Durante su viaje apostólico a Alemania, el Santo Padre tuvo un breve encuentro con los seminaristas en la Capilla San Carlos Borromeo del Seminario de Friburgo. Dado que no estaba previsto un discurso, Benedicto XVI se dirigió a ellos en forma espontánea. Presentamos la traducción de las valiosas palabras pronunciadas por el Pontífice.
¡Queridos seminaristas, queridos hermanos y hermanas!
Para mí es una gran alegría poder encontrarme con vosotros, jóvenes que se encaminan a servir al Señor, que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera agradecer de modo particularmente caluroso por la bella carta que el Rector del Seminario y los seminaristas me han escrito. Realmente me ha llegado al corazón cómo habéis reflexionado sobre mi carta y sobre ella habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas; con qué seriedad acogéis lo que he intentado proponer y, en base a esto, desarrolláis vuestro propio camino.
Ciertamente lo más bello sería que pudiéramos tener juntos un diálogo, pero el horario del viaje, al cual estoy obligado y debo obedecer, lamentablemente no permite algo así. Por lo tanto sólo puedo tratar de subrayar una vez más algunos pensamientos a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo había escrito.
En el contexto de la pregunta: “¿De qué forma parte el seminario, qué significa este período?” en el fondo me impresiona cada vez más el modo en que San Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: “El Señor constituyó a los Doce”. Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creativo. Y Él los hizo “para que estuvieran con Él y para enviarlos” (cfr. Mc. 3,14): ésta es una doble voluntad que, bajo ciertos aspectos, parece contradictoria.
“Para qué estuvieran con Él”: deben estar con Él, para llegar a conocerlo, para escucharlo, para dejarse plasmar por Él; deben andar con Él, estar con Él en el camino, en torno a Él y detrás de Él. Pero al mismo tiempo deben ser enviados que parten, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los otros hombres en camino –hacia la periferia, en el vasto ambiente, también hacia lo que está muy lejos de Él. Y, sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si ellos están realmente con Él, entonces están siempre también en camino hacia los otros, entonces están en búsqueda de la oveja perdida, entonces van allí, deben transmitir lo que han encontrado, entonces deben hacerlo conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, deben estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, donde quiera que vayan, por más lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios.
Así es también aquí: como sacerdotes debemos salir fuera, en los múltiples caminos en los que se encuentran los hombres, para invitarlos a su banquete nupcial. Pero sólo lo podemos hacer permaneciendo siempre con Él. Y aprender esto, esto de salir fuera, ser enviados y estar con Él, permanecer frente a Él, es – creo –precisamente lo que debemos aprender en el seminario. El modo correcto del permanecer con Él, el estar profundamente enraizados en Él – estar cada vez más con Él, conocerlo cada vez más, para no separarse más de Él – y al mismo tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no tenerlo para uno mismo, sino llevar la Palabra a aquellos que están lejos y que, sin embargo, en cuanto criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.
El seminario es, por lo tanto, un tiempo del ejercitarnos; ciertamente, también del discernir y del aprender: ¿Él me quiere para esto? La vocación debe ser verificada, y de esto forma parte luego la vida comunitaria y forma parte naturalmente el diálogo con los guías espirituales que tenéis, para aprender a discernir lo que es su voluntad. Y aprender la confianza: si Él lo quiere realmente, entonces puedo fiarme de Él.
En el mundo de hoy, que se transforma de modo increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los vínculos humanos se escinden porque ocurren nuevos encuentros, se hace cada vez más difícil creer: yo resistiré para toda la vida. Ya para nosotros, en nuestros tiempos, no era tan fácil imaginar cuántas décadas habría querido darme Dios, cuánto habría cambiado el mundo. ¿Perseveraré con Él así como le he prometido?... Es una pregunta que exige la verificación de la vocación, pero luego – si reconozco: sí, Él me quiere – también la confianza: si me quiere, entonces también me sostendrá; en la hora de la tentación, en la hora del peligro, estará presente y me dará personas, me mostrará caminos, me sostendrá. Y la fidelidad es posible porque Él está siempre presente, y porque Él existe ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece sólo a este tiempo sino que también es futuro y puede sostenernos en todo momento.
Un tiempo de discernimiento, de aprendizaje, de llamada… Y luego, naturalmente, en cuanto tiempo del estar con Él, tiempo de oración, de escucharlo a Él. Escuchar, aprender a escucharlo realmente – en la Palabra de la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la liturgia de la Iglesia – y aprender el hoy en su Palabra.
En la exégesis aprendemos muchas cosas sobre el ayer: todo lo que estaba entonces, qué fuentes había, qué comunidades existían y así sucesivamente. También esto es importante. Pero más importante es que en este ayer nosotros aprendamos el hoy; que Él habla ahora con estas palabras y que éstas contienen su hoy y que, más allá de su inicio histórico, llevan en sí mismas una plenitud que habla a todos los tiempos. Y es importante aprender esta actualidad de su hablar – aprender y escuchar – y así poder hablar de esto a los otros hombres. Ciertamente, cuando se prepara la homilía para el domingo, este hablar… ¡Dios mío!, ¡parece ha menudo muy lejano! Pero si yo vivo con la Palabra, entonces veo que, de hecho, no es lejana, es actualísima, está presente ahora, concierne a los otros y a mí. Y entonces aprendo también a explicarla. Pero para esto se necesita un camino constante con la Palabra de Dios.
El estar personalmente con Cristo, con el Dios viviente, es una cosa; la otra cosa es que siempre podemos creer solamente en el “nosotros”. A veces digo: san Pablo escribió “La fe viene de la escucha” – no del leer. Tiene necesidad también del leer pero viene de la escucha, es decir, de la palabra viviente, de las palabras que los otros me dirigen y puedo oír; de las palabras de la Iglesia a través de todos los tiempos, de la palabra actual que ella me dirige mediante los sacerdotes, los obispos, los hermanos y las hermanas. Forma parte de la fe el “tú” del prójimo y forma parte de la fe el “nosotros”.
Y precisamente ejercitarnos en este soportarnos mutuamente es algo muy importante; aprender a acoger al otro como otro en su diferencia, y aprender que él debe soportarme en mi diferencia, para convertirnos en un “nosotros”, a fin que un día en la parroquia podemos formar una comunidad, llamar a las personas a entrar en la comunidad de la Palabra y estar en juntos en camino hacia el Dios viviente. Forma parte de esto el “nosotros” muy concreto, como es el seminario, como lo será la parroquia, pero luego siempre también el mirar más allá del “nosotros” concreto y limitado hacia el gran “nosotros” de la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo, para no hacer de nosotros el criterio absoluto.
Cuando decimos “Nosotros somos Iglesia”, sí, es verdad, somos nosotros, no cualquier persona. Pero el “nosotros” es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El “nosotros” es la entera comunidad de los fieles, de hoy y de todos los lugares y de todos los tiempos. Y digo luego siempre: en la comunidad de los fieles, sí, allí existe, por así decir, el juicio de la mayoría de hecho, pero no puede haber nunca una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: esto sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡seámoslo! ¡Seámoslo precisamente en el abrirnos e en el ir más allá de nosotros mismos y en el serlo juntamente con los otros!
Creo que, en razón del horario, tal vez debería concluir. Quisiera sólo deciros todavía algo.
La preparación al sacerdocio, el camino hacia él, requiere en primer lugar también el estudio. No se trata de una casualidad académica que se ha formado en la Iglesia de Occidente, sino que es algo esencial. Todos sabemos que san Pedro ha dicho: “Estad siempre prontos para dar, a quien os lo pidiere, la razón (logos) de vuestra esperanza” (cfr. 1Pedro 3,15).
Nuestro mundo actual es un mundo racionalista y condicionado por el cientificismo, también si muy a menudo se trata de un cientificismo sólo aparente. Pero el espíritu del cientificismo, del comprender, del explicar, del poder saber, del rechazo de todo lo que no es racional, es dominante en nuestro tiempo. En esto hay también algo grande, aún si con frecuencia se esconde detrás mucha presunción e insensatez. La fe no es un mundo paralelo del sentimiento, al que nos permitimos adherirnos, sino que es lo que abraza el todo, le da sentido, lo interpreta y le da también las directivas éticas interiores, a fin que sea comprendido y vivido en vista de Dios y a partir de Dios. Por eso es importante estar informados, comprender, tener la mente abierta, aprender. Naturalmente, dentro de veinte años estarán de moda corrientes filosóficas totalmente distintas de las de hoy: si pienso en lo que entre nosotros era la más alta y la más moderna moda filosófica y veo como todo esto está ya olvidado… Sin embargo, no es inútil aprender estas cosas, porque en ellas hay también elementos duraderos. Y sobre todo con esto aprendemos a juzgar, a seguir mentalmente un pensamiento – y a hacerlo de modo crítico – y aprendemos a hacer que, en el pensar, la luz de Dios nos ilumine y no se apague.
Estudiar es esencial: sólo así podemos hacer frente a nuestro tiempo y anunciar el logos de nuestra fe. Estudiar también de modo crítico – en la conciencia de que mañana otro dirá algo diverso – pero ser estudiantes atentos y abiertos y humildes, para estudiar siempre con el Señor, frente al Señor y por el Señor.
Sí, podría decir todavía muchas cosas, y tal vez debería hacerlo… Pero agradezco por la escucha. Y en la oración todos los seminaristas del mundo están presentes en mi corazón – no así tan bien, con los nombres singulares, como los he recibido aquí, pero sin embargo en un camino interior hacia el Señor: que Él bendiga a todos, a todos les de luz y a todos les indique el camino correcto, y nos regale muchos buenos sacerdotes.
Gracias de corazón.
Fuente: Sitio de la Santa Sede
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
¡Queridos seminaristas, queridos hermanos y hermanas!
Para mí es una gran alegría poder encontrarme con vosotros, jóvenes que se encaminan a servir al Señor, que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera agradecer de modo particularmente caluroso por la bella carta que el Rector del Seminario y los seminaristas me han escrito. Realmente me ha llegado al corazón cómo habéis reflexionado sobre mi carta y sobre ella habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas; con qué seriedad acogéis lo que he intentado proponer y, en base a esto, desarrolláis vuestro propio camino.
Ciertamente lo más bello sería que pudiéramos tener juntos un diálogo, pero el horario del viaje, al cual estoy obligado y debo obedecer, lamentablemente no permite algo así. Por lo tanto sólo puedo tratar de subrayar una vez más algunos pensamientos a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo había escrito.
En el contexto de la pregunta: “¿De qué forma parte el seminario, qué significa este período?” en el fondo me impresiona cada vez más el modo en que San Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: “El Señor constituyó a los Doce”. Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creativo. Y Él los hizo “para que estuvieran con Él y para enviarlos” (cfr. Mc. 3,14): ésta es una doble voluntad que, bajo ciertos aspectos, parece contradictoria.
“Para qué estuvieran con Él”: deben estar con Él, para llegar a conocerlo, para escucharlo, para dejarse plasmar por Él; deben andar con Él, estar con Él en el camino, en torno a Él y detrás de Él. Pero al mismo tiempo deben ser enviados que parten, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los otros hombres en camino –hacia la periferia, en el vasto ambiente, también hacia lo que está muy lejos de Él. Y, sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si ellos están realmente con Él, entonces están siempre también en camino hacia los otros, entonces están en búsqueda de la oveja perdida, entonces van allí, deben transmitir lo que han encontrado, entonces deben hacerlo conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, deben estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, donde quiera que vayan, por más lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios.
Así es también aquí: como sacerdotes debemos salir fuera, en los múltiples caminos en los que se encuentran los hombres, para invitarlos a su banquete nupcial. Pero sólo lo podemos hacer permaneciendo siempre con Él. Y aprender esto, esto de salir fuera, ser enviados y estar con Él, permanecer frente a Él, es – creo –precisamente lo que debemos aprender en el seminario. El modo correcto del permanecer con Él, el estar profundamente enraizados en Él – estar cada vez más con Él, conocerlo cada vez más, para no separarse más de Él – y al mismo tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no tenerlo para uno mismo, sino llevar la Palabra a aquellos que están lejos y que, sin embargo, en cuanto criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.
El seminario es, por lo tanto, un tiempo del ejercitarnos; ciertamente, también del discernir y del aprender: ¿Él me quiere para esto? La vocación debe ser verificada, y de esto forma parte luego la vida comunitaria y forma parte naturalmente el diálogo con los guías espirituales que tenéis, para aprender a discernir lo que es su voluntad. Y aprender la confianza: si Él lo quiere realmente, entonces puedo fiarme de Él.
En el mundo de hoy, que se transforma de modo increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los vínculos humanos se escinden porque ocurren nuevos encuentros, se hace cada vez más difícil creer: yo resistiré para toda la vida. Ya para nosotros, en nuestros tiempos, no era tan fácil imaginar cuántas décadas habría querido darme Dios, cuánto habría cambiado el mundo. ¿Perseveraré con Él así como le he prometido?... Es una pregunta que exige la verificación de la vocación, pero luego – si reconozco: sí, Él me quiere – también la confianza: si me quiere, entonces también me sostendrá; en la hora de la tentación, en la hora del peligro, estará presente y me dará personas, me mostrará caminos, me sostendrá. Y la fidelidad es posible porque Él está siempre presente, y porque Él existe ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece sólo a este tiempo sino que también es futuro y puede sostenernos en todo momento.
Un tiempo de discernimiento, de aprendizaje, de llamada… Y luego, naturalmente, en cuanto tiempo del estar con Él, tiempo de oración, de escucharlo a Él. Escuchar, aprender a escucharlo realmente – en la Palabra de la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la liturgia de la Iglesia – y aprender el hoy en su Palabra.
En la exégesis aprendemos muchas cosas sobre el ayer: todo lo que estaba entonces, qué fuentes había, qué comunidades existían y así sucesivamente. También esto es importante. Pero más importante es que en este ayer nosotros aprendamos el hoy; que Él habla ahora con estas palabras y que éstas contienen su hoy y que, más allá de su inicio histórico, llevan en sí mismas una plenitud que habla a todos los tiempos. Y es importante aprender esta actualidad de su hablar – aprender y escuchar – y así poder hablar de esto a los otros hombres. Ciertamente, cuando se prepara la homilía para el domingo, este hablar… ¡Dios mío!, ¡parece ha menudo muy lejano! Pero si yo vivo con la Palabra, entonces veo que, de hecho, no es lejana, es actualísima, está presente ahora, concierne a los otros y a mí. Y entonces aprendo también a explicarla. Pero para esto se necesita un camino constante con la Palabra de Dios.
El estar personalmente con Cristo, con el Dios viviente, es una cosa; la otra cosa es que siempre podemos creer solamente en el “nosotros”. A veces digo: san Pablo escribió “La fe viene de la escucha” – no del leer. Tiene necesidad también del leer pero viene de la escucha, es decir, de la palabra viviente, de las palabras que los otros me dirigen y puedo oír; de las palabras de la Iglesia a través de todos los tiempos, de la palabra actual que ella me dirige mediante los sacerdotes, los obispos, los hermanos y las hermanas. Forma parte de la fe el “tú” del prójimo y forma parte de la fe el “nosotros”.
Y precisamente ejercitarnos en este soportarnos mutuamente es algo muy importante; aprender a acoger al otro como otro en su diferencia, y aprender que él debe soportarme en mi diferencia, para convertirnos en un “nosotros”, a fin que un día en la parroquia podemos formar una comunidad, llamar a las personas a entrar en la comunidad de la Palabra y estar en juntos en camino hacia el Dios viviente. Forma parte de esto el “nosotros” muy concreto, como es el seminario, como lo será la parroquia, pero luego siempre también el mirar más allá del “nosotros” concreto y limitado hacia el gran “nosotros” de la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo, para no hacer de nosotros el criterio absoluto.
Cuando decimos “Nosotros somos Iglesia”, sí, es verdad, somos nosotros, no cualquier persona. Pero el “nosotros” es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El “nosotros” es la entera comunidad de los fieles, de hoy y de todos los lugares y de todos los tiempos. Y digo luego siempre: en la comunidad de los fieles, sí, allí existe, por así decir, el juicio de la mayoría de hecho, pero no puede haber nunca una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: esto sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡seámoslo! ¡Seámoslo precisamente en el abrirnos e en el ir más allá de nosotros mismos y en el serlo juntamente con los otros!
Creo que, en razón del horario, tal vez debería concluir. Quisiera sólo deciros todavía algo.
La preparación al sacerdocio, el camino hacia él, requiere en primer lugar también el estudio. No se trata de una casualidad académica que se ha formado en la Iglesia de Occidente, sino que es algo esencial. Todos sabemos que san Pedro ha dicho: “Estad siempre prontos para dar, a quien os lo pidiere, la razón (logos) de vuestra esperanza” (cfr. 1Pedro 3,15).
Nuestro mundo actual es un mundo racionalista y condicionado por el cientificismo, también si muy a menudo se trata de un cientificismo sólo aparente. Pero el espíritu del cientificismo, del comprender, del explicar, del poder saber, del rechazo de todo lo que no es racional, es dominante en nuestro tiempo. En esto hay también algo grande, aún si con frecuencia se esconde detrás mucha presunción e insensatez. La fe no es un mundo paralelo del sentimiento, al que nos permitimos adherirnos, sino que es lo que abraza el todo, le da sentido, lo interpreta y le da también las directivas éticas interiores, a fin que sea comprendido y vivido en vista de Dios y a partir de Dios. Por eso es importante estar informados, comprender, tener la mente abierta, aprender. Naturalmente, dentro de veinte años estarán de moda corrientes filosóficas totalmente distintas de las de hoy: si pienso en lo que entre nosotros era la más alta y la más moderna moda filosófica y veo como todo esto está ya olvidado… Sin embargo, no es inútil aprender estas cosas, porque en ellas hay también elementos duraderos. Y sobre todo con esto aprendemos a juzgar, a seguir mentalmente un pensamiento – y a hacerlo de modo crítico – y aprendemos a hacer que, en el pensar, la luz de Dios nos ilumine y no se apague.
Estudiar es esencial: sólo así podemos hacer frente a nuestro tiempo y anunciar el logos de nuestra fe. Estudiar también de modo crítico – en la conciencia de que mañana otro dirá algo diverso – pero ser estudiantes atentos y abiertos y humildes, para estudiar siempre con el Señor, frente al Señor y por el Señor.
Sí, podría decir todavía muchas cosas, y tal vez debería hacerlo… Pero agradezco por la escucha. Y en la oración todos los seminaristas del mundo están presentes en mi corazón – no así tan bien, con los nombres singulares, como los he recibido aquí, pero sin embargo en un camino interior hacia el Señor: que Él bendiga a todos, a todos les de luz y a todos les indique el camino correcto, y nos regale muchos buenos sacerdotes.
Gracias de corazón.
Fuente: Sitio de la Santa Sede
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo