Su Eminencia el cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, mantuvo un encuentro con los seminaristas de Los Angeles (Estados Unidos de América del Norte), el pasado día 4 de octubre. Recomendamos la lectura íntegra del discurso pronunciado en esta ocasión, que destaca por su claridad y brillantez. Como muestra extraemos algunos párrafos.
“Seréis vosotros, probablemente, la primera generación que interpretará correctamente el Concilio Vaticano II, no según el “espíritu” del Concilio, que tanta desorientación ha traído a la Iglesia, sino según cuanto realmente el Acontecimiento Conciliar ha dicho, en sus textos, a la Iglesia y al mundo.
¡No existe un Concilio Vaticano II diverso del que ha producido los textos hoy en nuestra posesión! Y en estos textos nosotros encontramos la voluntad de Dios para su Iglesia y con ellos es necesario confrontarse, acompañados por dos mil años de Tradición y de vida cristiana.
La renovación es siempre necesaria a la Iglesia, porque siempre necesaria es la conversión de sus miembros, ¡pobres pecadores! ¡Pero no existe, ni podría existir una Iglesia pre-Conciliar y una post-Conciliar! Si fuera así, la segunda – la nuestra – ¡sería histórica y teológicamente ilegítima!
Existe una única Iglesia de Cristo, de la que vosotros formáis parte, que va desde Nuestro Señor hasta los Apóstoles, desde la Bienaventurada Virgen María hasta los Padres y Doctores de la Iglesia, desde el Medioevo hasta el Renacimiento, desde el Románico hasta el Gótico, el Barroco, y así sucesivamente hasta nuestros días, ininterrumpidamente, sin alguna solución de continuidad, ¡nunca!”
¡Y todo porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, es la unidad de su Persona que se nos dona a nosotros, sus miembros!
“Es algo adquirido por la experiencia eclesial, que las vocaciones nacen, florecen, se desarrollan y llegan a madurez sólo donde se reconoce claramente el primado de Dios. Cualquier otra motivación, que también puede acompañar el inicio de la percepción de una llamada al sacerdocio, confluye en el movimiento de total donación al Señor y en el reconocimiento de su primado en nuestra vida, en la vida de la Iglesia y en la del mundo.
Primado de Dios significa primado de la oración, de la intimidad divina; primado de la vida espiritual y sacramental. La Iglesia no tiene necesidad de gestores, ¡sino de hombres de Dios! No tiene necesidad de sociólogos, psicólogos, antropólogos, politólogos – y todas las demás actuaciones que conocemos y podemos imaginar.
La Iglesia tiene necesidad de hombres creyentes y, por tanto, creíbles, de hombres que, acogida la llamada del Señor, ¡sean sus motivados testigos en el mundo!
Primado de Dios significa primado de la vida sacramental, vivida hoy y ofrecida, a su tiempo, ¡a todos nuestros hermanos! Muchas cosas pueden encontrar los hombres en los otros; en el Sacerdote, sin embargo, buscan lo que sólo él puede dar:la divina Misericordia, el Pan de vida eterna, un nuevo horizonte de significado ¡que haga más humana la vida presente y posible la eterna!”
Hoc Signo