segunda-feira, 28 de fevereiro de 2011

Antonio Cañizares: “Solo la vida litúrgica podrá volvernos verdaderamente a Dios”



El Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos habla de la  “reforma de la reforma”

¿Hay un retroceso en materia litúrgica? ¿Cuáles son las claves de la “reforma de la reforma”?

No sé si podemos hablar de retroceso, porque primero habría que saber si antes ha habido o no un avance, o en qué puntos y en qué aspectos se ha dado ese progreso; también pudiera suceder que, en algunas ocasiones y subjetivamente, se haya considerado o visto como avance lo que en realidad no lo era, o no lo era suficientemente, o no se apoyaba en los fundamentos en que debería sustentarse. Nadie puede poner en duda que el Vaticano II ha puesto la sagrada liturgia, con la Palabra de Dios, en el centro de la vida y misión de la Iglesia; es muy significativo, en el lenguaje de los acontecimientos por los que Dios habla, el hecho de que la Constitución Sacrosanctum Concilium fuese el primer texto aprobado; es innegable, además, que desde allí se ha producido una gran renovación litúrgica.

Ahora bien, ¿se puede afirmar que todo lo que se ha hecho y hace es la renovación querida por el Concilio? ¿La renovación querida e impulsada en verdad por el Concilio ha penetrado suficientemente y ha llegado a sus aspectos medulares en la vida y misión del Pueblo Dios? ¿Se puede llamar renovación conciliar y desarrollo a todo lo que ha venido después? Hemos de ser humildes y sinceros: ¿la principal y gran llamada del Concilio a que la liturgia fuese la fuente y la meta, la cima de toda la vida cristiana, se está cumpliendo en la conciencia de todos, sacerdotes y laicos, o, al contrario, está aún muy lejos de que sea así? ¿El pueblo de Dios, fieles y pastores, vive de verdad de la liturgia, está en el centro de nuestras vidas? ¿Se han enseñado y asimilado las enseñanzas conciliares, se ha mantenido una fidelidad a las mismas, o se las ha interpretado correctamente en la clave de la continuidad que pide el Papa?

No planteo preguntas retóricas; hoy es muy necesario hacérselas. Las respuestas siempre nos volverán al mismo origen: al Concilio. Por eso, las claves por las que usted me pregunta para la así llamada “reforma de la reforma” no son otras que las ya dadas por el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium y el posterior magisterio de los papas, que indican e interpretan auténticamente sus enseñanzas conforme a una “hermenéutica de la continuidad”.

En eso estamos. Añado: vivimos una situación dramática caracterizada por el olvido de Dios y el vivir como si Dios no existiese; esto, como es evidente y palpable, está teniendo unas gravísimas consecuencias para los hombres. Solo la vida litúrgica puesta en el centro de todo, solo una renovación litúrgica en profundidad, solo el devolver a la liturgia, singularmente a la Eucaristía, el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia, de los sacerdotes y fieles, tal como la Iglesia la entiende, la orienta y la regula, en fidelidad a su naturaleza y a la Tradición, podrá volvernos verdaderamente a Dios, situar a Dios en el centro, fundamento, sentido y meta de todo, y así hacer posible una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos que adoran a Dios, abrir caminos de esperanza e iluminar el mundo con la luz y belleza de la caridad que de la liturgia brota: la liturgia nos sitúa ante Dios mismo, la acción de Dios, su amor; solo podremos impulsar una urgente y apremiante nueva evangelización si la liturgia recobra el lugar que le pertenece en la vida de todos los cristianos.

Es preciso, según veo, reconocer que la liturgia hoy no está siendo el “alma”, la fuente y la meta de la vida de muchos cristianos, fieles o sacerdotes: ¡cuánta rutina y mediocridad, cuánta trivialización y superficialidad se nos ha metido!; ¡cuántas misas celebradas de cualquier manera o participadas en cualquier disposición!; de ahí nuestra gran debilidad. Es muy necesario llevar a la conciencia de los fieles que la liturgia es, ante todo, obra de Dios, y que nada se puede anteponer a ella. Solo Dios, la “revolución de Dios”, Dios en el centro de todo, podrá renovar y cambiar el mundo.

Se habla mucho de una reestructuración del dicasterio que preside, el cual perdería todo lo correspondiente a la disciplina de los sacramentos. ¿Qué puede decirnos de eso?

Entre los proyectos inmediatos, en el marco de la respuesta que la Congregación ha de dar a los presentes desafíos, tenemos el de la reestructuración del dicasterio, que afecta, por ejemplo, a la creación de una sección nueva para la música y el arte sagrados al servicio de la liturgia; otro aspecto de esta misma reestructuración se refiere a la transferencia a otro organismo de la Santa Sede del “oficio matrimonial” para el caso del matrimonio “rato y no consumado”; ya pasó, hace años, a Clero, la dispensa de las obligaciones sacerdotales.

Por ahí ha corrido, como usted dice, que ya no se va a ocupar de los sacramentos, o que va a desaparecer de nuestra competencia el aspecto de la “disciplina” de los sacramentos; ambas cosas son imposibles, ya que liturgia y sacramentos van unidos, son una misma cosa, y, además, la disciplina pertenece a la misma entraña de los sacramentos y de la liturgia; la liturgia siempre comporta una regula, una regulación, también canónica, y esto es algo que se debe cuidar y atender con suma diligencia: se trata, en último término también, del ius divinum, que está en juego en la disciplina de los sacramentos.

Hay normas que cumplir, un derecho que acatar –el de Dios– y también abusos que corregir. Por eso, en modo alguno desaparece de la Congregación la “disciplina de los sacramentos”; al contrario, quedará reforzada. Por lo demás, todo ello permitirá dedicar y concentrar la mayoría de los no pocos esfuerzos y trabajos que se necesitan en todo aquello que posibilite intensificar el movimiento litúrgico que sigue vivo, como obra del Espíritu Santo, del Vaticano II.

Fuente: Vida Nueva