quinta-feira, 28 de abril de 2011

Tornielli: Por qué Juan Pablo II no fue “santo subito”


Artículo de Andrea Tornielli, publicado en el periódico La Stampa del 27 de abril.

En las primeras semanas de su pontificado, Benedicto XVI tomó seriamente en consideración el pedido de proclamar al Papa Wojtyla “santo subito”, es decir, de abrir directamente un proceso para la canonización saltando el paso intermedio de la beatificación. Un evento que habría sido sin precedentes en la época moderna. Ratzinger no dijo no de inmediato y valoró la propuesta que daba forma a una aspiración del mismo secretario particular de Wojtyla, Stanislaw Dziwisz.

Pidió consejo a algunos colaboradores de la Curia romana y finalmente estableció permitir de inmediato la apertura del proceso, sin esperar los cinco años desde la muerte, pero sin omitir el grado de beato.

Es necesario volver a la gran emoción de los días sucesivos a la muerte de Juan Pablo II para comprender lo que ocurrió en los sagrados palacios del otro lado del Tíber. Los cardenales, mientras se reunían para decidir el desarrollo de los funerales y preparar el cónclave del cual saldría elegido Benedicto XVI, podían ver la fila ininterrumpida de personas que pasaban frente a los restos mortales de Wojtyla.

El cardenal eslovaco Josef Tomko, prefecto emérito de Propaganda Fide y amigo del Pontífice recién fallecido, se hizo promotor de una recolección de firmas entre los colegas purpurados para pedir al nuevo Papa, quienquiera que fuese, abrir la causa para llevar al predecesor a los altares.

El entonces decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, en la homilía de la Misa fúnebre habló de Wojtyla asomado a la ventana del cielo, y sus palabras fueron consideradas como un viático a la aureola.

Inmediatamente después de la elección, fue el cardenal Ruini quien presentó la petición de los purpurados. Por parte de Dziwisz, en cambio, llegó a Benedicto XVI la sugerencia de proceder con la proclamación de “santo subito”.

Ratzinger, que había conocido de cerca a Wojtyla y había sido uno de sus más antiguos y estrechos colaboradores, quiso valorar con calma los pro y contra: por una parte, la fama de santidad difundida a nivel popular y la excepcionalidad de la figura del predecesor; por otra, las reglas canónicas y el impacto que tal excepción habría tenido pasando inmediatamente a una proclamación de santidad.

El nuevo Papa sabía bien que algo similar había sido tomado en consideración apenas dos años antes, en junio de 2003, cuando el Secretario de Estado Angelo Sodano había escrito una carta en nombre de Juan Pablo II a algunos cardenales de la Curia Romana, pidiendo su parecer sobre la posibilidad de proclamar santa directamente a la madre Teresa de Calcuta, sin pasar por la beatificación. Al Papa Wojtyla aquella idea no le disgustaba, pero quiso consultar a los colaboradores, que la desaconsejaron. Así, Madre Teresa se convirtió en beata pero no santa.

Consultados algunos colaboradores, Benedicto XVI siguió la misma línea. Decidió derogar la espera de los cinco años pero estableció que la causa del predecesor, aún siguiendo un carril preferencial en cuanto a los tiempos, tuviese lugar según los procedimientos regulares, sin atajos ni descuentos. El hecho de que a apenas seis años de la muerte Juan Pablo II se convierta en beato es ya de por sí un hecho excepcional. Desde hacía más de un milenio, de hecho, un Papa no elevaba a los altares a su inmediato predecesor.

Él último Papa que se habría querido “santo subito”, antes de Wojtyla, fue Juan XXIII: los padres del Vaticano II propusieron a su sucesor Pablo VI canonizarlo en el Concilio, por aclamación. También aquella vez el Papa eligió actuar de modo diverso e hizo comenzar un proceso regular para Roncalli, acompañado de otro proceso para Pío XII.