Ofrecemos la interesante entrevista que el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Santo Padre Benedicto XVI, ha dado hoy a L’Osservatore Romano y en la cual, partiendo de su próxima visita a L’Aquila para la celebración de la Perdonanza, explica el proyecto de Iglesia y de sociedad que tiene el Sumo Pontífice
¿Por qué el cardenal Secretario de Estado ha decidido participar, este año, en la celebración del Perdón de Celestino V?
El Secretario de Estado es un obispo y, como primer colaborador del Papa, participa en su misión pastoral para el bien del pueblo de Dios. Después de haber celebrado el rito fúnebre por las víctimas del terremoto, he sido invitado a presidir la inauguración del Año Celestiniano y de la 60º Semana Litúrgica Nacional que debía realizarse en L’Aquila. Acepté con gusto, tanto por la conexión afectiva y espiritual que me une a la tierra abruzzesa como por el tema elegido: el sacramento del perdón, fuerza que vence el mal. Luego, por motivos evidentes, la Semana Litúrgica fue trasladada a Barletta, en Puglia, mientras que la fiesta de la Perdonanza no podía ser celebrada sino allí, en L’Aquila, bajo el signo de la reconciliación que reconstruye la comunión con Dios y con los hermanos, y sana las heridas del cuerpo y del espíritu.
Mi participación, además, se pone en continuidad con la cercanía del Papa a las poblaciones abruzzesas golpeadas por el terremoto. Después de su conmovedora visita a L’Aquila, el Papa ha seguido la acción de la Iglesia que se ha expresado con las generosas contribuciones de muchas diócesis (italianas y no italianas), y se mantiene informado sobre la acción de las instituciones civiles, sobre las ayudas ya dirigidas y también sobre las promesas hechas a nivel internacional con ocasión del G-8. Como todos nosotros, desea que nada haga pensar en lentitud o en falta de compromiso para volver a dar a las personas la posibilidad de retomar una vida familiar normal en sus casas, reconstruidas o arregladas, y en sus actividades económicas y sociales.
La Perdonanza fue una importante iniciativa de Celestino V para extender con amplitud las indulgencias espirituales, que de este modo eran puestas a disposición también de los cristianos más humildes. ¿Cuál es la atención a los pobres de la Iglesia de Benedicto XVI?
Conocemos la fuerza desencadenante del acto realizado por Celestino V: su don ha impulsado a su inmediato sucesor, Bonifacio VII, a promulgar el Jubileo, con la misma indulgencia extendida a todo el mundo, en un impulso plenario de renovación, de perdón y de indulto incluso a nivel económico y social, además de espiritual. Recordamos las iniciativas mundiales surgidas del Jubileo del 2000.
Si vamos a la actitud de Benedicto XVI hacia los pobres, quisiera subrayar sobre todo su particular atención a los pequeños y a los humildes. Aún siendo un gran teólogo y maestro de doctrina, un importante intelectual y estudioso, que está al nivel de los hombres y mujeres de pensamiento de nuestro tiempo, el Papa Ratzinger se hace entender por todos y está cerca de la gente porque en sus palabras también la gente simple percibe la verdad y capta el sentido de una fe y una sabiduría humana rica en paternidad. Parafraseando una expresión bíblica, podríamos decir con las palabras del salmo 25, que “guía a los humildes en la justicia y enseña a los pobres el camino del Señor”.
Benedicto XVI llega a una multiplicidad de situaciones de pobreza de individuos, familias y comunidades esparcidas por el mundo, tanto directamente como a través de la Secretaría papal o Secretaría de Estado, a través de los organismos encargados de la caridad como la Limosnería apostólica, el Pontificio Consejo Cor Unum y otros, y con ellos distribuye no sólo las ofrendas que recibe de los fieles, de las diócesis, de las congregaciones religiosas y asociaciones benéficas, sino también sus derechos de autor, fruto de su trabajo personal. Se puede decir que realmente, según la definición de san Ignacio de Antioquía, él “preside en la caridad”, guiando con el ejemplo aquel gran movimiento de caridad y de solidaridad planetaria que la Iglesia desarrolla en sus más articulados componentes y ramificaciones capilares.
Finalmente, en la línea de sus predecesores, con un peculiar acento interviene, reclama, despierta, solicita la acción de los Gobiernos y de las organizaciones internacionales para sanar las desigualdades y las discriminaciones más graves en tema de subdesarrollo y de pobreza. Quisiera recordar, entre los innumerables textos, llamados y mensajes, el número 27 de la Caritas in veritate donde denuncia la acentuación de una inseguridad extrema de vida y de crisis alimentaria provocada tanto por causas naturales como por la irresponsabilidad política nacional e internacional: “Es importante destacar, además, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales”.
Usted conoce los consensos que rodean a Benedicto XVI pero también algunas reservas, especialmente sobre la fidelidad al concilio Vaticano II y sobre la reforma de la Iglesia. ¿Le parecen temores infundados?
Para entender las intenciones y la acción de gobierno de Benedicto XVI es necesario hacer referencia a su historia personal – una experiencia variada que le ha permitido cruzar la Iglesia conciliar como verdadero protagonista – y, una vez elegido Papa, al discurso de inauguración del pontificado, al discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, y a los actos precisos que han sido queridos y firmados por él (y a veces pacientemente explicados). Las otras elucubraciones y los susurros sobre presuntos documentos de “marcha atrás” son pura invención según un cliché estandarizado y obstinadamente repetido.
Quisiera citar sólo algunas instancias del concilio Vaticano II constantemente promovidas por el Papa con inteligencia y profundidad de pensamiento: la relación más comprensiva instaurada con las Iglesias ortodoxas y orientales, el diálogo con el judaísmo y el Islam, con una recíproca atracción que ha suscitado respuestas y profundizaciones nunca antes vistas, purificando la memoria y abriéndose a las riquezas del otro. Y además me complace subrayar la relación directa y fraterna, además de paterna, con todos los miembros del colegio episcopal en las visitas ad limina y en las otras numerosas ocasiones de contacto. Debe recordarse la práctica, por él comenzada, de las intervenciones libres en las asambleas del Sínodo de los obispos con respuestas puntuales y reflexiones del mismo Pontífice. No olvidemos, luego, el contacto directo entablado con los superiores de los dicasterios de la Curia romana con los cuales ha restaurado los encuentros periódicos de audiencia.
En cuanto a la reforma de la Iglesia – que es principalmente una cuestión de interioridad y santidad – Benedicto XVI nos ha vuelto a llamar a la fuente de la Palabra de Dios, a la ley evangélica y al corazón de la vida de la Iglesia: Jesús, el Señor conocido, amado, adorado e imitado como “Aquel en el cual quiso Dios que residiera toda plenitud”, según la expresión de la carta a los Colosenses. Con el primer libro de Jesús de Nazareth, y con el segundo que está preparando, el Papa nos hace un gran don y sella su precisa voluntad de “hacer de Cristo el corazón del mundo”.
No olvidemos lo que ha escrito en la carta a los obispos católicos del pasado 10 de marzo sobre el levantamiento de la excomunión a los obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”.
¿Cuáles han sido las intervenciones significativas en la Curia romana de Benedicto XVI y cuáles podemos esperar todavía?
Benedicto XVI es un profundo conocedor de la Curia romana, donde ha ocupado un rol prominente como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un observatorio y un dicasterio central por la conexión de las coyunturas con todos los otros organismos de gobierno de la Iglesia. De este modo, ha podido conocer perfectamente personas y dinamismos y seguir el recorrido de los nombramientos realizados bajo el pontificado de Juan Pablo II, a pesar de su alejamiento de las maniobras y del parloteo que a veces se desarrolla en ciertos ambientes curiales, lamentablemente poco imbuidos de verdadero amor a la Iglesia.
Desde el inicio de su pontificado, aún breve, son más de 70 los nombramientos de superiores de los diversos dicasterios, sin contar los de nuevos nuncios apostólicos y de los nuevos obispos de todo el mundo. Los criterios que han guiado las elecciones de Benedicto XVI han sido: la competencia, el genuino espíritu pastoral, la internacionalidad. Están a las puertas algunos nombramientos importantes y no faltarán las sorpresas, sobre todo en relación a la representación de las nuevas Iglesias: África ya ha ofrecido y ofrecerá excelentes candidatos.
¿Es justo atribuir a la responsabilidad del Pontífice todo lo que ocurre en la Iglesia o es útil, para una correcta información, aplicar el principio de responsabilidad personal?
Se ha difundido la costumbre de imputar al Papa – o, como se dice sobre todo en Italia, al Vaticano – la responsabilidad de todo lo que ocurre en la Iglesia o de lo que es declarado por cualquier exponente o miembro de Iglesias locales, de instituciones o de grupos eclesiales. Esto no es correcto. Benedicto XVI es un modelo de amor a Cristo y a la Iglesia, la personifica como Pastor universal, la guía en el camino de la verdad y de la santidad, indicando a todos la alta medida de la fidelidad a Cristo y a la ley evangélica. Y es justo, para una información correcta, atribuir a cada uno (unicuique suum) la propia responsabilidad por los hechos y palabras, principalmente cuando éstos contradicen patentemente las enseñanzas y los ejemplos del Papa.
La imputabilidad es personal, y este criterio vale para todos, también en la Iglesia. Pero lamentablemente el modo de referir y de juzgar depende de las buenas intenciones y del amor por la verdad de los periódicos y de los medios. He leído recientemente un bello artículo de Javier Marías, que hace una amarga reflexión: “He observado que a una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. Me temo que me quedé corto y que lo que ocurre es aún más grave: una gran parte de esa población es ya incapaz de distinguir la verdad de la mentira, o, más exactamente, la verdad de la ficción”. Sigue siendo, por eso, todavía más urgente y necesario enseñar la verdad, hacer conocer y amar la verdad sobre sí mismos, sobre el mundo, sobre Dios, convencidos, según la palabra de Jesús, de que “la verdad los hará libres” (Jn. 8, 32).
¿Puede explicar, tal vez también con algún ejemplo, cómo en la Iglesia de Benedicto XVI la libertad de pensamiento y de investigación van a la par con la responsabilidad de la fe?
En relación a este tema – que es muy importante y central en la Iglesia, y que toca otros binomios estrechamente relacionados, como fe-razón, fe-cultura, ciencia-fe, obediencia-libertad – es necesario volver al ejemplo de la vida y de la experiencia de Joseph Ratzinger, pensador, teólogo y reconocido maestro de doctrina, como he dicho. No se puede separar, obviamente, su praxis y su estilo de gobierno de las convicciones más profundas que han alimentado y marcado su comportamiento como estudioso e investigador. A su largo recorrido de intelectual, muy activo en las cátedras universitarias y en los medios, se añadieron sucesivamente dos formidables responsabilidades: primero, la de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y luego, la de Pastor supremo de la Iglesia Católica. Es evidente que estas dos funciones han marcado las enseñanzas y los actos del cardenal y del Papa, orientándolos aún más eficazmente, si se puede decir así, a una interacción y sinergia entre la libertad fundamental de pensamiento y de búsqueda y la responsabilidad del acto de fe y de la adhesión de fe al Dios que se revela, que habla y nos llama a ser “nuevas creaturas”.
Por lo tanto, no se trata de una contraposición o una separación sino una armonía para buscar, para construir con la inteligencia del amor. Tal es la actitud de Joseph Ratzinger cuando habla a organismos como la Pontificia Comisión Bíblica, la Comisión Teológica Internacional, la Pontificia Academia de las Ciencias, la Pontificia Academia para la vida, y así sucesivamente, o bien cuando dialoga con estudiosos y pensadores particulares. Pide a los teólogos que no se desarraiguen de la fe de la Iglesia para ser verdaderos teólogos católicos, y ha elogiado – en Aosta, el pasado 25 de julio – “la gran visión que después tuvo también Teilhard de Chardin: al final tendremos una auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva”. Después de haber explicado que el saber no es nunca solamente obra de la inteligencia, y que el saber es estéril sin el amor, concluye: “Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las ciencias no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad. Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón, ni contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n.30).
¿Considera que es fácil o difícil describir la acción y el pensamiento de Benedicto XVI, llegados al quinto año de pontificado?
Sinceramente considero que sería muy fácil para los periodistas describir la acción y el pensamiento de Benedicto XVI. Hojeando los volúmenes de sus Insegnamenti o los textos publicados en L’Osservatore Romano – que siempre transmite fielmente las intervenciones, a veces también espontáneas y ricas en inmediatez y actualidad – no sería difícil reconstruir su proyecto de Iglesia y de sociedad, coherentemente inspirado en el Evangelio y en la más auténtica tradición cristiana. Benedicto XVI tiene una visión límpida y quisiera impulsar a los individuos y a las comunidades a una vida divina y humanamente armónica, con la teología del et y la espiritualidad del “con”, nunca del “contra”, a menos que se trate de las terribles ideologías que han llevado a Europa a los abismos del siglo pasado. Bastaría ser igualmente límpidos y fieles, refiriendo sine glossa, es decir sin añadir interpretaciones torcidas, sus auténticas palabras y sus gestos de padre del pueblo de Dios.
Una última pregunta, ¿cómo nació la idea del Año Sacerdotal?
Recuerdo que, después del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, sobre el escritorio del Papa había una propuesta, ya presentada antes, para un año de la oración que, de por sí, estaba bien conectada con la reflexión sobre la Palabra de Dios.
Sin embargo, la ocasión del 150º aniversario de la muerte del Cura de Ars y la aparición de problemáticas que han afectado a muchos sacerdotes, han movido a Benedicto XVI a promulgar el Año Sacerdotal, demostrando de este modo una atención especial con los sacerdotes, con las vocaciones sacerdotales, y promoviendo en todo el pueblo de Dios un movimiento de creciente afecto y cercanía a los ministros ordenados. Ellos son, sin duda, la columna vertebral de las Iglesias locales y los primeros cooperadores del obispo en la misión del anuncio de la fe, de la santificación y de la guía del pueblo de Dios. El Papa ha demostrado siempre una gran cercanía y afabilidad hacia los sacerdotes, sobre todo en los diálogos espontáneos, ricos en experiencia e indicaciones concretas sobre su vida, y con respuestas puntuales a sus preguntas.
El Año Sacerdotal está suscitando un gran entusiasmo en todas las Iglesias locales y un movimiento extraordinario de oración, de fraternidad hacia y entre los sacerdotes, y de promoción de la pastoral vocacional. Además, se está robusteciendo el tejido del diálogo, a veces empañado, entre obispos y sacerdotes, y está creciendo una atención especial también hacia los sacerdotes reducidos a una posición marginal en la acción pastoral. Se desea también que surja un restablecimiento de contacto, de ayuda fraterna y posiblemente de reunión con los sacerdotes que, por diversos motivos, han abandonado el ejercicio del ministerio. Muchas iniciativas están dirigidas a reforzar la conciencia de la identidad y de la misión sacerdotal, que es esencialmente una misión ejemplar y educativa en la Iglesia y en la sociedad. Los santos sacerdotes que han poblado la historia de la Iglesia no dejarán de proteger y sostener el camino de renovación propuesto por Benedicto XVI.
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
¿Por qué el cardenal Secretario de Estado ha decidido participar, este año, en la celebración del Perdón de Celestino V?
El Secretario de Estado es un obispo y, como primer colaborador del Papa, participa en su misión pastoral para el bien del pueblo de Dios. Después de haber celebrado el rito fúnebre por las víctimas del terremoto, he sido invitado a presidir la inauguración del Año Celestiniano y de la 60º Semana Litúrgica Nacional que debía realizarse en L’Aquila. Acepté con gusto, tanto por la conexión afectiva y espiritual que me une a la tierra abruzzesa como por el tema elegido: el sacramento del perdón, fuerza que vence el mal. Luego, por motivos evidentes, la Semana Litúrgica fue trasladada a Barletta, en Puglia, mientras que la fiesta de la Perdonanza no podía ser celebrada sino allí, en L’Aquila, bajo el signo de la reconciliación que reconstruye la comunión con Dios y con los hermanos, y sana las heridas del cuerpo y del espíritu.
Mi participación, además, se pone en continuidad con la cercanía del Papa a las poblaciones abruzzesas golpeadas por el terremoto. Después de su conmovedora visita a L’Aquila, el Papa ha seguido la acción de la Iglesia que se ha expresado con las generosas contribuciones de muchas diócesis (italianas y no italianas), y se mantiene informado sobre la acción de las instituciones civiles, sobre las ayudas ya dirigidas y también sobre las promesas hechas a nivel internacional con ocasión del G-8. Como todos nosotros, desea que nada haga pensar en lentitud o en falta de compromiso para volver a dar a las personas la posibilidad de retomar una vida familiar normal en sus casas, reconstruidas o arregladas, y en sus actividades económicas y sociales.
La Perdonanza fue una importante iniciativa de Celestino V para extender con amplitud las indulgencias espirituales, que de este modo eran puestas a disposición también de los cristianos más humildes. ¿Cuál es la atención a los pobres de la Iglesia de Benedicto XVI?
Conocemos la fuerza desencadenante del acto realizado por Celestino V: su don ha impulsado a su inmediato sucesor, Bonifacio VII, a promulgar el Jubileo, con la misma indulgencia extendida a todo el mundo, en un impulso plenario de renovación, de perdón y de indulto incluso a nivel económico y social, además de espiritual. Recordamos las iniciativas mundiales surgidas del Jubileo del 2000.
Si vamos a la actitud de Benedicto XVI hacia los pobres, quisiera subrayar sobre todo su particular atención a los pequeños y a los humildes. Aún siendo un gran teólogo y maestro de doctrina, un importante intelectual y estudioso, que está al nivel de los hombres y mujeres de pensamiento de nuestro tiempo, el Papa Ratzinger se hace entender por todos y está cerca de la gente porque en sus palabras también la gente simple percibe la verdad y capta el sentido de una fe y una sabiduría humana rica en paternidad. Parafraseando una expresión bíblica, podríamos decir con las palabras del salmo 25, que “guía a los humildes en la justicia y enseña a los pobres el camino del Señor”.
Benedicto XVI llega a una multiplicidad de situaciones de pobreza de individuos, familias y comunidades esparcidas por el mundo, tanto directamente como a través de la Secretaría papal o Secretaría de Estado, a través de los organismos encargados de la caridad como la Limosnería apostólica, el Pontificio Consejo Cor Unum y otros, y con ellos distribuye no sólo las ofrendas que recibe de los fieles, de las diócesis, de las congregaciones religiosas y asociaciones benéficas, sino también sus derechos de autor, fruto de su trabajo personal. Se puede decir que realmente, según la definición de san Ignacio de Antioquía, él “preside en la caridad”, guiando con el ejemplo aquel gran movimiento de caridad y de solidaridad planetaria que la Iglesia desarrolla en sus más articulados componentes y ramificaciones capilares.
Finalmente, en la línea de sus predecesores, con un peculiar acento interviene, reclama, despierta, solicita la acción de los Gobiernos y de las organizaciones internacionales para sanar las desigualdades y las discriminaciones más graves en tema de subdesarrollo y de pobreza. Quisiera recordar, entre los innumerables textos, llamados y mensajes, el número 27 de la Caritas in veritate donde denuncia la acentuación de una inseguridad extrema de vida y de crisis alimentaria provocada tanto por causas naturales como por la irresponsabilidad política nacional e internacional: “Es importante destacar, además, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales”.
Usted conoce los consensos que rodean a Benedicto XVI pero también algunas reservas, especialmente sobre la fidelidad al concilio Vaticano II y sobre la reforma de la Iglesia. ¿Le parecen temores infundados?
Para entender las intenciones y la acción de gobierno de Benedicto XVI es necesario hacer referencia a su historia personal – una experiencia variada que le ha permitido cruzar la Iglesia conciliar como verdadero protagonista – y, una vez elegido Papa, al discurso de inauguración del pontificado, al discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, y a los actos precisos que han sido queridos y firmados por él (y a veces pacientemente explicados). Las otras elucubraciones y los susurros sobre presuntos documentos de “marcha atrás” son pura invención según un cliché estandarizado y obstinadamente repetido.
Quisiera citar sólo algunas instancias del concilio Vaticano II constantemente promovidas por el Papa con inteligencia y profundidad de pensamiento: la relación más comprensiva instaurada con las Iglesias ortodoxas y orientales, el diálogo con el judaísmo y el Islam, con una recíproca atracción que ha suscitado respuestas y profundizaciones nunca antes vistas, purificando la memoria y abriéndose a las riquezas del otro. Y además me complace subrayar la relación directa y fraterna, además de paterna, con todos los miembros del colegio episcopal en las visitas ad limina y en las otras numerosas ocasiones de contacto. Debe recordarse la práctica, por él comenzada, de las intervenciones libres en las asambleas del Sínodo de los obispos con respuestas puntuales y reflexiones del mismo Pontífice. No olvidemos, luego, el contacto directo entablado con los superiores de los dicasterios de la Curia romana con los cuales ha restaurado los encuentros periódicos de audiencia.
En cuanto a la reforma de la Iglesia – que es principalmente una cuestión de interioridad y santidad – Benedicto XVI nos ha vuelto a llamar a la fuente de la Palabra de Dios, a la ley evangélica y al corazón de la vida de la Iglesia: Jesús, el Señor conocido, amado, adorado e imitado como “Aquel en el cual quiso Dios que residiera toda plenitud”, según la expresión de la carta a los Colosenses. Con el primer libro de Jesús de Nazareth, y con el segundo que está preparando, el Papa nos hace un gran don y sella su precisa voluntad de “hacer de Cristo el corazón del mundo”.
No olvidemos lo que ha escrito en la carta a los obispos católicos del pasado 10 de marzo sobre el levantamiento de la excomunión a los obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”.
¿Cuáles han sido las intervenciones significativas en la Curia romana de Benedicto XVI y cuáles podemos esperar todavía?
Benedicto XVI es un profundo conocedor de la Curia romana, donde ha ocupado un rol prominente como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un observatorio y un dicasterio central por la conexión de las coyunturas con todos los otros organismos de gobierno de la Iglesia. De este modo, ha podido conocer perfectamente personas y dinamismos y seguir el recorrido de los nombramientos realizados bajo el pontificado de Juan Pablo II, a pesar de su alejamiento de las maniobras y del parloteo que a veces se desarrolla en ciertos ambientes curiales, lamentablemente poco imbuidos de verdadero amor a la Iglesia.
Desde el inicio de su pontificado, aún breve, son más de 70 los nombramientos de superiores de los diversos dicasterios, sin contar los de nuevos nuncios apostólicos y de los nuevos obispos de todo el mundo. Los criterios que han guiado las elecciones de Benedicto XVI han sido: la competencia, el genuino espíritu pastoral, la internacionalidad. Están a las puertas algunos nombramientos importantes y no faltarán las sorpresas, sobre todo en relación a la representación de las nuevas Iglesias: África ya ha ofrecido y ofrecerá excelentes candidatos.
¿Es justo atribuir a la responsabilidad del Pontífice todo lo que ocurre en la Iglesia o es útil, para una correcta información, aplicar el principio de responsabilidad personal?
Se ha difundido la costumbre de imputar al Papa – o, como se dice sobre todo en Italia, al Vaticano – la responsabilidad de todo lo que ocurre en la Iglesia o de lo que es declarado por cualquier exponente o miembro de Iglesias locales, de instituciones o de grupos eclesiales. Esto no es correcto. Benedicto XVI es un modelo de amor a Cristo y a la Iglesia, la personifica como Pastor universal, la guía en el camino de la verdad y de la santidad, indicando a todos la alta medida de la fidelidad a Cristo y a la ley evangélica. Y es justo, para una información correcta, atribuir a cada uno (unicuique suum) la propia responsabilidad por los hechos y palabras, principalmente cuando éstos contradicen patentemente las enseñanzas y los ejemplos del Papa.
La imputabilidad es personal, y este criterio vale para todos, también en la Iglesia. Pero lamentablemente el modo de referir y de juzgar depende de las buenas intenciones y del amor por la verdad de los periódicos y de los medios. He leído recientemente un bello artículo de Javier Marías, que hace una amarga reflexión: “He observado que a una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. Me temo que me quedé corto y que lo que ocurre es aún más grave: una gran parte de esa población es ya incapaz de distinguir la verdad de la mentira, o, más exactamente, la verdad de la ficción”. Sigue siendo, por eso, todavía más urgente y necesario enseñar la verdad, hacer conocer y amar la verdad sobre sí mismos, sobre el mundo, sobre Dios, convencidos, según la palabra de Jesús, de que “la verdad los hará libres” (Jn. 8, 32).
¿Puede explicar, tal vez también con algún ejemplo, cómo en la Iglesia de Benedicto XVI la libertad de pensamiento y de investigación van a la par con la responsabilidad de la fe?
En relación a este tema – que es muy importante y central en la Iglesia, y que toca otros binomios estrechamente relacionados, como fe-razón, fe-cultura, ciencia-fe, obediencia-libertad – es necesario volver al ejemplo de la vida y de la experiencia de Joseph Ratzinger, pensador, teólogo y reconocido maestro de doctrina, como he dicho. No se puede separar, obviamente, su praxis y su estilo de gobierno de las convicciones más profundas que han alimentado y marcado su comportamiento como estudioso e investigador. A su largo recorrido de intelectual, muy activo en las cátedras universitarias y en los medios, se añadieron sucesivamente dos formidables responsabilidades: primero, la de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y luego, la de Pastor supremo de la Iglesia Católica. Es evidente que estas dos funciones han marcado las enseñanzas y los actos del cardenal y del Papa, orientándolos aún más eficazmente, si se puede decir así, a una interacción y sinergia entre la libertad fundamental de pensamiento y de búsqueda y la responsabilidad del acto de fe y de la adhesión de fe al Dios que se revela, que habla y nos llama a ser “nuevas creaturas”.
Por lo tanto, no se trata de una contraposición o una separación sino una armonía para buscar, para construir con la inteligencia del amor. Tal es la actitud de Joseph Ratzinger cuando habla a organismos como la Pontificia Comisión Bíblica, la Comisión Teológica Internacional, la Pontificia Academia de las Ciencias, la Pontificia Academia para la vida, y así sucesivamente, o bien cuando dialoga con estudiosos y pensadores particulares. Pide a los teólogos que no se desarraiguen de la fe de la Iglesia para ser verdaderos teólogos católicos, y ha elogiado – en Aosta, el pasado 25 de julio – “la gran visión que después tuvo también Teilhard de Chardin: al final tendremos una auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva”. Después de haber explicado que el saber no es nunca solamente obra de la inteligencia, y que el saber es estéril sin el amor, concluye: “Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las ciencias no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad. Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón, ni contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n.30).
¿Considera que es fácil o difícil describir la acción y el pensamiento de Benedicto XVI, llegados al quinto año de pontificado?
Sinceramente considero que sería muy fácil para los periodistas describir la acción y el pensamiento de Benedicto XVI. Hojeando los volúmenes de sus Insegnamenti o los textos publicados en L’Osservatore Romano – que siempre transmite fielmente las intervenciones, a veces también espontáneas y ricas en inmediatez y actualidad – no sería difícil reconstruir su proyecto de Iglesia y de sociedad, coherentemente inspirado en el Evangelio y en la más auténtica tradición cristiana. Benedicto XVI tiene una visión límpida y quisiera impulsar a los individuos y a las comunidades a una vida divina y humanamente armónica, con la teología del et y la espiritualidad del “con”, nunca del “contra”, a menos que se trate de las terribles ideologías que han llevado a Europa a los abismos del siglo pasado. Bastaría ser igualmente límpidos y fieles, refiriendo sine glossa, es decir sin añadir interpretaciones torcidas, sus auténticas palabras y sus gestos de padre del pueblo de Dios.
Una última pregunta, ¿cómo nació la idea del Año Sacerdotal?
Recuerdo que, después del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, sobre el escritorio del Papa había una propuesta, ya presentada antes, para un año de la oración que, de por sí, estaba bien conectada con la reflexión sobre la Palabra de Dios.
Sin embargo, la ocasión del 150º aniversario de la muerte del Cura de Ars y la aparición de problemáticas que han afectado a muchos sacerdotes, han movido a Benedicto XVI a promulgar el Año Sacerdotal, demostrando de este modo una atención especial con los sacerdotes, con las vocaciones sacerdotales, y promoviendo en todo el pueblo de Dios un movimiento de creciente afecto y cercanía a los ministros ordenados. Ellos son, sin duda, la columna vertebral de las Iglesias locales y los primeros cooperadores del obispo en la misión del anuncio de la fe, de la santificación y de la guía del pueblo de Dios. El Papa ha demostrado siempre una gran cercanía y afabilidad hacia los sacerdotes, sobre todo en los diálogos espontáneos, ricos en experiencia e indicaciones concretas sobre su vida, y con respuestas puntuales a sus preguntas.
El Año Sacerdotal está suscitando un gran entusiasmo en todas las Iglesias locales y un movimiento extraordinario de oración, de fraternidad hacia y entre los sacerdotes, y de promoción de la pastoral vocacional. Además, se está robusteciendo el tejido del diálogo, a veces empañado, entre obispos y sacerdotes, y está creciendo una atención especial también hacia los sacerdotes reducidos a una posición marginal en la acción pastoral. Se desea también que surja un restablecimiento de contacto, de ayuda fraterna y posiblemente de reunión con los sacerdotes que, por diversos motivos, han abandonado el ejercicio del ministerio. Muchas iniciativas están dirigidas a reforzar la conciencia de la identidad y de la misión sacerdotal, que es esencialmente una misión ejemplar y educativa en la Iglesia y en la sociedad. Los santos sacerdotes que han poblado la historia de la Iglesia no dejarán de proteger y sostener el camino de renovación propuesto por Benedicto XVI.
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo