domingo, 31 de janeiro de 2010

El sacerdote en la Liturgia de la Palabra de la Santa Misa



Columna de teología litúrgica dirigida por don Mauro Gagliardi

ROMA, viernes 29 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Para la sección “El Espíritu de la Liturgia”, publicamos a continuación el artículo de don Mauro Gagliardi, Ordinario de la Facultad de Teología del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma y Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.


El objeto de este artículo no es la Liturgia de la Palabra considerada en sí misma, sobre la que se debería por tanto ofrecer una panorámica histórica, teológica y disciplinar. En continuidad con la serie de los artículos precedentes de esta sección, nos interesamos en cambio en el papel del sacerdote en la Liturgia de la Palabra de la Misa, teniendo presentes tanto la forma ordinaria (o de Pablo VI) como la extraordinaria (o de san Pío V) del Rito Romano[i].


La forma extraordinaria


En la “Misa baja” (celebración sencilla, de uso cotidiano) de la forma extraordinaria, el sacerdote lee todas las lecturas, o sea, la Epístola[ii], el Gradual (salmo de respuesta a la Epístola, n.d.t.) y el Evangelio. En general, hace esto asumiendo la misma posición con la que ofrecerá seguidamente el santo Sacrificio. Con una expresión equivocada, pero muy difundida, podemos decir que el sacerdote proclama la Liturgia de la Palabra “de espaldas al pueblo”. La lengua de la proclamación es la misma de todo el rito, por tanto el latín, o también la lengua nacional, como recuerda el artículo 6 del Motu Proprio Summorum Pontificum. Al acabar la Epístola, quien asiste dice: Deo gratias. A la Epístola sigue el Gradual, llamado así por los escalones que el diácono subía para ir a leer el Evangelio desde el ambón en la Misa solemne. Después del Gradual, se lee el Aleluya con su versículo, o el Tracto [iii]. En algunas ocasiones, antes del Evangelio, el sacerdote proclama también una Sequentia [iv]. Hecho esto, mientras el ministro transporta el Misal (en el que se encuentran también los textos de las lecturas bíblicas) del lado derecho del altar (llamado cornu epistulae) al lado izquierdo (cornu evangelii), el sacerdote, colocado en el centro del altar, pide al Señor la bendición antes de pasar al lado izquierdo (o septentrional), a cuya extremidad proclama el Evangelio tras haber dicho Dominus vobiscum, haber recibido la respuesta correspondiente, haber anunciado el título del libro evangélico del cual se ha tomado la perícopa que va a leer, haber trazado con el pulgar de la mano derecha un signo de cruz sobre el libro y tres sobre sí (sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho). Cuando lee la Epístola, el Gradual y el Aleluya, el sacerdote tiene las manos apoyadas sobre el Misal, o sobre el altar, pero siempre de modo que las manos toquen el libro. En cambio, al proclamar el Evangelio, tiene las manos unidas a la altura del pecho. Terminada la lectura del Evangelio, levanta con las manos el libro del atril y lo besa diciendo en secreto la fórmula Per evangelica dicta, deleantur nostra delicta. Durante la proclamación de las diversas lecturas, el sacerdote hace una inclinación con la cabeza cada vez que pronuncia el nombre de Jesús. En casos particulares, está prevista la genuflexión durante la lectura. Al final de la lectura del Evangelio, se aclama Laus tibi, Christe. Tras el Evangelio, sobre todo en los domingos y en los días de precepto, se puede introducir, según la oportunidad, una breve homilía [v]. Finalmente, tras la eventual homilía, cuando está previsto, se recita el Símbolo de la fe: el sacerdote vuelve a centro del altar y entona el Credo extendiendo y recogiendo las manos ante el pecho y haciendo una inclinación de cabeza. Cuando se recita Et incarnatus est se arrodilla y permanece así hasta et homo factus est. Hace también una inclinación con la cabeza cuando dice simul adoratur. Finalmente, concluyendo el Símbolo, se signa con la señal de la cruz. Todas las partes de a Liturgia de la Palabra, excepto las oraciones que el sacerdote recita antes y después de la proclamación del Evangelio, se dicen con tono de voz inteligible. No podemos aquí añadir otros detalles sobre la forma de proclamar las lecturas bíblicas en la Misa solemne.


La forma ordinaria


En el Misal de Pablo VI, la Liturgia de la Palabra ha mantenido diversos elementos del Misal de san Pío V aunque han sido suprimidos algunos y añadidos otros. De por sí, no se ha cambiado la lengua de la proclamación, porque la lengua propia de la liturgia romana ha seguido siendo el latín también en la forma litúrgica postconciliar, razón por la cual los nuevos leccionarios (ahora impresos como libros independientes) se han publicado en latín en 1969 y en 1981. Por otro lado, es bien sabido que la editio typica ha sido después traducida en las diversas lenguas nacionales y éstas son las usadas generalmente. La Institutio Generalis Missalis Romani (IGMR) dicta las normas generales para la Liturgia de la Palabra en los nn. 55-71. Una primera diferencia entre las dos formas del Rito Romano está en el hecho de que, también en la Misa cotidiana, celebrada de forma no solemne, se admite la posibilidad de que otros lectores proclamen los pasajes bíblicos [vi], a excepción del Evangelio, aunque permanece obviamente la posibilidad de que sea aún el sacerdote quien lea todos los textos de la Liturgia de la Palabra [vii]. Un segundo cambio está en el hecho de que, en los domingos y solemnidades, el número de las lecturas aumenta a tres (Primera y Segunda Lectura, más el Evangelio), además del Salmo responsorial, que toma el lugar del Gradual o del Tracto. También la selección de las perícopas bíblicas aumenta de modo considerable respecto al leccionario de la forma extraordinaria [viii]. Un tercer elemento nuevo es la reinserción de la Oración Universal u Oración de los Fieles, que se realiza después del Evangelio y la homilía. La homilía se recomienda para cada día del año y es obligatoria en los domingos y en los días de precepto [ix]. Es significativa la inserción, dentro de las normas dictadas por la Institutio, de un número sobre el silencio:

“La Liturgia de la Palabra debe ser celebrada de modo que favorezca la meditación; por tanto, se debe evitar absolutamente toda forma de prisa que impida el recogimiento. En ella son oportunos también los breves momentos de silencio, adaptados a la asamblea reunida, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la palabra de Dios sea acogida en el corazón y se prepare la respuesta con la oración. Estos momentos de silencio se pueden observar, por ejemplo, antes de que comience la propia Liturgia de la Palabra, tras la primera y la segunda lectura, y terminada la homilía” [x].

La Institutio establece además que las lecturas bíblicas se lean siempre desde el ambón [xi] por tanto, aunque las lea el sacerdote, no lo hace nunca estando “de espaldas al pueblo”. También en la forma ordinaria, el sacerdote, antes de proclamar el Evangelio, recita una oración silenciosa. En el rito de Pablo VI, al término de cada lectura, se dice un versículo, que lanza la respuesta de los fieles [xii]. El Salmo en cambio se llama “responsorial”, porque está intercalado por un responso dicho por todos los fieles entre una estrofa y otra. Aunque habitualmente esto no sucede, las normas prevén la posibilidad de cantar o recitar el Salmo sin responso, o de sustituirlo con un Gradual [xiii]. El Misal de Pablo VI mantiene en algunas ocasiones el uso de la Sequentia, la cual es obligatoria sólo en los días de Pascua y Pentecostés [xiv] y además se recita antes del versículo del Aleluya y no después de éste. El Evangelio es proclamado realizando los mismos gestos que en la Misa de san Pío V, aunque la IGMR no precisa la posición de las manos del sacerdote ni otros aspectos similares [xv]. Esto sucede también para las normas relativas a la recitación del Credo, para la cual, sin embargo, se precisa que no hay genuflexión, sino sólo inclinación en el momento de las palabras Et incarnatus est [xvi]. Sobre la Oración de los Fieles, la IGMR dice que “es conveniente que en las Misas con participación de pueblo esté normalmente esta oración” [xvii]. “Corresponde al sacerdote celebrante guiar desde la sede la oración. Él la introduce con una breve monición, para invitar a los fieles a rezar, y la concluye con una oración. [...] Las intenciones se leen desde el ambón o desde otro lugar conveniente, por parte del diácono o del cantor o del lector o de un fiel laico” [xviii].


Algunas anotaciones


De cuanto se ha dicho, se observa una continuidad sustancial entre el modo de celebrar la Liturgia de la Palabra en los dos Misales, unida a ciertos cambios, algunos enriquecedores, otros más problemáticos. La continuidad se basa en diversos motivos. El primero y principal es que la Liturgia de la Palabra acoge en sí solo y exclusivamente textos bíblicos (Antiguo y Nuevo Testamento). Representa, por tanto, una desnaturalización de esta parte de la celebración la inserción de textos extra-bíblicos, aunque estén tomados de los Padres, de los grandes Doctores y Maestros de espiritualidad cristiana. Con mayor razón, no pueden leerse textos profanos o escritos sagrados de otras religiones [xix]. Otro motivo de continuidad es la estructura de la Liturgia de la Palabra, que es similar en las dos formas del Rito Romano.
Hay también diversos aspectos que indican un cambio. En el rito de Pablo VI la selección de perícopas es mucho más rica que en el Misal precedente. Este hecho es sin duda positivo y responde a las indicaciones de la Sacrosanctum Concilium[xx]. Sería con todo el caso de abreviar numerosas perícopas demasiado largas [xxi]. Es también positiva la norma por la cual las lecturas son proclamadas desde el ambón, y por tanto, con los lectores dirigidos hacia el pueblo. Esta postura es de hecho la más indicada para la Liturgia de la Palabra [xxii]. Positiva es también la norma que prescribe la obligatoriedad de la homilía en el domingo y en los días de precepto. Aquí el sacerdote tiene un papel importante y delicado. Recientemente, S. E. Mons. Mariano Crociata ha recordado que “es decisivo que el que pronuncia la homilía tenga conciencia de ser él mismo un oyente, es más, de ser el primer oyente de las palabras que pronuncia. Debe saber ante todo, si no solamente, dirigida a él esa palabra que está pronunciando para otros” [xxiii]. La preparación cuidadosa de la homilía es parte integrante del papel del sacerdote en la Liturgia de la Palabra. Benedicto XVI nos recuerda que la homilía tiene siempre finalidad tanto catequética como exhortativa [xxiv]: no puede ser por tanto una lección de exegesis bíblica, tanto porque debe expresar también el dogma, como porque debe ser un discurso catequético y no académico; ni puede ser un simple paréntesis que alude a ciertos valores vagos, quizás tomados de la mentalidad actual sin algún filtro evangélico (lo que significaría separar la parte exhortativa, que afecta al bien que realizar, de la veritativa o catequética).

