justamente lo que Benedicto XVI deseaba?
Sí, este es el sentido del motu prorio Summorum Pontificum [julio de 2007, n.d.r.]. Benedicto XVI puso mucha energía y esperanza en este proyecto. Por desgracia, no fue totalmente un éxito porque unos y otros están “aferrados” a su rito excluyéndose mutuamente. En la Iglesia, cada uno debe poder celebrar según su sensibilidad. Es una de las condiciones de la reconciliación. 
También hay que llevar a la gente a la belleza de la liturgia, a su sacralidad. La Eucaristía no es una “cena entre amigos”, es un misterio sagrado. Si se celebra con belleza y fervor, se llegará a una reconciliación, es evidente. Sin embargo, no hay que olvidar que es Dios quien reconcilia, y esto lleva tiempo.
Aleteia
Acción Litúrgica

segunda-feira, 9 de março de 2015

«El legado litúrgico de Benedicto XVI» (II)


La cuestión ideológica actual
 
 

Hoy día, dominados por el relativismo intelectual, es fácil plantear inadecuadamente los problemas, pues no se trata de adaptarse a la mentalidad del mundo, sino de acercarse al mundo para anunciar y celebrar la salvación de Jesucristo, tal como ha acontecido n su fundación apostólica. Con frecuencia la gente sigue la opinión de la mayoría, incluso tiene miedo a disentir de la opinión mayoritaria, porque el que se mueve no sale en la foto. Con facilidad nos rendimos ante los poderes fácticos, olvidando la propia conciencia e incluso la misma fe. En este planteamiento cultural en el que nos movemos, fuertemente subjetivista, afirmo que no hablo de una verdad que admita excepciones, ni se puede separar la doctrina de la praxis; tampoco hablo de un  ideal al que haya que tender, sino de un modo concreto de ser, de pensar y de actuar.
 
En el modo de pensar la liturgia hoy día se advierte una tendencia a adaptarla al mundo moderno desde el criterio del racionalismo teológico, olvidando que Dios, razón absoluta, está por encima de nuestra razón relativa. En este sentido, se dice que las celebraciones litúrgicas debieran ser breves y comprensibles; incluso ser traducidas en expresiones populares al nivel de la gente más sencilla. De hecho, la excesiva palabra impide la entrada en el misterio litúrgico, mientras el uso racional del símbolo lo favorece. Ahora bien, buenos son estos criterios mientras no se cambie la esencia de la liturgia, porque la verdadera comprensión de la liturgia no es de tipo racional, como se debe comprender un discurso o una clase de teología.  La comprensión litúrgica se realiza con el hombre completo, los sentidos, la inteligencia, la voluntad  y sobre todo la fe, porque estamos ante una realidad sobrenatura [1].
 
Una tendencia que influye hoy también en la celebración de la sagrada liturgia es la separación frecuente entre el dogma y la moral, bajo el principio de que lo legislado es bueno y lo prohibido es malo, olvidando que no es la ley la que hace buenas o malas a las cosas, sino la verdad, porque el legislador humano, sea civil o eclesiástico, no es quien para dictaminar qué es bueno y qué malo, sino que está obligado a proponer la verdad, porque mandar no es un acto de la voluntad, sino de la inteligencia, con otras palabras, mandar no es obligar, sino ordenar o poner orden en las cosas. Aplicando esto al campo litúrgico, quiere decir que estamos obligados moralmente a examinar si la legislación litúrgica actual respeta o no la tradición viva de la Iglesia o no; no es la ley lo que hace buena la liturgia, sino la verdad. Además, ya decía Santo Tomás de Aquino que la teología es una ciencia práctica [2]. Es absurdo, en consecuencia, decir que la doctrina no cambia, cuando cambia la práctica, por ejemplo, en la cuestión relativa a los separados vueltos a casar, hoy tan preocupante, debido a sus consecuencias en la recepción de los sacramentos.
 
