Benedicto XVI preside el “Corpus Christi” en San Juan de Letrán
ROMA, jueves 3 de junio de 2010 (ZENIT.org).- El sacerdocio de Cristo no tiene nada que ver con el sacerdocio ritual de Israel, sino que es algo completamente nuevo en la historia, explicó hoy el Papa Benedicto XVI, durante la homilía que pronunció en la tradicional celebración en Roma de la Solemnidad del Corpus Christi, en el atrio de la Basílica de san Juan de Letrán.
Este año, a punto de concluir el Año Sacerdotal, el Papa centró su reflexión en el sacerdocio de Cristo y en su relación con la Eucaristía, explicando la novedad que éste ha aportado en la relación del hombre con Dios.
Jesús “no era un sacerdote según la tradición judaica. La suya no era una familia sacerdotal. No pertenecía a la descendencia de Aarón, sino a la de Judá, y por tanto legalmente le estaba excluida la vía del sacerdocio”, afirmó el Papa.
La persona y la actividad de Jesús “no se colocan en la estela de los sacerdotes antiguos, sino más bien en la de los profetas”, añadió. Era “un Mesías no sacerdotal, sino profético y real”.
Así, prosiguió el Papa, Jesús “tomó distancia con una concepción ritual de la religión, criticando la postura que daba mayor valor a los preceptos humanos ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, es decir, al amor de Dios y al prójimo”.
“También su muerte, que nosotros los cristianos llamamos justamente 'sacrificio', no tenía nada de los sacrificios antiguos, al contrario, era totalmente lo opuesto: la ejecución de una condena a muerte, por crucifixión, la más infamante, sucedida fuera de los muros de Jerusalén”.
Sin embargo, recordó el Papa, en el Antiguo Testamento hay una figura sorprendente, en la vida de Abraham: Melquisedec, el rey pagano de Salem (la actual Jerusalén), que era “sacerdote del Dios Altísimo” y que “ofreció pan y vino”.
Sobre este personaje breve y oscuro, vuelve la Escritura en los salmos para profetizar que el Rey Mesías sería “sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec”.
“Y esto es lo que hizo Jesús en la Última Cena: ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y a su propia misión. En ese acto, en la oración que lo precede y en las palabras que lo acompañan está todo el sentido del misterio de Cristo”, explicó el Papa.
“El designio de amor de Dios ha podido realizarse perfectamente en Jesús, que, habiendo obedecido hasta el extremo de la muerte en cruz, se ha convertido en 'causa de salvación' para todos aquellos que Le obedecen”.
Jesús es el Sumo Sacerdote que “toma Él mismo sobre sí todo el pecado del mundo”. “Es el Padre el que le confiere este sacerdocio en el momento mismo en que Jesús atraviesa el paso de su muerte y resurrección. No es un sacerdocio según el ordenamiento de la ley mosaica, sino según el orden de Melquisedec, según un orden profético, dependiente sólo de su relación singular con Dios”.
Él, añadió el Papa, “no era sacerdote según la Ley, pero lo ha llegado a ser de forma existencial en su Pascua de pasión, muerte y resurrección: se ofreció a sí mismo en expiación y el Padre, exhaltándolo por encima de toda criatura, lo ha constituido Mediador universal de salvación”.
En la Última Cena, Jesús “actúa movido por ese "espíritu eterno" con el que se ofrecerá después sobre la Cruz”.
“Es el amor divino que transforma: el amor con que Jesús acepta por anticipado darse completamente a sí mismo por nosotros. Este amor no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que consagra el pan y el vino y cambia su sustancia en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, haciendo presente en el Sacramento el mismo Sacrificio que se realiza después de forma cruenta en la Cruz”, añadió el Papa.
El Espíritu “transforma la extrema violencia y la extrema injusticia en un acto supremo de amor y de justicia”.
“Esta es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y del ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios”, concluyó.