Tú eres el árbol de la vida
El 14 de Septiembre, al igual que todas las demás tradiciones litúrgicas de oriente y occidente, también la Siro-Occidental celebra la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Fiesta es de origen jerosolimitano; vinculada a la dedicación de la Basílica de la Resurrección, edificada en el año 335 sobre la tumba del Señor, y a la celebración del hallazgo de la reliquia de la Cruz por parte de la emperatriz Elena, madre del emperador Constantino.
Los textos del Oficio subrayan con claridad, en primer lugar, el tema de la Cruz como arma de victoria para los cristianos: “Marcado nuestro rostro con la imagen preciosa de la Cruz, Tú nos haces la gracia, oh Dios, de ser preservados del enemigo y de vencer sus sugestiones. La Cruz santa sea para nosotros un arma invencible contra el enemigo”.
La Fiesta implica en la alabanza a toda la creación que le canta a la Cruz como lugar donde tiene lugar la salvación, con expresiones cristológicas propias de la tradición siríaca: “Celebrando la exaltación de la Cruz asperjada con las gotas de la sangre vivificante del Verbo de Dios encarnado, los ejércitos del cielo entonan la alabanza y exultan por la salvación del género humano. Venid pueblos, adorad la Cruz de salvación, por la que el mundo ha obtenido la nueva vida”.
En Vísperas, la Liturgia Siro-Occidental, une en primer lugar la exaltación de la Cruz con los emperadores Constantino y Elena, pero sobretodo con la vida de la Iglesia misma que la tiene como honra y apoyo: “Hoy la Cruz se apareció a Constantino y Elena como signo de victoria. Hoy los apóstoles se regocijan y con Pablo cantan: nuestra Honra es la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hoy los mártires y los confesores exultan porque Tú, oh Cristo, colgado en la Cruz, eres su recompensa. Hoy la santa Iglesia se alegra porque está la Reina sentada a tu diestra vestida con tu Cruz”.
En varios himnos, Efrén el Sirio habla de la Cruz de Cristo como timón de la nave, que es la Iglesia, y que Cristo, el piloto, conduce a puerto tranquilo. En un segundo momento, introduciendo siempre la palabra “hoy”, la Liturgia de la Fiesta se centra en la lectura, en clave cristológica, de una larga serie de hechos veterotestamentarios que prefiguran la Redención de Cristo, llevada a cabo por medio de su Cruz: “Hoy Abraham exulta porque el misterio de la Cruz le fue revelado por medio del cordero que vió enredado en la maleza. Hoy Moisés, el primero de los profetas, se alegra porque ha trazado la señal de la Cruz con sus manos extendidas y orantes en forma de cruz. Hoy Eliseo el profeta se alegra por el madero lanzado en el agua y que hizo flotar el pesado hierro, tipo de nuestra naturaleza humana que Tú, oh Cristo, has elevado y honrado por medio de tu Cruz”.
La Cruz es cantada, además, en la Liturgia Siro-Occidental, como árbol de vida, refugio de los cristianos, cumplimiento de todos los misterios de la Iglesia, sabiduría de los creyentes.
Uno de los textos de Vísperas asocia en la alabanza, sin distinción, a Cristo y a la Cruz misma con los mismos títulos cristológicos dados a uno y al otro: “Señor, Rey de la gloria, te alabamos porque has hecho de la Cruz la honra de aquellos que creen en Ti. Tú eres el árbol de la vida para los que en Ti esperan, y eres también el árbol que nunca se marchita, médico y remedio de los que se marchitan en el pecado. Tú eres el árbol de la vida plantado en el centro del paraiso y llevas a todos a la tierra de promisión. Tú eres el cetro de fortaleza enviado de Sión contra los enemigos, vencidos con tu Cruz. Tú eres el misterio secreto y escondido, manifestado a todos los hombres”.
El Oficio nocturno de la Fiesta, dividido en tres partes, prevee el canto de dos salmos para cada una de ellas: los salmos 43 y 60 para la primera; 135 y 138 para la segunda, y el largo cántico de Habacuc (3, 1-19) para la tercera. En este Oficio nocturno encontramos seis himnos de san Efrén el Sirio, dos para cada una de las partes, en los cuales el autor canta el misterio de la Cruz de Cristo con imágenes y símbolos desarrollados en su poesía teológica, donde el leño de la Cruz es siempre fuente de un largo desarrollo simbólico.
Efrén compara a Cristo elevado en la cruz con el carro de los querubines descrito por el profeta Ezequiel: “Cabalga la Cruz, aunque, invisiblemente, cabalgase el carro, el de los querubines. Quedan avergonzados los crucificadores que lo hicieron montarse sobre el leño glorioso revestido de símbolos. He visto la belleza de Adán, imagen de Aquél que lo ha plasmado y la belleza de la Cruz, cabalgadura del Hijo de su Señor”.
Efrén amplía la simbología de la Cruz y la presenta como la espada del querubín colocado a las puertas del paraiso y también como la lanza que mata a la muerte: “Dichoso eres también Tú, Leño viviente, que fuiste una lanza invisible para la muerte. Aquella lanza, de hecho, había golpeado al Hijo: traspasado por ella, con ella mata Él a la muerte. Su lanza ha alejado la lanza, porque su perdón ha destruido nuestro documento de débito. El paraiso se regocijó porque retornaban los expulsados. Sea bendito, Él que mediante su Cruz ha forzado la entrada del paraiso”.
San Efrén pone en paralelo, en uno de sus himnos y con imágenes poéticas muy bellas, los dos árboles, el del paraiso y el de la Cruz. “Y entonces Adán acercándose al árbol, se precipitó hacia el fruto de la higuera. Se hace similar al fruto de la higuera, de cuyas hojas estaba cubierto. Florido de hojas a modo de un madero, Adán fue atrapado por el Leño glorioso, por él se reviste de gloria, por él adquirió el esplendor, por él escuchó la verdad: que sería de nuevo introducido en el Edén”
Finalmente, en uno de los himnos sobre la Crucifixión, Efrén canta el tema evangélico de tomar la propia Cruz y seguir a Cristo, dirigiéndose a Simón de Cirene que lleva la Cruz de Cristo y a Simón Pedro que muere también él en la Cruz: “Dichoso también Tú, Simón, que has llevado durante la vida la Cruz tras nuestro Rey. Dichosos son los que portan las insignias de los reyes pero variaron los reyes con sus insignias. Dichosas tus manos que elevaron y llevaron en procesión la Cruz que se inclinó y te dió la vida. Tu hermano te ha llevado a la morada de la vida y te ha llevado allí, porque tú eres el barco del Reino”.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 15 de Septiembre de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
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