“No me resulta claro en qué piensa el cardenal cuando escribe: “No basta considerar el problema sólo desde el punto de vista y de la perspectiva de la Iglesia como institución sacramental; necesitamos un cambio de paradigma y tenemos que considerar la situación – como hizo el Buen Samaritano (Lc 10, 29-37) – también desde la perspectiva de quien sufre y pide ayuda”. Entonces, ¿la praxis pastoral debe arrinconar la existencia del sacramento? ¿Es esto lo que el cardenal Kasper quiere que se haga? En el Evangelio, el Buen Samaritano cura al pobre viandante que ha sido asaltado para devolverle la salud. Cura sus heridas amorosamente, con la perspectiva del amor por la persona de ese infeliz. La Iglesia no puede tolerar el divorcio y el nuevo matrimonio de los divorciados precisamente porque Ella tiene que amarlos. El amor a la verdad de que el hombre es persona es el paradigma de la ayuda que se debe dar a los hombres que han sido agredidos por el mal. Repito otra vez: el amor es difícil. Y es tanto más difícil cuanto más grande es el mal que hay que sanar en el amado. Es la verdad de la persona la que define el modo de acercarse pastoralmente al hombre herido, y no a la inversa. La pérdida del sentido del pecado manifiesta la pérdida del sentido de lo sagrado y hace caer en el olvido la vida sacramental” [3].
 
Por tanto, es preciso preguntarse por la verdad de la liturgia; hay que ir a la raíz de la liturgia, y la verdad y la raíz de la liturgia es el Verbo encarnado, Jesucristo. Como confesor sé muy bien que mi oficio no es sólo aplicar la ley general al caso particular; esto es casuística, donde o la moral o la persona quedan necesariamente malparados; mi misión es principalmente situarme ante el drama de un hombre que ha elegido el error en contra de la verdad; que ha elegido el mal en contra del bien y, arrepentido, pide ayuda a Cristo para curar las heridas producidas por el pecado. Se trata de sanar las personas, no de destruirlas con normas morales; tampoco se trata de cambiar la moral para engañar a las personas. La misericordia que no se atreve a decir la verdad es manipulación. “No seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis aprobación, ni tan negligentes que no los corrijáis, ni tan soberbios que vuestra corrección sea un insulto” [4]. “La justicia sin la misericordia es crueldad, pero la misericordia sin la justicia es el principio de todo desorden” [5]. Como decía el P. Felice Capello, famoso confesor en la Iglesia romana de Sant´Ignazio, cuando se entra en el confesonario no basta con seguir la doctrina de los teólogos, es preciso seguir sobre todo el ejemplo de los santos. 
 
En fin, si no nos situamos en los altiora principia, en la verdad de la liturgia,  caemos en la casuística de la que jamás se sale bien parados, sobre todo cuando nos movemos entre ideologías, una calle sin salida, pues, como hemos dicho, o se salva la moral o se salva la persona. Hay que anunciar el evangelio y celebrar el culto, buscando obedecer a Dios antes que a los hombres; pero por agradar a Dios no necesariamente hay que desagradar a los hombres; siempre hay lugar y tiempo para la captatio benevolentiae. Preguntémonos si conocemos la verdad de la Liturgia y así la celebramos o si buscamos complacer a los hombres. Con otras palabras, no es cuestión sólo de praxis, sino sobre todo de doctrina, no es cuestión de gestos, sino de ideas, que son las que mueven el mundo, y en contra de una mala pastoral no hay más remedio que proponer una buena teología. Es más peligroso pensar como piensa el mundo, que vivir como vive el mundo. Esto no es disciplina, es libertad, pues la verdad nos hace libres. 
 
Cuando hablamos de valores no negociables en el campo de la liturgia, nos estamos refiriendo a los principios absolutos, porque radicados en la naturaleza de la sagrada liturgia, no podemos olvidarlos sin desnaturalizarla; estamos, pues, tocando la tradición que Dios ha confiado a su Iglesia y ésta vive de ella y está llamada a transmitirla en la historia. Sin estos principios, la celebración litúrgica se convierte en una forma de relativismo, de caos, de dictadura o de anarquía; y de todo esto pudiéramos ofrecer ejemplos actuales y no pocos. Y entre estos principios hay algunos que tienen un carácter fundante, pues son como los cimientos de todo el edificio. Y en esta perspectiva, es un deber nuestro no sólo reconocer la verdad, sino ensalzar a las personas que gracias a su fe y a su virtud están sacrificando su vida en defensa de la verdad de la santa liturgia en los tiempos de confusión que nos corresponde vivir hoy día.  

Pedro Fernández Rodríguez, OP




[1] Cf. J. RATZINGER, Il sale della terra. San Paolo. Cinisello Balsamo 1997, p. 199.
[2] Cf. S. TOMÁS, Summa theologiae, I, 1, 4c.
[3] S. GRYGIEL, “La Chiesa che fa sociologia”. Il Foglio, 11 di marzo, 2014.
[4] S. AGUSTÍN, Sermón 88, 18, 20: PL 38, 550.
[5] S. TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio de  San Lucas, cap. 5, lec. 2. 
 
 

quarta-feira, 4 de março de 2015

«El Legado litúrgico de Benedicto XVI» (I)



Introducción


            La sagrada Liturgia es una realidad esencial en la vida de la Iglesia y, especialmente, en la vida del sacerdote dedicado por vocación y consagrado sacramentalmente al servicio litúrgico. “La realización de este servicio no sólo remedia las necesidades de los santos, sino que además redunda en abundante acción de gracias” (2 Cor 9, 12). Hay una relación estrecha entre el homo Dei y el púlpito, el confesonario y el altar, porque la Iglesia le ha confiado el mysterium salutis de la palabra, del perdón y del sacrificio.  El sacerdote es otro Cristo, mano derecha de Dios, boca de Dios, hombre del culto, maestro, confidente y amigo; en fin, demasiado para nosotros, pobres criaturas, sobre todo si no nos acostumbramos a fijar nuestra vista con fe en Jesucristo muerto y resucitado, “que inició y completa nuestra fe” (Heb 12, 2). Es evidente que llevamos este tesoro celestial en vasos de barro.
 
            Además, la vida litúrgica se mueve en el estrecho y profundo vínculo entre culto y tradición de la Iglesia. Me refiero a una conexión esencial, pues el culto no es algo inventado por el hombre, ni siquiera por la Iglesia, sino un encargo divino; ha sido Dios a decirnos cómo y cuándo debemos rendirle culto. La tradición de la Iglesia es viva y, por ello, toda posible reforma litúrgica se hace sólo orgánicamente[1], a saber, en fidelidad a la tradición, partiendo de lo que hay, pues en la liturgia no se puede prescindir de lo que hay para crear algo nuevo; ninguna autoridad de la Iglesia puede imponer una liturgia que por hipótesis no fuera fiel a la tradición. La vida procede de la vida, no de la muerte.
 
            En el momento actual existen muchos frentes en la vida de la Iglesia y es preciso distinguir lo esencial de lo secundario, no tanto porque no hay tiempo que perder, que no somos tan importantes, sino porque de nuestras distracciones se sirve el enemigo y sus servidores, víctimas no más, para sembrar  la cizaña. Por eso Benedicto XVI eligió la sagrada Liturgia, que es una realidad esencial en la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano, indicándonos que , por principio, no podemos permitirnos la posibilidad de defraudar a los fieles celebrando una liturgia contaminada por el error en la fe o en las formas; el Papa emérito respondió a este interrogante desde la raíz, legislando la posibilidad de celebrar como se celebraba antes de la reforma. 
 
Pedro Fernández Rodríguez, OP






[1] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium, n. 23: AAS 56 (1964) 106.
 
 
Fonte: Lex orandi