Vaticano - Las Palabras de la Doctrina
por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides)- De tanto en tanto, con cadencia “extrañamente” regular, son puestos en imprenta libros más o menos “contra corriente” y/o “escandalosos”. Los primeros, pensados, escritos, publicados y divulgados mayormente al interior de la Iglesia, los segundos, atentamente programados, incluso en los tiempos de las editoriales, por una dirección de poderes externos.
Los últimos, al no conseguir, y no pudiendo conseguir, desenraizar el sentido religioso humano, el cual, es cimentado, es un dato antropológico universal, intenta insinuar, sin mucho preámbulo, actitudes de desconfianza y sospecha con el explícito fin de deslegitimar la Institución a la cual, tal sentido religioso se refiere preponderantemente.
Es una operación fuertemente ideológica, porque tiene como fin el debilitamiento de la institución, incluso económicamente, para debilitar la fuerza de su presencia en el mundo. En el fondo es “el viejo juego napoleónico”, actualizado a las modernas leyes democráticas y a los contemporáneos medios de comunicación y de persuasión no oculta.
Los primeros, al contrario, libros “contra corriente” ab intra, al interno de la Iglesia, proponen con obstinada repetición, cual mantra y como si una afirmación falsa, por ser constantemente repetida, se convirtiese en auténtica, como remedio y panacea de todo mal, una ulterior secularización de la Iglesia, una “adecuación” al mundo, entendido optimísticamente, que, francamente, no se comprende que posible raíz escriturística, teológica e histórica pueda tener.
La alternativa entre iglesia y mundo es radical y constitutiva del nuevo Pueblo de Dios, de aquella etnia “sui generis” de la que hablaba Pablo VI, que nunca se puede reducir al mundo y que cuando es reducida o se auto reduce pierde todo y se vuelve muda, incapaz de anunciar la alternativa del Evangelio.
La verdadera “diferencia cristiana” que amamos llamar “diferencia católica” evidenciando así el valor ecuménico y universal, consiste exactamente en aquel estar “en el mundo sin ser del mundo” de evangélica memoria, manteniendo firme la vigilancia, cándida, como palomas, la consciencia y prudente, como serpientes, la acción.
Ambos intentos editoriales, si bien con medios diferentes, parecieran alimentar aquella secular “normalización” del fenómeno cristiano que el poder, desde los tiempos del Imperio Romano, ha buscado continuamente, sin nunca poder obtenerla. Ambos intentos editoriales reducen, como anhelo los primeros y como acusación los segundos, el cristianismo a un éxito moral o moralístico, quitando, o haciendo quitar, la mirada de la “salvación teocéntrica” que Cristo ha traído al mundo, ganándola para los hombres por el precio de su propia sangres. Salvación que, cuando encuentra la libre adhesión del hombre pecador, genera una creatura nueva, irreducible a cuanto, hasta aquel momento, ha conocido o experimentado.
Teológicamente los primeros e históricamente y socialmente los segundos, ignoran que la verdadera emergencia de nuestro tiempo es la pérdida de la fe. En la Iglesia la pérdida progresiva de la certeza que Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, es el único Salvador Universal de la historia (cf. Declaración de la Congregación para la doctrina de la fe “Dominus Iesus”, del 6 de agosto 2000), y en el mundo la progresiva y voluntaria exclusión del valor público de la fe, cual factor unificador y estabilizador de la sociedad y garantía de aquella plataforma de valores compartidos que es la única capaz de asegurar la permanencia de una realidad auténticamente democrática.
Es entonces necesario “resistir” a todos los intentos editoriales con la firme convicción que el verdadero problema, la verdadera emergencia, eclesial y social, es recuperar la fe. Aquella fe simple y firme, nunca intelectualizada, típica del hombre de la calle, que goza de toda nuestra estima, y que no excluye el obrar sobrenatural de Dios en el mundo. Aquella fe que, no obstante todo, tiene siempre la certeza de que el Señor es el Dios de la historia, Este, cuando quiere, “destruye los cedros del Líbano”. (Agencia Fides 28/5/2009; líneas 49, palabras 645)
por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides)- De tanto en tanto, con cadencia “extrañamente” regular, son puestos en imprenta libros más o menos “contra corriente” y/o “escandalosos”. Los primeros, pensados, escritos, publicados y divulgados mayormente al interior de la Iglesia, los segundos, atentamente programados, incluso en los tiempos de las editoriales, por una dirección de poderes externos.
Los últimos, al no conseguir, y no pudiendo conseguir, desenraizar el sentido religioso humano, el cual, es cimentado, es un dato antropológico universal, intenta insinuar, sin mucho preámbulo, actitudes de desconfianza y sospecha con el explícito fin de deslegitimar la Institución a la cual, tal sentido religioso se refiere preponderantemente.
Es una operación fuertemente ideológica, porque tiene como fin el debilitamiento de la institución, incluso económicamente, para debilitar la fuerza de su presencia en el mundo. En el fondo es “el viejo juego napoleónico”, actualizado a las modernas leyes democráticas y a los contemporáneos medios de comunicación y de persuasión no oculta.
Los primeros, al contrario, libros “contra corriente” ab intra, al interno de la Iglesia, proponen con obstinada repetición, cual mantra y como si una afirmación falsa, por ser constantemente repetida, se convirtiese en auténtica, como remedio y panacea de todo mal, una ulterior secularización de la Iglesia, una “adecuación” al mundo, entendido optimísticamente, que, francamente, no se comprende que posible raíz escriturística, teológica e histórica pueda tener.
La alternativa entre iglesia y mundo es radical y constitutiva del nuevo Pueblo de Dios, de aquella etnia “sui generis” de la que hablaba Pablo VI, que nunca se puede reducir al mundo y que cuando es reducida o se auto reduce pierde todo y se vuelve muda, incapaz de anunciar la alternativa del Evangelio.
La verdadera “diferencia cristiana” que amamos llamar “diferencia católica” evidenciando así el valor ecuménico y universal, consiste exactamente en aquel estar “en el mundo sin ser del mundo” de evangélica memoria, manteniendo firme la vigilancia, cándida, como palomas, la consciencia y prudente, como serpientes, la acción.
Ambos intentos editoriales, si bien con medios diferentes, parecieran alimentar aquella secular “normalización” del fenómeno cristiano que el poder, desde los tiempos del Imperio Romano, ha buscado continuamente, sin nunca poder obtenerla. Ambos intentos editoriales reducen, como anhelo los primeros y como acusación los segundos, el cristianismo a un éxito moral o moralístico, quitando, o haciendo quitar, la mirada de la “salvación teocéntrica” que Cristo ha traído al mundo, ganándola para los hombres por el precio de su propia sangres. Salvación que, cuando encuentra la libre adhesión del hombre pecador, genera una creatura nueva, irreducible a cuanto, hasta aquel momento, ha conocido o experimentado.
Teológicamente los primeros e históricamente y socialmente los segundos, ignoran que la verdadera emergencia de nuestro tiempo es la pérdida de la fe. En la Iglesia la pérdida progresiva de la certeza que Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, es el único Salvador Universal de la historia (cf. Declaración de la Congregación para la doctrina de la fe “Dominus Iesus”, del 6 de agosto 2000), y en el mundo la progresiva y voluntaria exclusión del valor público de la fe, cual factor unificador y estabilizador de la sociedad y garantía de aquella plataforma de valores compartidos que es la única capaz de asegurar la permanencia de una realidad auténticamente democrática.
Es entonces necesario “resistir” a todos los intentos editoriales con la firme convicción que el verdadero problema, la verdadera emergencia, eclesial y social, es recuperar la fe. Aquella fe simple y firme, nunca intelectualizada, típica del hombre de la calle, que goza de toda nuestra estima, y que no excluye el obrar sobrenatural de Dios en el mundo. Aquella fe que, no obstante todo, tiene siempre la certeza de que el Señor es el Dios de la historia, Este, cuando quiere, “destruye los cedros del Líbano”. (Agencia Fides 28/5/2009; líneas 49, palabras 645)