Un gran inicio el del nuevo Patriarca de Venecia, Mons. Francesco Moraglia, hasta ahora obispo de La Spezia, que el pasado domingo 25 de marzo se ha convertido en el 47º sucesor de San Lorenzo Giustiniani. Su homilía en San Marcos merece una particular atención y promete mucho de bueno. La noticia es importante dado el peso específico de este sede episcopal dentro del gobierno de la Iglesia Católica.
El llamado a la comunión con el Papa, la necesidad de volver a centrarse en la fe y en el anuncio, la insistencia en la tensión misionera, la denuncia de los torpes intentos de los teólogos de querer guiar a la Iglesia, el anuncio del realismo cristiano que parte de Cristo y no del hombre, y finalmente la invitación no a un genérico diálogo sino a un “testimonio dialógico”, dicen ya muchas cosas positivas de la línea indicada a las iglesias del noreste por el nuevo Patriarca, y no sólo a ellas. Decía de la comunión con el Papa. El Patriarca ha sido muy claro al respecto: citando a San Cipriano, dijo que el obispo “en el nombre de Cristo guía a la comunidad eclesial”, él vive en comunión con los otros obispos “pero finalmente es la comunión con el obispo de Roma la que garantiza la misma colegialidad episcopal”. En un momento en que hay cardenales que se separan de la enseñanza de Benedicto XVI y amplios sectores de las iglesias de Europa central presionan para una iglesia más sinodal y efectiva, se trata de una afirmación de una cierta importancia.
Pero la parte más interesante de la homilía ha sido cuando el Patriarca habló del próximo Congreso del Véneto Aquileia2 que se realizará del 13 al 15 de abril. En 1992, el entonces Patriarca Cè había querido Aquileia1 que, sin embargo, no produjo muchos frutos si ahora los datos del Observatorio socio-religioso del Trivéneto señala una creciente secularización en estas tierras. Aquileia2 ha tenido una preparación de dos años, pero parece haber estado en manos de los pastoralistas y de la Facultad teológica del Trivéneto, e incluso dentro del episcopado no todos están de acuerdo con el enfoque adoptado. La Iglesia debe aprender del mundo, debe darse una estructura sinodal consultiva periódica, debe regenerarse desde abajo, necesita hacer hablar a los laicos y a las mujeres, se necesitan gestos proféticos para el bien común… estas son algunas de las líneas surgidas en la fase preparatoria de Aquileia2, con las cuales, sin embargo, el nuevo Patriarca parece haber cortado.
“El empeño común – ha dicho – es volver a centrar la vida de nuestras Iglesias teniendo como objetivo el anuncio de Cristo”. “La nueva evangelización – prosiguió -, para ser realmente tal, supone que la comunidad evangelizadora sea, en primer lugar, regenerada en la propia relación vital con Cristo; todo camino de evangelización no tiene comienzo con la elaboración de planes pastorales o proyectos académicos de las facultades, y tampoco a través de una deseable cobertura del territorio por parte de los medios. Ciertamente estos instrumentos, según su competencia, concurren de modo excelente a la obra evangelizadora, pero no constituyen aún el fundamento de la evangelización”. Esta indicación del peligro de confundir lo instrumental con lo esencial vuelve en una sucesiva y notable acentuación: “Son, de hecho, los discípulos, entendidos personal y comunitariamente, que están antes que las oficinas pastorales, antes que las facultades teológicas, antes que la red mediática; sólo en un segundo momento tales instrumentos se vuelven preciosos… Antes que todo, sin embargo, está la comunidad testigo que de ningún modo puede ser reemplazada o dada por supuesta”. El mensaje es muy claro: no será con las investigaciones sociológicas o siguiendo las nuevas costumbres sociales, no será con las a menudo complicadas elaboraciones de los expertos que las comunidades cristianas responderán a la evangelización del Véneto.
Deteniéndose luego en el pasaje evangélico de los discípulos de Emaús, el Patriarca recordó su pretensión de explicar a Jesús, a quien no habían reconocido como tal, los acontecimientos de los días precedentes. Aguda observación de Mons. Moraglia: “Parece entreverse, en este torpe intento, la imagen de cierta teología, más voluntariosa que iluminada, toda dedicada a la ardua e improbable empresa de salvar, a través de las propias categorías, a Jesucristo y su Palabra. Pero en esta imagen estamos representados también nosotros cada vez que, con nuestros planes pastorales, con nuestros proyectos, congresos y debates, separados de una fe verdadera, pretendemos explicar a Jesucristo quién es Él. Cuando la fe se ha perdido, o no es ya capaz de sostener y fecundar la vida de los discípulos, entonces todo discurso teológico, todo plan pastoral o cobertura mediática, aparecen insuficientes. Y nos encontramos en la misma condición de los dos discípulos de Emaús, incapaces de ir más allá de sus lógicas, sus estados de ánimo, descubriéndose prisioneros de sus miedos. Tengamos en cuenta todo esto en vísperas de Aquileia2 y del incipiente Año de la Fe”. En vistas de Aquileia2 se han hecho muchas reuniones de comisiones y congresos. El programa de congresos está en ciertos casos sustituyendo la falta de fe y en las diócesis los razonamientos humanos y una ingenua pastoral de la acogida de las situaciones de hecho está haciendo perder de vista la centralidad de Cristo.
Las conclusiones de la homilía del Patriarca han presentado luego el “realismo cristiano” que “partiendo de Jesucristo retorna a Jesucristo después de haber encontrado y atravesado, en todo su espesor y diversos grados, la creaturalidad del hombre. No se parte de la centralidad del hombre, como a menudo se oye decir después del “giro antropológico”, sino de la centralidad de Dios. La Iglesia debe “crecer en la conciencia de la fe para educarse y para ponerse, sin arrogancia pero también sin temores o complejos de inferioridad, en un testimonio dialógico con las culturas dominantes”. También esta expresión del “testimonio dialógico” es rica de significado. El diálogo en el post-Concilio ha sustituido con frecuencia al anuncio, mientras que el Magisterio siempre ha sostenido que en el diálogo debe estar siempre presente el anuncio. El Patriarca Moraglia parece compartir también este punto de vista: en el testimonio dialógico, el sustantivo es el testimonio y el diálogo es el instrumento y no su fin. Esta nuevo Patriarca promete y será necesario seguirlo con atención.
L’Occidentale
La Buhardilla de Jerónimo