Sobre el ministerio de los lectores, la forma ordinaria permite que no solo lean ministros especialmente instituidos por la Iglesia para esta tarea, sino también otros fieles laicos. El papel del sacerdote, en este caso, ya no es el de leer siempre en primera persona las lecturas bíblicas, sino el – más remoto – de asegurar que estos lectores sean verdaderamente idóneos. Nadie puede sencillamente subir al ambón y proclamar la Palabra de Dios en la liturgia. Si no hay personas adecuadamente preparadas, el sacerdote debe seguir asumiendo en primera persona el papel de lector, hasta que no se pueda asegurar la presencia de lectores verdaderamente idóneos. Por razones de espacio, no podemos aquí detenernos en el tema de la Oración de los Fieles.

Finalmente, un elemento de cambio que representa un empobrecimiento es la falta de indicaciones precisas sobre las actitudes corporales que el sacerdote debe asumir en el acto de leer (en particular el Evangelio). Con todo, esta representa una elección de fondo del nuevo Misal, que es mucho menos preciso que el precedente sobre estos aspectos, dejando el campo abierto a diversas actitudes celebrativas. Se puede obviar esta carencia, aplicando al nuevo rito las costumbres del antiguo, allí donde esto es posible, para aquellas indicaciones que no están excluidas explícitamente de las actuales categorías, como el tener las manos juntas a la altura del pecho durante la proclamación del Evangelio. Esto contribuye a la dignidad de la celebración de la Liturgia de la Palabra y puede representar un ejemplo de esa recíproca influencia entre los dos Misales augurada por Benedicto XVI, cuando escribió que “las dos formar del uso del Rito Romano pueden enriquecerse mutuamente”. También de este modo “en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI podrá manifestarse, de manera más fuerte que cuanto no lo es a menudo hasta ahora, esa sacralidad que atrae a muchos al uso antiguo” [xxv].

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Notas

i) Para una panorámica histórica y teológica sobre la Liturgia de la Palabra, se puede ver por ejemplo: M. Kunzler, La liturgia della Chiesa, Jaca Book, Milán 2003 (II edición ampliada), pp. 297-309, con bibliografía en las pp. 309-310.

ii) En algunos casos, la Epístola es precedida por otras lecturas.

iii) El versículo del Aleluya es sustituido por el Tracto desde la semana septuagésima hasta la Pascua y en las Misas de difuntos.

iv) En el ordenamiento del Misal de Juan XXIII se encuentran solo cinco Sequentiae: Victimae paschali para la Pascua, Veni sancte Spiritus para Pentecostés, Lauda Sion para el Corpus Domini, Stabat Mater para las dos fiestas de los Siete Dolores, Dies Irae para las Misas de difuntos.

v) “Post Evangelium, praesertim in dominicis et diebus festis de praecepto, hebeatur, iuxta opportunitatem, brevis homilia ad populum”: Missale Romanum 1962, Rubricae generales, VIII, n. 474.

vi) La lectura litúrgica es competencia del lector constituido (cf. IGMR, n. 99), con todo, “si falta el lector instituido, otros laicos, que sean sin embargo aptos para llevar a cabo esta tarea y bien preparados, se encargarán de proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura” (IGMR, n. 101).

vii) Con todo, como se desprende de IGMR, n. 59, esta segunda posibilidad se mantiene solo en ausencia de lectores idóneos. Así también el n. 135: “Cuando falta el lector, el sacerdote mismo proclama todas las lecturas y el salmo entando en el ambón”. El n. 176 prescribe que, si está presente el diácono, será él el que lea en caso de falta de lector.

viii) No hay duda sobre la mayor amplitud de la selección bíblica del leccionario postconciliar. Es necesario también reconocer, con todo, que diversas veceslas perícopas son demasiado largas, lo que, unido a la reinserción de la Oración de los Fieles y a la práctica ordinaria de la homilía, vuelve a menudo la Liturgia de la Palabra más larga que la Liturgia Eucarística, dando lugar a una descompensación teológico-litúrgica, además de ritual.

ix) Cf. IGMR, nn. 65-66. A diferencia de las normas fijadas en el Misal de 1962, en la IGMR no se precisa que la homilía deba ser “breve”.

x) IGMR, n. 56.

xi) Cf. IGMR, n. 58.

xii) Cf. IGMR, n. 128.

xiii) Cf. IGMR, n. 61.

xiv) Cf. IGMR, n. 64.

xv) Cf. IGMR, n. 134.

xvi) La genuflexión se mantiene sólo en la Anunciación y en la Natividad del Señor (cf. IGMR, n. 137).

xvii) IGMR, n. 69.

xviii) IGMR, n. 71.

xix) “No está permitido omitir o sustituir por propia iniciativa las lecturas bíblicas prescritas ni sustituir especialmente 'las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la palabra de Dios, con otros textos no bíblicos'” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum, n. 62).

xx) “En las celebraciones sagradas se restaurará una lectura de la sagrada Escritura más abundante, más variada y mejor elegida” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 35).

xxi) Otros defectos del leccionario post-conciliar son señalados por A. Nocent en Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo (ed.), Scientia liturgica. Manuale di liturgia, III: L’Eucaristia, Piemme, Casale Monferrato 2003 (III edición), pp. 195-200.

xxii) Cf. J. Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Cinisello Balsamo 2001, p. 77.

xxiii) M. Crociata, Omelia nella Messa al Convegno Liturgico per Seminaristi, Roma 29 diciembre 2009: http://www.chiesacattolica.it/cci2009/segretario/chiesa_cattolica_italiana/cei/00009347_Roma__S.E._Mons.Crociata_al_Convegno_liturgico.html

xxiv) Cf. Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n. 46.

xxv) Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión del Motu Proprio «Summorum Pontificum».

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

Fonte: Zenit

quinta-feira, 28 de janeiro de 2010

Papa nomeia Dom Fernando Guimarães como Membro do Supremo Tribunal da Assinatura Apostólica



No dia 25 de Janeiro de 2010 o Santo Padre Bento XVI nomeou o Bispo de Garanhuns (PE), Dom Fernando Guimarães, como Membro do Supremo Tribunal da Assinatura Apostólica, em Roma. Juntamente com ele, foram nomeados também Juizes daquele Tribunal o Cardeal Giovanni Lajolo, Presidente do Governadorado do Estado da Cidade do Vaticano, Dom Velasio De Paolis, Presidente da Prefeitura dos Assuntos Econômicos da Santa Sé, Dom Stanislav Zvolensky, Arcebispo de Bratislávia, Dom Filippo Iannone, Bispo de Sora-Aquino-Pontecorvo, e Dom Ryszard Kasyna, Bispo titular de Dices e Auxiliar de Gdansk

O Supremo Tribunal da Assinatura Apostólica surgiu no século XIII como auxílio ao Papa na administração da justiça na Igreja. A sua configuração atual foi estabelecida pelo Papa São Pio X em 1909 e, posteriormente, regulada pelo Código de Direito Canonico de 1917. Presidido em nome do Papa por um Cardeal na qualidade de Prefeito, auxiliado por um Bispo na função de Secretário, o Supremo Tribunal da Assinatura Apostólica é constituido por um Colégio de Juizes nomeados pelo Papa entre os Cardeais e Bispos do mundo, todos especialistas em direito canônico.

O Tribunal possui duas secções: a primeira, propriamente judicial, julga em nivel de apelo definitivo os recursos e questões judiciárias pendentes em primeiro e segundo grau, como também julga como instância última os apelos contra decisões dos órgãos da Cúria Romana, funcionando dessa forma como Supremo Tribunal. Na segunda secção, ele exerce também a função de Ministério da Justiça, coordenando e supervisionando as atividades dos Tribunais eclesiásticos da Igreja Católica, tanto a nivel diocesano, como a nivel regional ou nacional.

A Dom Fernando Guimarães nossos parabéns por mais este gesto de confiança por parte do Santo Padre, que acompanhamos com nossos orações pelo bom êxito de mais este encargo, que ele assume juntamente com o pastoreio da Diocese de Garanhuns.

sábado, 23 de janeiro de 2010

MENSAGEM DO PAPA BENTO XVI PARA O 44º DIA MUNDIAL DAS COMUNICAÇÕES SOCIAIS




«O sacerdote e a pastoral no mundo digital:
os novos media ao serviço da Palavra»

Domingo,16 de Maio de 2010



Queridos irmãos e irmãs!

O tema do próximo Dia Mundial das Comunicações Sociais – «O sacerdote e a pastoral no mundo digital: os novos media ao serviço da Palavra» – insere-se perfeitamente no trajecto do Ano Sacerdotal e traz à ribalta a reflexão sobre um âmbito vasto e delicado da pastoral como é o da comunicação e do mundo digital, que oferece ao sacerdote novas possibilidades para exercer o seu serviço à Palavra e da Palavra. Os meios modernos de comunicação fazem parte, desde há muito tempo, dos instrumentos ordinários através dos quais as comunidades eclesiais se exprimem, entrando em contacto com o seu próprio território e estabelecendo, muito frequentemente, formas de diálogo mais abrangentes, mas a sua recente e incisiva difusão e a sua notável influência tornam cada vez mais importante e útil o seu uso no ministério sacerdotal.

A tarefa primária do sacerdote é anunciar Cristo, Palavra de Deus encarnada, e comunicar a multiforme graça divina portadora de salvação mediante os sacramentos. Convocada pela Palavra, a Igreja coloca-se como sinal e instrumento da comunhão que Deus realiza com o homem e que todo o sacerdote é chamado a edificar n’Ele e com Ele. Aqui reside a altíssima dignidade e beleza da missão sacerdotal, na qual se concretiza de modo privilegiado aquilo que afirma o apóstolo Paulo: «Na verdade, a Escritura diz: “Todo aquele que acreditar no Senhor não será confundido”. […] Portanto, todo aquele que invocar o nome do Senhor será salvo. Mas como hão-de invocar Aquele em quem não acreditam? E como hão-de acreditar n’Aquele de quem não ouviram falar? E como hão-de ouvir falar, se não houver quem lhes pregue? E como hão-de pregar, se não forem enviados?» (Rm 10,11.13-15).

Hoje, para dar respostas adequadas a estas questões no âmbito das grandes mudanças culturais, particularmente sentidas no mundo juvenil, tornaram-se um instrumento útil as vias de comunicação abertas pelas conquistas tecnológicas. De facto, pondo à nossa disposição meios que permitem uma capacidade de expressão praticamente ilimitada, o mundo digital abre perspectivas e concretizações notáveis ao incitamento paulino: «Ai de mim se não anunciar o Evangelho!» (1 Cor 9,16). Por conseguinte, com a sua difusão, não só aumenta a responsabilidade do anúncio, mas esta torna-se também mais premente reclamando um compromisso mais motivado e eficaz. A este respeito, o sacerdote acaba por encontrar-se como que no limiar de uma «história nova», porque quanto mais intensas forem as relações criadas pelas modernas tecnologias e mais ampliadas forem as fronteiras pelo mundo digital, tanto mais será chamado o sacerdote a ocupar-se disso pastoralmente, multiplicando o seu empenho em colocar os media ao serviço da Palavra.

Contudo, a divulgação dos «multimédia» e o diversificado «espectro de funções» da própria comunicação podem comportar o risco de uma utilização determinada principalmente pela mera exigência de marcar presença e de considerar erroneamente a internet apenas como um espaço a ser ocupado. Ora, aos presbíteros é pedida a capacidade de estarem presentes no mundo digital em constante fidelidade à mensagem evangélica, para desempenharem o próprio papel de animadores de comunidades, que hoje se exprimem cada vez mais frequentemente através das muitas «vozes» que surgem do mundo digital, e anunciar o Evangelho recorrendo não só aos media tradicionais, mas também ao contributo da nova geração de audiovisuais (fotografia, vídeo, animações, blogues, páginas internet) que representam ocasiões inéditas de diálogo e meios úteis inclusive para a evangelização e a catequese.

Através dos meios modernos de comunicação, o sacerdote poderá dar a conhecer a vida da Igreja e ajudar os homens de hoje a descobrirem o rosto de Cristo, conjugando o uso oportuno e competente de tais meios – adquirido já no período de formação – com uma sólida preparação teológica e uma espiritualidade sacerdotal forte, alimentada pelo diálogo contínuo com o Senhor. No impacto com o mundo digital, mais do que a mão do operador dos media, o presbítero deve fazer transparecer o seu coração de consagrado, para dar uma alma não só ao seu serviço pastoral, mas também ao fluxo comunicativo ininterrupto da «rede».

Também no mundo digital deve ficar patente que a amorosa atenção de Deus em Cristo por nós não é algo do passado nem uma teoria erudita, mas uma realidade absolutamente concreta e actual. De facto, a pastoral no mundo digital há-de conseguir mostrar, aos homens do nosso tempo e à humanidade desorientada de hoje, que «Deus está próximo, que, em Cristo, somos todos parte uns dos outros» [Bento XVI, Discurso à Cúria Romana na apresentação dos votos de Natal: «L’Osservatore Romano» (21-22 de Dezembro de 2009) pág. 6].

Quem melhor do que um homem de Deus poderá desenvolver e pôr em prática, mediante as próprias competências no âmbito dos novos meios digitais, uma pastoral que torne Deus vivo e actual na realidade de hoje e apresente a sabedoria religiosa do passado como riqueza donde haurir para se viver dignamente o tempo presente e construir adequadamente o futuro? A tarefa de quem opera, como consagrado, nos media é aplanar a estrada para novos encontros, assegurando sempre a qualidade do contacto humano e a atenção às pessoas e às suas verdadeiras necessidades espirituais; oferecendo, às pessoas que vivem nesta nossa era «digital», os sinais necessários para reconhecerem o Senhor; dando-lhes a oportunidade de se educarem para a expectativa e a esperança, abeirando-se da Palavra de Deus que salva e favorece o desenvolvimento humano integral. A Palavra poderá assim fazer-se ao largo no meio das numerosas encruzilhadas criadas pelo denso emaranhado das auto-estradas que sulcam o ciberespaço e afirmar o direito de cidadania de Deus em todas as épocas, a fim de que, através das novas formas de comunicação, Ele possa passar pelas ruas das cidades e deter-se no limiar das casas e dos corações, fazendo ouvir de novo a sua voz: «Eu estou à porta e chamo. Se alguém ouvir a minha voz e Me abrir a porta, entrarei em sua casa, cearei com ele e ele comigo» (Ap 3, 20).

Na Mensagem do ano passado para idêntica ocasião, encorajei os responsáveis pelos processos de comunicação a promoverem uma cultura que respeite a dignidade e o valor da pessoa humana. Este é um dos caminhos onde a Igreja é chamada a exercer uma «diaconia da cultura» no actual «continente digital». Com o Evangelho nas mãos e no coração, é preciso reafirmar que é tempo também de continuar a preparar caminhos que conduzam à Palavra de Deus, não descurando uma atenção particular por quem se encontra em condição de busca, mas antes procurando mantê-la desperta como primeiro passo para a evangelização. Efectivamente, uma pastoral no mundo digital é chamada a ter em conta também aqueles que não acreditam, caíram no desânimo e cultivam no coração desejos de absoluto e de verdades não caducas, dado que os novos meios permitem entrar em contacto com crentes de todas as religiões, com não-crentes e pessoas de todas as culturas. Do mesmo modo que o profeta Isaías chegou a imaginar uma casa de oração para todos os povos (cf. Is 56,7), não se poderá porventura prever que a internet possa dar espaço – como o «pátio dos gentios» do Templo de Jerusalém – também àqueles para quem Deus é ainda um desconhecido?

O desenvolvimento das novas tecnologias e, na sua dimensão global, todo o mundo digital representam um grande recurso, tanto para a humanidade no seu todo como para o homem na singularidade do seu ser, e um estímulo para o confronto e o diálogo. Mas aquelas apresentam-se igualmente como uma grande oportunidade para os crentes. De facto nenhum caminho pode, nem deve, ser vedado a quem, em nome de Cristo ressuscitado, se empenha em tornar-se cada vez mais solidário com o homem. Por conseguinte e antes de mais nada, os novos media oferecem aos presbíteros perspectivas sempre novas e, pastoralmente, ilimitadas, que os solicitam a valorizar a dimensão universal da Igreja para uma comunhão ampla e concreta; a ser no mundo de hoje testemunhas da vida sempre nova, gerada pela escuta do Evangelho de Jesus, o Filho eterno que veio ao nosso meio para nos salvar. Mas, é preciso não esquecer que a fecundidade do ministério sacerdotal deriva primariamente de Cristo encontrado e escutado na oração, anunciado com a pregação e o testemunho da vida, conhecido, amado e celebrado nos sacramentos sobretudo da Santíssima Eucaristia e da Reconciliação.

A vós, queridos Sacerdotes, renovo o convite a que aproveiteis com sabedoria as singulares oportunidades oferecidas pela comunicação moderna. Que o Senhor vos torne apaixonados anunciadores da Boa Nova na «ágora» moderna criada pelos meios actuais de comunicação.

Com estes votos, invoco sobre vós a protecção da Mãe de Deus e do Santo Cura d’Ars e, com afecto, concedo a cada um a Bênção Apostólica.

Vaticano, 24 de Janeiro – Festa de São Francisco de Sales – de 2010.


BENEDICTUS PP. XVI

TERCEIRO DOMINGO DEPOIS DA EPIFANIA (24 de Janeiro)



sexta-feira, 22 de janeiro de 2010

Nuovo libro della Libreria Editrice Vaticana sull'attualità della lingua latina nella Chiesa



Riaffermare l’uso del latino come strumento di comunicazione in ambito ecclesiale, ma anche incentivare e promuovere lo studio di questa lingua nell’educazione delle giovani generazioni. E’ questa la sfida che affronta il volume “Pretiosus Thesaurus. La lingua latina nella Chiesa oggi” scritto da Yorik Gomez Gone ed edito dalla Libreria Editrice Vaticana. Alla presentazione, ieri pomeriggio presso la nostra emittente, c’era anche il cardinale Zenon Grocholewski, prefetto della Congregazione per l’Educazione Cattolica. Il servizio di Cecilia Seppia:

La lingua di Roma, la lingua della Chiesa, sempre più ricca nel lessico ed unica nel suo genere, sta vivendo oggi una grave crisi. La situazione potrebbe apparire drammatica se si pensa che, solo fino a 50 anni fa, il latino era uno strumento di comunicazione in ambito ecclesiale e tra gli studiosi del mondo antico, mentre oggi non sono pochi a definirlo “obsoleto”. Per nulla intimorita, la Chiesa continua ad utilizzarlo come propria lingua ufficiale, certa che essa esprima alcune sue note costitutive come l’unicità, l’universalità, l’ecumenicità. Sentiamo il cardinale Zenon Grocholewski:

“La Chiesa stima molto e continuerà a stimare la lingua latina perché in questa lingua sono scritti i tesori della scienza e della saggezza cristiana. Certo, non si tratta di ‘difendere’ qualcosa, quanto di essere arricchiti da questi tesori”.

Fondamentale per poter accedere alla vasta tradizione ecclesiale come la liturgia, la teologia e il diritto canonico, il latino non può allora che essere compreso come un “prezioso tesoro” e rivendicare, in ogni ambito, quel connubio tutto particolare di semplicità e nobiltà. Sentiamo l’autore, Yorik Gomez Gonez Gone:

“Il latino soprattutto ha un uso funzionale. La Chiesa, tramite questa lingua, può parlare a tutto il mondo con imparzialità, con universalità, con ecumenicità. E’ quindi un discorso, oltre che di bellezza e di tradizioni, assolutamente funzionale. La Chiesa poi ha le sue radici che affondano nel latino. I Padri della Chiesa, il Diritto Canonico, la storia ecclesiastica sono fondati sul latino, che si è parlato veramente fino a qualche decennio fa. Dunque, è fondamentale per la Chiesa continuare a studiarlo e a promulgare iniziative in favore di questa lingua”.

La Chiesa dunque parla ancora latino, vero tesoro e genio della saggezza romana, ma soprattutto vincolo indiscusso di unità che, nei secoli, ha saputo unificare l’Europa, contribuendo alla sua integrazione dal punto di vista culturale, politico e sociale.

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quarta-feira, 20 de janeiro de 2010

Il sacerdote nei riti iniziali della Santa Messa



Rubrica di teologia liturgica a cura di don Mauro Gagliardi

ROMA, mercoledì, 13 gennaio 2010 (ZENIT.org).- In questo articolo, con cui riprendiamo nel nuovo anno la nostra rubrica, padre Paul Gunter, Docente presso il Pontificio Istituto Liturgico e Consultore dell'Ufficio delle Celebrazioni Liturgiche del Sommo Pontefice, ci offre una panoramica efficace sul ruolo del sacerdote celebrante nei riti iniziali della Messa, mettendo a confronto i due Messali attualmente in vigore: quello della forma ordinaria e quello della forma straordinaria del Rito Romano (don Mauro Gagliardi).


Pe. Paul Gunter, OSB


Nella prima parte della Messa, i riti sembrano parlare di per se stessi. Non siamo ancora giunti alla Liturgia della Parola, che proclama la Sacra Scrittura, né abbiamo ancora preparato l'altare per il Sacrificio. Nondimeno, in qualche modo abbiamo già fatto queste cose, perlomeno nella disposizione interiore del sacerdote. Quando si compiono i riti iniziali, sono infatti già stati posti diversi atti, sebbene non visibili all'assemblea. E sono questi che non solo fanno da sfondo a ciò che di più santo esiste, ma anche determinano nella vita di un prete il modo col quale egli si presenta all'appuntamento con l'altare, sicché le preoccupazioni della vita quotidiana non facciano guerra alla sacralità raccolta, che è richiesta dalla celebrazione della Santa Messa.

Il sacerdote ha fatto la sua preparazione privata, che è delineata nel Messale sia della forma ordinaria (o di Paolo VI), che di quella straordinaria (o di san Pio V). La distinzione tra le due forme è qui evidenziata non solo perché esse rappresentano l'uso corrente del Rito Romano, ma anche perché si complementano a vicenda nello scopo di «far crescere ogni giorno di più la vita cristiana tra i fedeli; di meglio adattare alle esigenze del nostro tempo quelle istituzioni che sono soggette a mutamenti; di favorire ciò che può contribuire all'unione di tutti i credenti in Cristo»[1]. La Praeparatio ad Missam di entrambe le forme ha in comune una preghiera di sant'Ambrogio, una di san Tommaso d'Aquino ed una preghiera alla Beata Vergine Maria[2]. La «formula di intenzione» ricorda al sacerdote che egli consacra il Corpo e il Sangue di Cristo a beneficio di tutta la Chiesa e per tutti coloro che si sono raccomandati alle sue preghiere. Siccome questa preghiera si trova in entrambe le forme del rito, è chiaro che tutte e due mantengono la dimensione ecclesiologica della Messa[3]. Anche il sacerdote che celebra in privato non celebra la Messa solo per se stesso. L'IGMR 93, nello spiegare ciò, descrive anche le disposizioni che deve avere il celebrante:

«[...] il presbitero, che nella Chiesa ha il potere di offrire il sacrificio nella persona di Cristo in virtù della sacra potestà dell'Ordine[4], presiede il popolo fedele radunato [...], ne dirige la preghiera, annuncia ad esso il messaggio della salvezza, lo associa a sé nell'offerta del sacrificio a Dio Padre per Cristo nello Spirito Santo, distribuisce ai fratelli il pane della vita eterna e lo condivide con loro. Pertanto, quando celebra l'Eucaristia, deve servire Dio e il popolo con dignità e umiltà, e, nel modo di comportarsi e di pronunziare le parole divine, deve far percepire ai fedeli la presenza viva di Cristo»[5].

Di conseguenza, i riti iniziali suppongono che il prete arrivi all'altare pronto a svolgere le sue sacre funzioni. Allo stesso tempo, non ci si aspetta di meno dal popolo di Dio: i fedeli presenti devono unire se stessi all'azione della Chiesa ed evitare ogni atteggiamento di individualismo o di divisione[6]. «Questa unità appare molto bene dai gesti e dagli atteggiamenti del corpo, che i fedeli compiono tutti insieme»[7].


I riti iniziali nella forma straordinaria


La forma straordinaria, mentre ci ricorda che il sacerdote che indossa i paramenti si avvicina all'altare dopo aver fatto i necessari atti di riverenza, si preoccupa anche di illustrare la cura con la quale il celebrante deve fare il segno di croce[8]. I riti iniziali della forma straordinaria, più estesi di quelli della forma ordinaria, sono composti innanzitutto dal Salmo 42 con la sua famosa antifona Introibo ad altare Dei ad Deum qui laetificat iuventutem meum, recitata tra il prete e il ministrante. Il Confiteor è pregato due volte, la prima dal sacerdote e la seconda dal ministrante, che recita anche il Misereatur dopo il Confiteor del sacerdote. Dopo il secondo Confiteor, il Misereatur - che è stato conservato nella forma ordinaria della Messa, ma che lì domanda il perdono dei peccati in genere, invece di evidenziare la distinzione tra i peccati del sacerdote e quelli del popolo - è seguito dalla formula Indulgentiam, durante la quale il sacerdote fa il segno di croce, mentre prega per la remissione dei peccati di tutti. Seguono alcuni versetti dal Salmo 84. Guéranger descrive il loro scopo in questo modo:

«La pratica di recitare questi versetti è molto antica. L'ultimo ci trasmette le parole di Davide, il quale, nel suo Salmo 84, prega per la venuta del Messia. Nella Messa, prima della Consacrazione, noi attendiamo la venuta di Nostro Signore, così come coloro che vissero prima dell'Incarnazione avevano atteso il Messia promesso. Non dobbiamo comprendere la parola "misericordia", che si trova qui perché usata dal Profeta, come riferita alla bontà di Dio; al contrario, noi chiediamo a Dio che accordi di inviarci Lui, [...] il Salvatore, dal quale attendiamo su di noi la salvezza. Queste poche parole del Salmo ci riportano indietro, nello spirito, al tempo di Avvento, nel quale noi invochiamo continuamente Colui che deve venire»[9].

Il sacerdote, nell'ascendere all'altare, dice in segreto l'orazione Aufer a nobis, pregando che Dio possa rimuovere i nostri peccati e che le nostre menti possano essere ben disposte nel momento in cui entriamo nel Santo dei Santi. Dopo, bacia l'altare e prega - invocando i meriti dei santi, in particolare di quelli le cui reliquie si trovano nell'altare - che Dio sia indulgente verso i suoi peccati. Nella «Messa alta» [Messa solenne], il prete incensa il crocifisso e poi l'altare[10] e lo fa in modo tale da coprire di incenso ogni parte dell'altare. Un diagramma del Messale descrive il modo preciso in cui ciò va fatto. Questo atto ci ricorda che l'altare rappresenta Cristo. Dom Guéranger riporta il significato scritturistico di quest'uso:

«La santa Chiesa ha preso in prestito questa cerimonia dal Cielo stesso, dove l'ha contemplata san Giovanni. Nella sua Apocalisse, egli ha visto un angelo ritto in piedi, con un incensiere d'oro, presso l'altare sul quale si trovava l'Agnello, circondato dai ventiquattro vegliardi (cf. Ap 8,3-4). Egli ci descrive quest'angelo mentre offre a Dio le preghiere dei santi, che sono simboleggiate dall'incenso. Perciò la nostra santa Madre, la Chiesa, la Sposa fedele di Cristo, desidera fare come si fa in Cielo»[11].


I riti iniziali nella forma ordinaria


La forma ordinaria del Rito Romano inizia enfatizzando la presenza del popolo radunato, prima di menzionare la processione del sacerdote e dei ministri verso l'altare, processione accompagnata dal canto introitale. La sostituzione degli inni con le antifone di introito e di comunione ha in effetti implicato la perdita di questi testi propri della Messa. Sebbene essi siano stati tradotti nelle lingue vernacole assieme agli altri testi, è in verità raro sentirli cantare, soprattutto nelle parrocchie. Nondimeno, la liturgia inizia con il canto, durante il quale il prete può incensare l'altare. Le parole iniziali della Messa sono le stesse in entrambe le forme: «Nel nome del Padre, e del Figlio, e dello Spirito Santo». Gudati dal celebrante, sacerdote e fedeli fanno insieme questo gesto, superando così il tempo che è trascorso tra la morte storica di Cristo sulla croce e il Sacrificio di Cristo sul Calvario, reso presente sull'altare ogni volta che viene celebrata la Messa. Come scrive padre Jeremy Driscoll, «I nostri corpi saranno trasportati nel corpo che fu appeso sulla croce, e questa partecipazione alla morte di Cristo è la rivelazione del mistero trinitario»[12].

«Nel nome» suggerisce che noi affidiamo la celebrazione al nome della Trinità. Con il battesimo, noi siamo immersi ed affidati al nome di Dio. Come nel battesimo veniamo sepolti e risuscitiamo con Cristo, così nel fare il segno di croce, noi rinnoviamo attivamente la nostra fede nel nome trinitario di Dio. Il segno della croce non è solo il modo tradizionale con cui i cattolici iniziano a pregare, ma è al contrario il modo più ovvio e più forte di iniziare a farlo. L'Amen è l'assenso solenne di coloro che rispondono.

Il «saluto apostolico» accoglie l'assemblea. Viene chiamato così perché è ispirato alle lettere di san Paolo. Il sacerdote può usare il Dominus Vobiscum, oppure può scegliere tra diverse formule. Qualunque sia la sua scelta, certamente non dovrà banalizzare tale saluto dicendo «Buon giorno». Il saluto liturgico è formalizzato perché il sacerdote saluta i fedeli nel suo specifico ruolo sacramentale per cui, in persona Christi capitis[13], egli saluta l'assemblea radunata da Dio. L'assemblea perciò non risponde «Buon giorno, padre», bensì «e con il tuo spirito». Scrive ancora Driscoll: «I fedeli si rivolgono allo "spirito" del sacerdote; cioè, a quella profondissima parte interiore del suo essere, nella quale egli è stato ordinato esattamente per guidare il popolo in questa sacra azione»[14].

Il sacerdote, poi, guida i fedeli col rito penitenziale, nel richiamare il popolo a riconoscere i propri peccati e a chiedere la misericordia di Dio. Nel Messale della forma ordinaria c'è una certa varietà di scelta. Il Confiteor, che qui è detto tutti insieme, incoraggia ognuno a pregare per l'altro e invoca la comunione dei santi perché ci assista. Un'altra forma richiama i versetti che seguono l'Indulgentiam nella forma straordinaria[15]. Entrambe le forme dell'atto penitenziale sono seguite dal Misereatur e dal Kyrie, la cui ripetizione indica le persistenti suppliche di misericordia. La terza forma consiste in una serie di petizioni, spesso legate al tempo liturgico, dette anche «tropi», seguiti dall'invocazione Kyrie eleison oppure Christe eleison[16]. La domenica, nelle feste o in occasioni speciali, il prete intona di seguito il Gloria, il canto degli angeli, cui si uniscono i presenti, o che è cantato dal coro che rappresenta i fedeli.

L'orazione principale, o colletta, conclude il ruolo del sacerdote nei riti iniziali della Messa. L'invito «Preghiamo» è seguito da un breve silenzio. Il silenzio parla profondamente all'essere interiore. Nella forma straordinaria esso è una componente naturale, nella forma ordinaria è considerato una risposta adeguata e umile al mistero. Il nome di «colletta» dato a questa orazione viene dal verbo latino colligere che indica il mettere insieme pezzi sparsi, per formare un'unità. La liturgia della Chiesa, attraverso la bocca del sacerdote, mette nei cuori dei fedeli una preghiera che riassume ciò per cui tutti dovremmo pregare. Non solo la colletta ci incoraggia a guardare oltre la piccolezza dei nostri bisogni e richieste, ma anche ad ascoltare la preghiera letta o cantata dal solo sacerdote a nome di tutta la Chiesa, per farne la preghiera di ciascuno di noi. Dopo di ciò, orientati verso Dio e dediti al culto della beata Trinità nel servizio della sacra liturgia della Chiesa, prete e fedeli insieme possono essere meglio sintonizzati per ascoltare la dolce voce che ci chiama affinché con la grazia di Dio giungiamo finalmente «alle più alte cime di scienza e di virtù»[17].


[Traduzione dall'inglese di don Mauro Gagliardi]

Note

1) Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 1.

2) La Praeparatio nel Missale Romanum del 1962 è più ampia.

3) Missale Romanum, Editio Typica Tertia, Typis Vaticanis 2002, 1289-1291.

4) Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 28.

5) Institutio Generalis Missalis Romani (IGMR), n. 93.

6) Cf. IGMR, n. 95.

7) IGMR, n. 96.

8) «[...] signat se signo crucis a fronte ad pectus, et clara voce dicit...»: Missale Romanum 1962.

9) P. Guéranger, Explanation of the Prayers and Ceremonies of Holy Mass, tr. L. Shepherd, Stanbrook Abbey, Worcestershire 1885, 7.

10) A. FORTESCUE - J.B. O'CONNELL - A. REID, The Ceremonies of the Roman Rite Described, 14th ed., St Michael's Abbey Press, Farnborough 2003, 142.

11) P. Guéranger, Explanation of the Prayers and Ceremonies of Holy Mass, 8.
12) J. DRISCOLL, What happens at Mass, Gracewing Publishing, Leominster 2005, 21.

13) «Nella persona di Cristo Capo».

14) J. DRISCOLL, What happens at Mass, 25.

15) «Ostende nobis Domine misericordiam tuam...».

16) Un tropo, dal latino tropus, e a volte riferito spregiativamente a farsato, era in origine una frase o un versetto aggiunto come abbellimento o come inserzione nella Messa cantata nel medioevo. Ad esempio il «Kyrie Lux et Origo eleison» della Missa I in Tempore Paschali. Il Messale di san Pio V li eliminò.

17) Regola di san Benedetto, capitolo 73.


Fonte: Zenit

sexta-feira, 15 de janeiro de 2010

Benedicto XVI habla sobre FSSPX y Anglicanos


"El Obispo de Roma, de cuya potestas docendi participa vuestra Congregación, debe constantemente proclamar: "Dominus Iesus" – "Jesús es el Señor". La potestas docendi, de hecho, comporta la obediencia a la fe, para que la Verdad que es Cristo siga resplandeciendo en su grandeza y resonando para todos los hombres en su integridad y pureza, para que haya un solo rebaño, reunido en torno al único Pastor.

Alcanzar el testimonio común de la fe de todos los cristianos constituye, por tanto, la prioridad de la Iglesia de todos los tiempos, con el fin de conducir a todos los hombres al encuentro con Dios. En este espíritu confío en particular en el compromiso de este Dicasterio para que se superen los problemas doctrinales que aún permanecen, para alcanzar la plena comunión de la Iglesia, por parte de la Fraternidad San Pío X.

Deseo además alegrarme por el compromiso a favor de la plena integración de grupos de fieles y de individuos, ya pertenecientes al Anglicanismo, en la vida de la Iglesia católica, según cuanto está establecido en la Constitución Apostólica Anglicanorum coetibus. La fiel adhesión de estos grupos a la verdad recibida de Cristo y propuesta por el Magisterio de la Iglesia no es en modo alguno contraria al movimiento ecuménico, sino que muestra, en cambio, su fin último, que consiste en alcanzar la comunión plena y visible de los discípulos del Señor".
15 de Janeiro de 2010

quarta-feira, 13 de janeiro de 2010

REZEMOS PELO HAITI

O arcebispo de Port-au-Prince,
Dom Joseph Serge Miot, está entre os mortos

HAITI: CARITAS INTERNACIONAL FAZ APELO À SOLIDARIEDADE

Roma, 13 jan (RV) - A Cáritas internacional está mobilizando um apelo mundial em favor do grande terremoto que atingiu ontem o Haiti nas proximidades da capital Porto Príncipe. Os tremores atingiram milhões de pessoas no país mais pobre da América Latina e já vítima de outros recentes desastres naturais, como os dois furacões em setembro de 2008.

A Cáritas e seus membros estão se preparando para responder as emergências no Haiti através das diversas organizações eclesiais e comunidades parceiras na localidade. A organização caritativa já tem ampla experiência na provisão de água potável, abrigo, comida e assistência sanitária através de suas 200 clínicas na região.

O apelo da agência internacional caritativa inclui um pedido de oração por seus colaboradores e a população no Haiti. Está sendo organizado um vôo que deve levar ao país o Diretor de Ajuda humanitária da organização, Alistair Dutton, e a Chefe de Comunicações, Michele Hough, além de especialistas em logística, água, serviços sanitários e abrigo.

Outras agências internacionais caritativas da Igreja, como Ajuda à Igreja que Sofre, Secours Catholique, Catholic Relief Services também estão mobilizando seu pessoal além de destinar fundos emergenciais para auxiliar a população local. (RD)





O PAPA CONFORTA OS HAITIANOS


Cidade do Vaticano, 13 jan (RV) - Nesta manhã nublada e chuvosa na Cidade do Vaticano, o papa recebeu os fiéis, turistas e romanos na Sala Paulo VI, onde concedeu a tradicional audiência geral das quartas-feiras, abertas ao público.

Informado sobre o desastre provocado pelo terremoto em Haiti, Bento XVI lembrou a situação dramática desse país, ressaltando antes tudo as graves perdas humanas, o grande número de pessoas desalojadas e dispersas e os incalculáveis danos materiais.

Neste sentido, o papa convidou todos os presentes e ouvintes a unirem-se a ele na oração pelas vítimas da catástrofe e por aqueles que choram seus mortos. Oferecendo a sua solidariedade espiritual aos que perderam suas casas e a todos os que passam privações por esta calamidade, o papa implorou a Deus para que console e alivie o sofrimento dos haitianos.

“A generosidade de todos é importante a fim de que, neste momento de necessidades e de dor, não lhes falte a nossa concreta solidariedade e a operosa ajuda da comunidade internacional. A Igreja Católica foi imediatamente acionada, através de suas instituições de caridade, indo ao encontro das carências mais prioritárias da população” – garantiu o pontífice, sensibilizando seus fiéis.

Já em sua catequese, o papa falou sobre o nascimento e desenvolvimento da Ordem dos Frades Menores e da Ordem dos Pregadores, conhecidas como Franciscanos e Dominicanos, que no século XIII, levaram a Igreja a uma profunda renovação através dos seus testemunhos de vida autenticamente cristã.

“Essas Ordens religiosas, querendo viver a pobreza evangélica, recorriam à ajuda dos fiéis para poder se manter, por isso eram denominadas Mendicantes. Seus respectivos fundadores, São Francisco de Assis e São Domingos de Gusmão, demonstraram ter grande capacidade para ler com inteligência os “sinais dos tempos”, intuindo os desafios que a Igreja daquela época deveria enfrentar, como o aparecimento de grupos radicais que se afastavam da verdadeira doutrina cristã; o aumento das populações urbanas sedentas de uma intensa vida espiritual; e a transformação cultural que eclodia a partir das Universidades.

Queridos peregrinos de língua portuguesa, possa o Espírito Santo suscitar no coração de cada um a urgência de oferecer ao mundo um testemunho coerente e corajoso do Evangelho. Que Deus abençoe a cada um de vós e vossas famílias! Ide em Paz!”




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terça-feira, 12 de janeiro de 2010

L’appello del 1971 del mondo della cultura e dell’arte per salvaguardare la messa antica. A pubblicarlo fu il Times (Rodari)



Paolo Rodari

L’appello del 1971

Era il 6 luglio 1971 quando il Times pubblicava un appello inviato alla Santa Sede da parte di un gruppo di intellettuali, personalità del mondo della cultura e dell’arte per salvaguardare la messa antica.

Furono gli intellettuali, infatti, prima di altri, a percepire l’eliminazione della messa antica come un attentato alle tradizioni di un’intera civiltà. Lo firmò anche Agatha Christie. Con lei Jorge Luis Borges, Giorgio De Chirico, Elena Croce, W. H. Auden, i registi Bresson e Dreyer, Augusto Del Noce, Julien Green, Jacques Maritain, Eugenio Montale, Cristina Campo, Francois Mauriac, Salvatore Quasimodo, Evelyn Waugh, Maria Zambrano, Elémire Zolla, Gabriel Marcel, Salvador De Madariaga, Gianfranco Contini, Mario Luzi, Andrés Segovia, Harold Acton, Graham Greene, fino al famoso direttore del Times, William Rees-Mogg.

Ecco parte del testo dell’appello:

“Uno degli assiomi dell’informazione contemporanea è che l’uomo moderno sarebbe divenuto intollerante di tutte le forme della tradizione e ansioso di sopprimerle. Come molte altre questa apodittica affermazione è falsa.

Anche oggi è proprio la cultura a riconoscere più ampiamente il valore delle tradizioni. E’ evidente che se un ordine insensato decretasse la demolizione totale o parziale di basiliche e cattedrali, sarebbe ancora una volta la cultura a levarsi per prima e con orrore.

Si dà il caso però che basiliche e cattedrali siano state edificate dai popoli cristiani per celebrarvi un rito antico duemila anni, che fino a pochi mesi fa era una tradizione universalmente vivente. Alludiamo alla messa cattolica tradizionale. Essa dovrebbe cessare di esistere alla fine del 1971. Questo rito ha dato vita a una folla di opere infinitamente preziose: non soltanto di mistici e dottori, ma di poeti, filosofi, musicisti, architetti, pittori e scultori tra i più grandi, in ogni paese e in ogni epoca. I firmatari di questo appello rappresentano ogni ramo della cultura moderna internazionale. Essi chiedono con la massima gravità alla Santa Sede di voler considerare a quale tremenda responsabilità andrebbe incontro di fronte alla storia se non consentisse di lasciar vivere in perpetuità la messa tradizionale, sia pure a fianco di altre forme liturgiche”.


© Copyright Il Foglio, 9 gennaio 2010, via Amici di Papa Ratzinger blog

domingo, 10 de janeiro de 2010

Card. Cañizares: “El Motu Proprio Summorum Pontificum es un valor grandísimo, que todos deberíamos apreciar”.




Santa Misa Gregoriana Pontifical del Card. Cañizares en la
Basílica de San Juan del Letrán


El Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha concedido una muy interesante entrevista al vaticanista Paolo Rodari. La Buhardilla ofrece una traducción de la misma, en la cual trata ampliamente el tema de la Sagrada Liturgia en el pontificado de Benedicto XVI, los actuales trabajos de su Dicasterio, la necesidad de impulsar un nuevo movimiento litúrgico y la situación de la Iglesia en España frente a la ofensiva laicista.

El ex arzobispo de Toledo y primado de España, cardenal Antonio Cañizares Llovera, dirige el “ministerio” vaticano que se ocupa de liturgia desde hace poco más de un año. Una tarea delicada en un pontificado, como el de Benedicto XVI, en el que la liturgia y su “reestructuración” después de las derivas post-conciliares tienen un rol central. Como central, por otro lado, es la liturgia en la vida de los fieles. Lo ha dicho el Papa en la noche de Navidad: al igual que para los monjes, también para cada hombre “la liturgia es la primera prioridad. Todo lo demás viene después”. Es necesario “poner en segundo plano otras ocupaciones, por más importantes que sean, para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo”. Lo que dice Cañizares a Il Foglio es más que un balance después de un año transcurrido en la Curia romana:

“He recibido la misión de llevar a término, con la indispensable y valiosa ayuda de mis colaboradores, aquellos deberes que están asignados a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en la constitución apostólica Pastor Bonus de Juan Pablo II , respecto a la ordenación y a la promoción de la sagrada liturgia, en primer lugar de los sacramentos. Por la situación religiosa y cultura en que vivimos, y por la misma prioridad que corresponde a la liturgia en la vida de la Iglesia, creo que la misión principal que he recibido es promover con total dedicación y compromiso, reavivar y desarrollar el espíritu y el verdadero sentido de la liturgia en la conciencia y en la vida de los fieles. Que la liturgia sea el centro y el corazón de la vida de las comunidades; que todos, sacerdotes y fieles, la consideremos como sustancial e imprescindible en nuestra vida; que vivamos la liturgia en plena verdad y que vivamos de ella; que sea en toda su amplitud, como dice el Concilio Vaticano II, «fuente y culmen» de la vida cristiana.

Después de un año al frente de esta Congregación, cada día experimento y siento con mayor fuerza la necesidad de promover en la Iglesia, en todos los continentes, un impulso litúrgico fuerte y riguroso que haga revivir la riquísima herencia del Concilio y de aquel gran movimiento litúrgico del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX – con hombres como Guardini, Jungmann y muchos otros – que hizo fecunda la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Allí, sin ninguna duda, está nuestro futuro y el futuro mismo del mundo. Digo esto porque el futuro de la Iglesia y de toda la humanidad está en Dios, en el vivir de Dios y de lo que viene de Él: y esto ocurre en la liturgia y a través de ella. Sólo una iglesia que viva de la verdad de la liturgia será capaz de dar lo único que puede renovar, transformar y recrear el mundo: Dios; sólo Dios y Su gracia. La liturgia, su característica más propia, es presencia de Dios, obra salvífica y regeneradora de Dios, comunicación y participación de Su amor misericordioso, adoración, reconocimiento de Dios. Es lo único que puede salvarnos.

Guardini, Jungmann, dos pilares de la renovación litúrgica de las pasadas décadas. Figuras en las cuales se ha inspirado también Joseph Ratzinger en su “Introducción al espíritu de la liturgia”. Figuras que, probablemente, lo han inspirado también en la promulgación del Motu Proprio “Summorum Pontificum”. Se ha dicho que el Motu Proprio ha representando también (aunque algunos dicen que principalmente) una mano tendida del Papa a los lefebvristas. ¿Es así?

De hecho, lo es. Sin embargo, creo que el Motu Proprio tiene un valor muy grande en sí mismo, y para la Iglesia y la liturgia. Si bien a algunos esto les disgusta, a juzgar por las reacciones que llegaron y que continúan llegando, es justo y necesario decir que el Motu Proprio no es un paso atrás ni un retorno al pasado. Es reconocer y acoger, con sencillez y en toda su amplitud, los tesoros y la herencia de la gran Tradición que tiene en la liturgia su expresión más auténtica y profunda. La Iglesia no puede permitirse prescindir, olvidar o renunciar a los tesoros y a la rica herencia de esta tradición, contenida en el Rito romano. Sería una traición y una negación de sí misma. No se puede abandonar la herencia histórica de la liturgia eclesiástica, ni querer establecer todo ex novo, como algunos pretenderían, sin amputar partes fundamentales de la misma Iglesia.

Algunos entendieron la reforma litúrgica conciliar como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la Tradición. En aquellos años del post-Concilio, el «cambio» era una palabra casi mágica; había que modificar todo lo que había estado antes hasta el punto de olvidarlo; todo nuevo; era necesario introducir novedades, en el fondo, obra y creación humana. No podemos olvidar que la reforma litúrgica y el post-Concilio coincidieron con un clima cultural marcado o dominado intensamente por una concepción del hombre como «creador» que difícilmente estaba en sintonía con una liturgia que es, sobre todo, acción de Dios y prioridad suya, derecho de Dios, adoración de Dios y también tradición lo que hemos recibido, de lo que se nos ha dado de una vez para siempre.

La liturgia no la hacemos nosotros, no es nuestra obra, sino de Dios. Esta concepción del hombre «creador» que conduce a una visión secularizada de todo donde Dios, con frecuencia, no tiene un lugar, esta pasión por el cambio y la pérdida de la tradición, todavía no ha sido superada. Y esto, en mi opinión, entre otras cosas, ha hecho que algunos vieran con tanto recelo el Motu Proprio, o que a algunos les desagrade recibirlo y acogerlo, reencontrar las grandes riquezas de la tradición litúrgica romana que no podemos dilapidar, o buscar y aceptar el enriquecimiento recíproco entre la forma «ordinaria» y la «extraordinaria» en el único Rito romano.

El Motu Proprio Summorum Pontificum es un valor grandísimo, que todos deberíamos apreciar. No sólo tiene que ver con la liturgia sino con el conjunto de la Iglesia, con lo que es y significa la tradición, sin la cual la Iglesia se convierte en una institución humana que cambia y, por supuesto, también se relaciona con la lectura y la interpretación que se hace o se hizo del Concilio Vaticano II. Cuando se lee y se interpreta en clave de ruptura o de discontinuidad, no se entiende nada del Concilio y se lo tergiversa totalmente. Por eso, como indica el Papa, sólo una «hermenéutica de la continuidad» nos lleva a una lectura justa y correcta del Concilio, y a conocer la verdad de lo que dice y enseña en su totalidad y, particularmente, en la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la divina liturgia, la cual es inseparable, por lo tanto, de este mismo conjunto. El Motu Proprio, en consecuencia, tiene también un valor altísimo para la comunión de la Iglesia.

El Papa está detrás del lento pero necesario proceso de reacercamiento de la iglesia a un auténtico espíritu litúrgico. Sin embargo, no faltan divisiones y contraposiciones. Sobre esto habla el cardenal Cañizares:

El gran aporte del Papa, en mi opinión, es que nos está llevando hasta la verdad de la liturgia. Con una sabia pedagogía, nos está introduciendo en el auténtico espíritu de la liturgia (como dice el título de unas de su obras principales antes de convertirse en Papa).

Él, ante todo, está siguiendo un sencillo proceso educativo que pretende ir hacia este espíritu o sentido auténtico de la liturgia para superar una visión estrecha de la liturgia que está muy arraigada. Sus enseñanzas tan ricas y abundantes en este campo, como Papa y también antes de serlo, así como los sugestivos gesto que están acompañando las celebraciones que preside, van en esta misma dirección. Acoger estos gestos y estas enseñanzas es un deber que tenemos si estamos dispuestos a vivir la liturgia de un modo conforme a su misma naturaleza y si no queremos perder los tesoros y las herencias litúrgicas de la tradición. Además, constituyen un verdadero don para la formación, tan urgente y necesaria, del pueblo cristiano.

En esta perspectiva, hay que ver el mismo Motu Proprio que ha confirmado la posibilidad de celebrar con el rito del Misal romano aprobado por Juan XXIII y que se remonta, con las sucesivas modificaciones, al tiempo de san Gregorio Magno y aún antes. Es cierto que hay muchas dificultades que están teniendo quienes, en el uso de lo que es un derecho, celebran o participan en la Santa Misa conforme al «rito antiguo» o «extraordinario». En realidad, no habría necesidad de esta oposición, ni mucho menos de ser vistos con sospecha, o de ser etiquetados como «preconciliares» o, peor aún, «anticonciliares». Las razones de esto son múltiples y diversas; sin embargo, son las mismas que llevaron a una reforma litúrgica entendida como ruptura y no en el horizonte de la tradición y de la hermenéutica de la continuidad que reclama la renovación y la verdadera reforma litúrgica en la clave del Vaticano II. No podemos olvidar, además, que en la liturgia se toca lo más importante de la fe y de la Iglesia y, por eso, cada que vez que en la historia se ha tocado algo de la liturgia, no ha sido raro que hubiera tensiones e incluso divisiones.

Desde el discurso de Benedicto XVI a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005, la necesidad de leer el Vaticano II no en una óptica de discontinuidad con el pasado sino de continuidad se ha hecho central en el actual pontificado. ¿Qué significa esto desde el punto de vista litúrgico?

Significa, entre otras cosas, que no podemos llevar a cabo la renovación de la liturgia y ponerla en el centro y en la fuente de la vida cristiana si nos ponemos frente a ella en clave de ruptura con la tradición que nos precede y que lleva esta rica corriente de vida y de don de Dios que ha alimentado y dado vida al pueblo cristiano. Las enseñanzas, las indicaciones, los gestos de Benedicto XVI son fundamentales en este sentido. Para esto, es necesario favorecer el conocimiento sereno y profundo de todo lo que nos está diciendo, incluyendo aquello que ha dicho antes de ser Papa, y que tan claramente se refleja, por ejemplo, en su Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis.

La Congregación que Cañizares preside se ha reunido en el pasado mes de marzo en asamblea plenaria y ha presentado unas proposiciones al Papa.

La asamblea plenaria de la Congregación se ha ocupado, sobre todo, de la adoración eucarística, de la Eucaristía como adoración, y de la adoración fuera de la Santa Misa. Han sido aprobadas algunas conclusiones que luego fueron presentadas al Santo Padre. Estas conclusiones prevén un plan de trabajo de la Congregación para los próximos años, que el Papa ha ratificado y animado.

Todas se mueven en la línea de reavivar y promover un nuevo movimiento litúrgico que, fiel en todo a las enseñanzas del Concilio y siguiendo las enseñanzas de Benedicto XVI, ponga la liturgia en el puesto central que le corresponde en la vida de la Iglesia. Las conclusiones de las proposiciones conciernen al impulso y la promoción de la adoración al Señor, base del culto que se debe dar a Dios, de la liturgia cristiana; inseparable de la fe en la presencia real y sustancial de Cristo en el Sacramento eucarístico; absolutamente necesaria para una Iglesia viva. Poner un freno y corregir los abusos, que desgraciadamente son muchos, no es algo que se derive de la plenaria de la Congregación sino que es algo que reclama la misma liturgia, y la vida y el futuro de la Iglesia, y la comunión con ella. Sobre esto, sobre tantos abusos litúrgicos y su corrección, algunos años atrás la Congregación publicó una instrucción importantísima, la Redemptionis Sacramentum, y a ella debemos remitirnos todos. Es un deber urgentísimo corregir los abusos existentes si queremos, como católicos, llevar algo al mundo para renovarlo. Las proposiciones no se ocupan de poner freno a la creatividad sino, más bien, de animar, favorecer y reavivar la verdad de la liturgia, su sentido más auténtico y su espíritu más genuino. No podemos tampoco olvidar o ignorar que la creatividad litúrgica, como con frecuencia se la ha entendido y se la entiende, es un freno a la liturgia y la causa de su secularización, porque está en contradicción con la naturaleza misma de la liturgia.


¿Se habla, en las proposiciones, del uso de la lengua latina?

No se dice nada a propósito de dar más espacio a la lengua latina, incluso en el rito ordinario, ni de publicar misales bilingües, como en realidad ya se ha hecho en algunas lugares después de la conclusión del Concilio; no hay que olvidar, de todos modos, que el Concilio en la constitución Sacrosanctum Concilium no deroga el latín, lengua venerable a la que se encuentra vinculado el rito romano.

Hay, luego, otras cuestiones importantes: la orientación...

No hemos planteado la cuestión de la orientación «versus Orientem», ni de la Comunión en la boca, ni de otros aspectos que a veces son usados como acusaciones de «pasos atrás», de conservadurismo, o de involución. Creo, además, que las cuestiones como éstas, el crucifijo visible al centro del altar, la Comunión de rodillas y en la boca, el uso del canto gregoriano, son cuestiones importantes que no se pueden reducir de manera frívola o superficial y de las que, en todo caso, se debe hablar con conocimiento de causa y con fundamento, como por ejemplo hace el Santo Padre, y viendo también como éstas cosas corresponden (y también favorecen) a la verdad de la celebración así como a la participación activa, en el sentido del que habla el Concilio y no en otros sentidos. Lo importante es que la liturgia sea celebrada en su verdad, con verdad, y que se favorezca y promueva intensamente el sentido y el espíritu de la liturgia en todo el pueblo de Dios de tal modo que viva de ella. Realmente es muy importante que las celebraciones tengan y fomenten el sentido de lo sagrado, del Misterio, que reaviven la fe en la presencia real del Señor y en el don de Dios que actúa en ella, así como la adoración, el respeto, la veneración, la contemplación, la oración, la alabanza, la acción de gracias, y muchas otras cosas que corren el riesgo de diluirse.

Cuando participo o veo la liturgia del Papa, que ya ha incorporado algunos de estos elementos, me convenzo cada vez más de que no son aspectos casuales sino que, en cambio, tienen una fuerza expresiva y educativa en sí mismos y en la verdad de la celebración, cuya ausencia se nota.

Cañizares ha sido, por años, una figura de relieve de la Iglesia española. Lo es todavía, aún residiendo en Roma. En España hubo recientemente una declaración del secretario de la Conferencia episcopal del país, mons. Juan Antonio Martínez Camino, que decía que los políticos que se expresaran públicamente a favor del aborto no podrán recibir la Comunión. ¿Comparte esta posición de Camino? ¿Por qué España se ha convertido en el fortín de políticas laicistas? ¿Cómo deben comportarse los obispos y las conferencias episcopales frente a posiciones que niegan la vida?

Los obispos, como pastores que guían y defienden al pueblo que se les ha confiado, tienen el deber de caridad ineludible de enseñar y transmitir a los fieles, fielmente y con sabiduría, doctrina y prudencia, lo que cree y enseña la fe de la Iglesia, aunque esto cueste, aunque vaya contracorriente o lo condene la opinión pública. Lo que está en juego en la cuestión del aborto y de lo que se legislará en España en esta materia, cuando sean aprobados todos los pasos reglamentarios, es algo muy grave y decisivo, y no podemos callar ni ocultar la verdad. Esto es lo que, realizando la orden de su Señor, la Iglesia dice y manda a su fieles, lo que exige y espera de ellos. Debemos servir y guiar a los fieles con la luz de la verdad recibida, de la cual no podemos disponer en cuestiones morales y, a veces, delicadas. Y debemos ayudar a los católicos en la vida pública a tomar sus decisiones con responsabilidad frente a Dios y frente a los hombres, y conforme a la razón, como corresponde a su condición de hijos de la Iglesia y creyentes en Jesucristo.

No podemos ni debemos, so pena ser malos pastores, movernos en estas cuestiones con relativismos, con cálculos «políticos», o con hábiles o sutiles «diplomacias». El buen ejercicio de nuestro ministerio episcopal, por otra parte, no está en absoluto en contraste, de hecho, con la prudencia, el tacto, la misericordia, la gentileza y la mano tendida que ciertamente deben acompañarnos en todo. Es un momento difícil el que estamos atravesando ahora en España. No es fácil tampoco para los obispos.

No creo, por otra parte, que España sea la abanderada o la vanguardia de políticas laicistas. El laicismo, evidente o escondido, y las políticas laicistas, están difundidos en casi todas partes; en algunos países más que en otros, y en algunos con muchísimo poder y fuerza. Hay una fuerza, aparentemente imparable, comprometida en introducir el laicismo en todo el mundo o, lo que es lo mismo, a borrar de la conciencia de los hombres al Dios revelado en el rostro humano de Jesucristo, su Unigénito. Es cierto que en España este laicismo tiene connotaciones especiales, tal vez por toda su historia y su misma identidad. España está sufriendo una transformación muy radical en su mentalidad, en su pensamiento y en los criterios de juicio, en sus costumbres y en los modos de actuar, en su cultura, en resumen, en su naturaleza o identidad. Esto, además, se manifiesta en una gran y profunda crisis o ruptura moral y de valores, tras la cual se esconde una crisis religiosa y social y una fragmentación del hombre. Sin embargo, al mismo tiempo, las raíces y los fundamentos que sostienen a España y la parte más genuina de ella derivan de la fe cristiana, encuentran sustento en ella y en lo que ella cree. Y estas raíces no han desaparecido ni desaparecerán. Un conjunto de leyes, como la del aborto que ha sido aprobada en el Parlamento, además de otros factores, es sin duda el signo de la transformación en acto.

Siempre he creído que nosotros, los obispos, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, debemos anunciar siempre el Evangelio y a Jesucristo, no anteponer nada a Él y a su obra, anunciar valientemente y sin pausa al Dios vivo, cuya gloria es que el hombre viva, que constituye el sí más pleno y total que se puede dar al hombre, a su dignidad inviolable, a la vida, a sus derechos fundamentales, a todo aquello que es auténticamente humano. Anunciar y testimoniar a Aquel que es Amor, actuando en todo con caridad, y testimoniando frente a todos la caridad, la pasión de Dios por el hombre, de modo particular por los débiles, los indefensos, aquellos que son tratados injustamente. Todo esto dirigido a la conversión para que surja una nueva humanidad, hecha de hombres nuevos con la novedad del Evangelio de Jesucristo, del modo de ser, de pensar y de actuar que encontramos y tiene origen en Él, verdad de Dios y del hombre.

Sencillamente, se trata de dar impulso y llevar a término una nueva y decidida evangelización. Esta es la condición en la que se encuentran la Iglesia y los obispos en España desde hace mucho tiempo. Es un trabajo lento y arduo pero que está dando sus frutos. Pienso, además, que los obispos en España, precisamente en virtud de la afirmación de Dios y de la fe en Jesucristo, se han embarcado en una gran batalla a favor del hombre, del derecho a la vida, de la libertad, de lo que es esencial para el hombre como la familia, la verdad y belleza de la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer abierto a la vida, en el amor; están a favor de la educación de la persona y de la libertad de enseñanza, de la libertad religiosa. La Iglesia en España, para apuntar cada día y con más fuerza e intensidad en el hombre y sus derechos fundamentales, siente la llamada a reforzar la experiencia de Dios para que su fieles sean «testigos del Dios vivo», como dice uno de su documentos más importantes y emblemáticos de algunos años atrás. Su tarea no es la política ni hacer política sino ser sencillamente Iglesia, presencia de Cristo entre los hombres, aunque esto la perjudique. La situación es dura pero miramos al futuro con una gran esperanza y un gran llamado a dejarnos reforzar por Dios y ponerlo a Él en el centro de todo, y continuamos nuestro camino sin detenernos y sin volvernos atrás, con la mirada fija en Jesucristo.

Tengo la certeza absoluta de que España cambiará y volverá al vigor de una fe viva y de una renovación de la sociedad. No podemos bajar la guardia, ni bajar los brazos que deben estar tendidos hacia Dios en una súplica confiada y permanente. Es esencial que, en primer lugar, recupere su vitalidad y su vigor teologal y religioso; que Dios, que se nos ha dado en Jesucristo, sea realmente su centro y su más firme fundamento para ser capaces, como en otros momentos, de crear una nueva cultura y hacer surgir una buena sociedad. Esto es posible. Y, además, nada es imposible para Dios.


domingo, 3 de janeiro de 2010

ANGELUS DO PAPA: "NOSSA ESPERANÇA ESTÁ EM DEUS"



Cidade do Vaticano, 03 jan (RV) - “A verdadeira razão de esperança da humanidade” está baseada no fato que “a história é habitada pela Sabedoria de Deus”. Foi o que disse o Papa Bento XVI na manhã deste domingo na sua alocução que precedeu a oração mariana do Angelus, chamando a atenção dos fiéis para os “improváveis prognósticos” e convidando-os a não se deixarem impressionar com as “previsões econômicas”, embora importantes. Os problemas – disse ainda o papa – não faltam, na Igreja e no mundo, como também na vida cotidiana das famílias. Mas temos uma esperança:

“Nossa esperança – disse o papa - está em Deus, não no sentido de uma genérica religiosidade, ou de um fatalismo encoberto de fé. Nós confiamos no Deus que em Jesus Cristo revelou de modo completo e definitivo o seu desejo de estar com o homem, de partilhar a sua história, para guiar-nos todos para o seu Reino de amor e de vida. E essa grande esperança anima e às vezes corrige nossas esperanças humanas.”

Na visão cristã, baseada no Evangelho e na Sagrada Escritura, “Deus não é somente o criador do universo – aspecto comum também a outras religiões, disse o Santo Padre – mas é Pai, que nos escolheu antes da criação do mundo, predestinando-nos a sermos para ele filhos adotivos. Assim a “Lei de Deus se fez testemunha vivente, escrita no coração de um homem no qual, por ação do Espírito Santo, está presente corporalmente toda a plenitude divina”. “E todavia, - continua Bento XVI – o desígnio divino não se realiza automaticamente, porque é um projeto de amor, e o amor gera liberdade e pede liberdade”.

“O Reino de Deus – continuou Bento XVI - vem certamente, ou melhor, já está presente na história e, graças à vinda de Cristo, já venceu a força negativa do mal. Mas cada homem e mulher são responsáveis em acolhê-lo na própria vida, dia após dia. Por isso, o 2010 será mais ou menos “bom” na medida em que cada um, segundo as suas responsabilidades saberá colaborar com a graça de Deus”.

Enfim, o papa exortou os cerca de 50 mil fiéis presentes nesta manhã na Praça São Pedro a dirigirem-se à Virgem Maria, para aprender d’Ela esse comportamento espiritual.

“O Filho de Deus recebeu a carne d’Ela, mas não sem o seu consentimento. Toda vez que o Senhor deseja dar um passo avante, junto conosco, em direção da “terra prometida”, antes bate no nosso coração, espera, por assim dizer, o nosso “sim”, nas pequenas como nas grandes escolhas. Ajude-nos Maria a acolher sempre a vontade de Deus, com humildade e coragem, para que também as provas e os sofrimentos da vida cooperem a apressar a vinda de seu Reino de justiça e paz”.

Em seguida Bento XVI concedeu a todos a sua Benção Apostólica. Antes de se despedir dos fiéis e peregrinos presentes na Praça São Pedro, o papa dirigiu aos vários grupos presentes saudações em várias línguas.

Em inglês recordou que assim, como João Batista no Evangelho deste domingo, também hoje podemos ser testemunhas da luz que ilumina toda a criação. Em alemão recordou que hoje, segundo domingo depois do Natal, a liturgia nos apresenta uma vez mais o mistério da Encarnação de Deus: "O Verbo se fez carne e habitou entre nós". Em Jesus Cristo, Deus é realmente o "Deus conosco". Ele entrou em nosso mundo, tornou-se um de nós!Falando em espanhol o Santo Padre dirigiu o seu pensamento a Santiago de Compostela.

“Foi aberta nos dias passados em Santiago de Compostela, a porta do Ano Santo, porta pela qual passam há muitos séculos, multidões de peregrinos em busca da luz da fé e a graça do perdão, após contemplar o majestoso “Pórtico da Glória” do templo que conserva uma especial lembrança do Apóstolo Santiago Maior, nos extremos confins da Europa Continental. Convido a todos – finalizou o Santo Padre - a se deixarem iluminar por Cristo, luz do mundo, e renascer assim a esperança para uma nova vida em um mundo novo, cheio de paz e concórdia”. (SP)