La Buhardilla nos ofrece la traducción de una entrevista que Monseñor Guido Marini, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, ha concedido a la revista Radici Cristiane.
Parecería que, para el Santo Padre, la Liturgia es uno de los temas de fondo de su pontificado. Usted, que lo sigue de cerca, ¿nos puede confirmar esta impresión?
Diría que sí. Por otra parte, cabe señalar que el primer volumen de la Opera omnia del Santo Padre, de próxima publicación también en Italia, es precisamente el dedicado a los escritos que tienen como objeto la Liturgia. En el prefacio al volumen, el mismo Joseph Ratzinger subraya este hecho, señalando que la precedencia dada a los escritos litúrgicos no es casual sino deseada: siguiendo al Concilio Vaticano II, que promulgó como primer documento la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, seguida de otra gran Constitución sobre la Iglesia. Es en la Liturgia, de hecho, donde se manifiesta el misterio de la Iglesia. Se comprende, entonces, el motivo por el que la Liturgia es uno de los temas principales del pontificado de Benedicto XVI: desde la Liturgia se pone en marcha la renovación y la reforma de la Iglesia.
¿Existe una relación entre la Liturgia y el arte y la arquitectura sagrada? El llamado del Papa a una continuidad de la Iglesia en el campo litúrgico, ¿no debería extenderse también al arte y la arquitectura sagrada?
Existe, ciertamente, una relación vital entre la Liturgia, el arte y la arquitectura sagrada. También porque el arte y la arquitectura sagrada, precisamente en cuanto tales, deben resultar idóneos para la Liturgia y sus grandes contenidos que encuentran expresión en la celebración. El arte sagrado, en sus múltiples manifestaciones, vive en relación con la infinita belleza de Dios y debe orientar a Dios su alabanza y su gloria. Entre Liturgia, arte y arquitectura no puede haber, entonces, contradicción o dialéctica. Por lo tanto, si es necesario que exista una continuidad teológica-histórica en la Liturgia, esta misma continuidad debe encontrar una expresión visible y coherente también en el arte y en la arquitectura sagrada.
El Papa Benedicto XVI ha afirmado recientemente en un mensaje que “la sociedad habla con el hábito que usa”. ¿Piensa que se podría aplicar esto también a la Liturgia?
En efecto, todos hablamos también a través del hábito que usamos. El hábito es un lenguaje, así como lo es toda forma expresiva sensible. También la liturgia habla con el hábito que usa, es decir, con todas sus formas expresivas, que son múltiples y riquísimas, antiguas y siempre nuevas. En este sentido, “el hábito litúrgico”, para continuar con el término que usted ha usado, debe ser siempre verdadero, en plena sintonía con la verdad del misterio celebrado. El signo externo debe estar en relación coherente con el misterio de la salvación realizado en el rito. Y, no debe ser nunca olvidado, el hábito propio de la liturgia es un hábito de santidad: allí encuentra expresión, de hecho, la Santidad de Dios. A esa Santidad estamos llamados a dirigirnos, de esa Santidad estamos llamados a revestirnos, realizando así la plenitud de la participación.
En una entrevista a L’Osservatore Romano, usted ha señalado los principales cambios realizados desde que ha asumido el cargo de Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias. ¿Podía recordarlos y explicar su significado?
Afirmando, en primer lugar, que los cambios a los que usted se refiere deben ser leídos en el signo de un desarrollo en la continuidad con el pasado, incluso el más reciente, recuerdo uno en particular: la ubicación de la cruz en el centro del altar. Esta ubicación tiene la capacidad de traducir, también en el signo externo, la orientación correcta de la celebración en el momento de la Liturgia Eucarística, cuando celebrante y asamblea no se miran recíprocamente sino que miran juntos hacia el Señor. Por otra parte, la relación altar-cruz permite resaltar mejor, junto al aspecto de banquete, la dimensión sacrificial de la Misa, cuya relevancia es siempre esencial y, por lo tanto, es necesario que encuentre siempre una expresión bien visible en el rito.
Hemos notado que el Santo Padre, desde hace algún tiempo, da siempre la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas. ¿Quiere ser esto un ejemplo para toda la Iglesia y un estímulo para que los fieles reciban a Nuestro Señor con mayor devoción?
Como se sabe, la distribución de la Santa Comunión en la mano sigue siendo hasta ahora, desde el punto de vista jurídico, un indulto a la ley universal concedido por la Santa Sede a aquellas Conferencias Episcopales que lo han solicitado. Y cada fiel, incluso en presencia del eventual indulto, tiene el derecho de elegir el modo para acercarse a la Comunión. Benedicto XVI, comenzando a distribuir la Comunión en la boca y de rodillas con ocasión de la solemnidad del Corpus Domini del año pasado, en plena consonancia con lo que está previsto en la normativa litúrgica actual, ha querido posiblemente señalar una preferencia por esta modalidad. Por otro lado, se puede también intuir el motivo de esta preferencia: se ilumina mejor la verdad de la presencia real en la Eucaristía, se ayuda a la devoción de los fieles, se introduce con más facilidad en el sentido del misterio.
El Motu Proprio Summorum Pontificum se presenta como uno de los actos más importantes del pontificado de Benedicto XVI. ¿Cuál es su opinión?
No sé decir si es uno de los más importantes pero sin duda es un acto importante. Y lo es no sólo porque se trata de un paso muy significativo en vistas a una reconciliación en el interior de la Iglesia, no sólo porque expresa el deseo de que se llegue a un recíproco enriquecimiento entre las dos formas del rito romano (ordinaria y extraordinaria), sino también porque es la indicación precisa, en el plano normativo y litúrgico, de aquella continuidad teológica que el Santo Padre había presentado como la única hermenéutica correcta para la lectura y la comprensión de la vida de la Iglesia y, en especial, del Concilio Vaticano II.
¿Cuál es, en su opinión, la importancia del silencio en la Liturgia y en la vida de la Iglesia?
Es una importancia fundamental. El silencio es necesario en la vida del hombre porque el hombre vive de palabras y de silencios. El silencio es aún más necesario en la vida del creyente que allí encuentra un momento insustituible de la propia experiencia del misterio de Dios. No se sustrae a esta necesidad la vida de la Iglesia y, en la Iglesia, la Liturgia. Aquí el silencio quiere decir escucha y atención al Señor, a su presencia y a su Palabra; y, junto a ello, implica la actitud de adoración. La adoración, dimensión necesaria del acto litúrgico, expresa la incapacidad humana de pronunciar palabras, permaneciendo “sin palabras” ante la grandeza del misterio de Dios y la belleza de su amor.
La celebración litúrgica está hecha de palabras, de cantos, de música, de gestos… Está hecha también del silencio y de silencios. Si estos faltaran o no fueran suficientemente subrayados, la Liturgia no sería plenamente ella misma porque estaría privada de una dimensión insustituible de su naturaleza.
Hoy en día se escuchan, durante las celebraciones litúrgicas, las músicas más diversas. ¿Qué música, según usted, es más adecuada para acompañar la Liturgia?
Como nos recuerda el Santo Padre Benedicto XVI, y con él toda la tradición pasada y reciente de la Iglesia, hay un canto propio de la liturgia y es el canto gregoriano que, como tal, constituye un criterio permanente para la música litúrgica. Como también constituye un criterio permanente la gran polifonía de la época de la renovación católica, que encuentra su expresión más alta en Palestrina.
Junto a estas formas insustituibles del canto litúrgico, encontramos las múltiples manifestaciones del canto popular, importantísimas y necesarias: siempre que se adhieran a aquel criterio permanente por el cual el canto y la música tienen derecho de ciudadanía en la Liturgia en la medida en que brotan de la oración y conducen a la oración, permitiendo así una participación auténtica en el misterio celebrado.
Fuente: Oficina de las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
Diría que sí. Por otra parte, cabe señalar que el primer volumen de la Opera omnia del Santo Padre, de próxima publicación también en Italia, es precisamente el dedicado a los escritos que tienen como objeto la Liturgia. En el prefacio al volumen, el mismo Joseph Ratzinger subraya este hecho, señalando que la precedencia dada a los escritos litúrgicos no es casual sino deseada: siguiendo al Concilio Vaticano II, que promulgó como primer documento la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, seguida de otra gran Constitución sobre la Iglesia. Es en la Liturgia, de hecho, donde se manifiesta el misterio de la Iglesia. Se comprende, entonces, el motivo por el que la Liturgia es uno de los temas principales del pontificado de Benedicto XVI: desde la Liturgia se pone en marcha la renovación y la reforma de la Iglesia.
¿Existe una relación entre la Liturgia y el arte y la arquitectura sagrada? El llamado del Papa a una continuidad de la Iglesia en el campo litúrgico, ¿no debería extenderse también al arte y la arquitectura sagrada?
Existe, ciertamente, una relación vital entre la Liturgia, el arte y la arquitectura sagrada. También porque el arte y la arquitectura sagrada, precisamente en cuanto tales, deben resultar idóneos para la Liturgia y sus grandes contenidos que encuentran expresión en la celebración. El arte sagrado, en sus múltiples manifestaciones, vive en relación con la infinita belleza de Dios y debe orientar a Dios su alabanza y su gloria. Entre Liturgia, arte y arquitectura no puede haber, entonces, contradicción o dialéctica. Por lo tanto, si es necesario que exista una continuidad teológica-histórica en la Liturgia, esta misma continuidad debe encontrar una expresión visible y coherente también en el arte y en la arquitectura sagrada.
El Papa Benedicto XVI ha afirmado recientemente en un mensaje que “la sociedad habla con el hábito que usa”. ¿Piensa que se podría aplicar esto también a la Liturgia?
En efecto, todos hablamos también a través del hábito que usamos. El hábito es un lenguaje, así como lo es toda forma expresiva sensible. También la liturgia habla con el hábito que usa, es decir, con todas sus formas expresivas, que son múltiples y riquísimas, antiguas y siempre nuevas. En este sentido, “el hábito litúrgico”, para continuar con el término que usted ha usado, debe ser siempre verdadero, en plena sintonía con la verdad del misterio celebrado. El signo externo debe estar en relación coherente con el misterio de la salvación realizado en el rito. Y, no debe ser nunca olvidado, el hábito propio de la liturgia es un hábito de santidad: allí encuentra expresión, de hecho, la Santidad de Dios. A esa Santidad estamos llamados a dirigirnos, de esa Santidad estamos llamados a revestirnos, realizando así la plenitud de la participación.
En una entrevista a L’Osservatore Romano, usted ha señalado los principales cambios realizados desde que ha asumido el cargo de Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias. ¿Podía recordarlos y explicar su significado?
Afirmando, en primer lugar, que los cambios a los que usted se refiere deben ser leídos en el signo de un desarrollo en la continuidad con el pasado, incluso el más reciente, recuerdo uno en particular: la ubicación de la cruz en el centro del altar. Esta ubicación tiene la capacidad de traducir, también en el signo externo, la orientación correcta de la celebración en el momento de la Liturgia Eucarística, cuando celebrante y asamblea no se miran recíprocamente sino que miran juntos hacia el Señor. Por otra parte, la relación altar-cruz permite resaltar mejor, junto al aspecto de banquete, la dimensión sacrificial de la Misa, cuya relevancia es siempre esencial y, por lo tanto, es necesario que encuentre siempre una expresión bien visible en el rito.
Hemos notado que el Santo Padre, desde hace algún tiempo, da siempre la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas. ¿Quiere ser esto un ejemplo para toda la Iglesia y un estímulo para que los fieles reciban a Nuestro Señor con mayor devoción?
Como se sabe, la distribución de la Santa Comunión en la mano sigue siendo hasta ahora, desde el punto de vista jurídico, un indulto a la ley universal concedido por la Santa Sede a aquellas Conferencias Episcopales que lo han solicitado. Y cada fiel, incluso en presencia del eventual indulto, tiene el derecho de elegir el modo para acercarse a la Comunión. Benedicto XVI, comenzando a distribuir la Comunión en la boca y de rodillas con ocasión de la solemnidad del Corpus Domini del año pasado, en plena consonancia con lo que está previsto en la normativa litúrgica actual, ha querido posiblemente señalar una preferencia por esta modalidad. Por otro lado, se puede también intuir el motivo de esta preferencia: se ilumina mejor la verdad de la presencia real en la Eucaristía, se ayuda a la devoción de los fieles, se introduce con más facilidad en el sentido del misterio.
El Motu Proprio Summorum Pontificum se presenta como uno de los actos más importantes del pontificado de Benedicto XVI. ¿Cuál es su opinión?
No sé decir si es uno de los más importantes pero sin duda es un acto importante. Y lo es no sólo porque se trata de un paso muy significativo en vistas a una reconciliación en el interior de la Iglesia, no sólo porque expresa el deseo de que se llegue a un recíproco enriquecimiento entre las dos formas del rito romano (ordinaria y extraordinaria), sino también porque es la indicación precisa, en el plano normativo y litúrgico, de aquella continuidad teológica que el Santo Padre había presentado como la única hermenéutica correcta para la lectura y la comprensión de la vida de la Iglesia y, en especial, del Concilio Vaticano II.
¿Cuál es, en su opinión, la importancia del silencio en la Liturgia y en la vida de la Iglesia?
Es una importancia fundamental. El silencio es necesario en la vida del hombre porque el hombre vive de palabras y de silencios. El silencio es aún más necesario en la vida del creyente que allí encuentra un momento insustituible de la propia experiencia del misterio de Dios. No se sustrae a esta necesidad la vida de la Iglesia y, en la Iglesia, la Liturgia. Aquí el silencio quiere decir escucha y atención al Señor, a su presencia y a su Palabra; y, junto a ello, implica la actitud de adoración. La adoración, dimensión necesaria del acto litúrgico, expresa la incapacidad humana de pronunciar palabras, permaneciendo “sin palabras” ante la grandeza del misterio de Dios y la belleza de su amor.
La celebración litúrgica está hecha de palabras, de cantos, de música, de gestos… Está hecha también del silencio y de silencios. Si estos faltaran o no fueran suficientemente subrayados, la Liturgia no sería plenamente ella misma porque estaría privada de una dimensión insustituible de su naturaleza.
Hoy en día se escuchan, durante las celebraciones litúrgicas, las músicas más diversas. ¿Qué música, según usted, es más adecuada para acompañar la Liturgia?
Como nos recuerda el Santo Padre Benedicto XVI, y con él toda la tradición pasada y reciente de la Iglesia, hay un canto propio de la liturgia y es el canto gregoriano que, como tal, constituye un criterio permanente para la música litúrgica. Como también constituye un criterio permanente la gran polifonía de la época de la renovación católica, que encuentra su expresión más alta en Palestrina.
Junto a estas formas insustituibles del canto litúrgico, encontramos las múltiples manifestaciones del canto popular, importantísimas y necesarias: siempre que se adhieran a aquel criterio permanente por el cual el canto y la música tienen derecho de ciudadanía en la Liturgia en la medida en que brotan de la oración y conducen a la oración, permitiendo así una participación auténtica en el misterio celebrado.
Fuente: Oficina de las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo