La Buhardilla nos ofrece su traducción de un artículo de Manuel Nin, para L’Osservatore Romano, sobre la natividad de san Juan bautista en la tradición bizantina.
La figura del profeta y “precursor” (pródromos) Juan Bautista es una de las más celebradas en la tradición litúrgica bizantina. Como para Cristo y María, se celebra la concepción (23 de septiembre), el nacimiento (24 de junio) y la muerte (el martirio, la decapitación, el 29 de agosto). El Bautista es recordado, luego, el 7 de enero, inmediatamente después de la fiesta del Bautismo de Cristo, según la praxis de las liturgias orientales por la cual el día siguiente a una gran fiesta celebran al personaje por medio del cual Dios lleva a término su misterio de salvación. Se celebra también el hallazgo de las reliquias (la cabeza) de Juan, mientras que cada martes la Liturgia lo conmemora de modo especial.
Las celebraciones de la concepción, del nacimiento y de la muerte ponen al Bautista junto a Cristo y a la Madre de Dios, y esto se refleja también en la iconografía: el Déisis es el ícono de los grandes intercesores, María y Juan, con Cristo representado como el rey sentado sobre el trono de gloria, que tiene a la derecha a “la reina vestida con un manto de oro multicolor” y a la izquierda al Precursor, el ángel que le prepara el camino y que lo anuncia e indica como “el cordero de Dios”.
El oficio de la fiesta recoge troparion compuestos por los grandes iconógrafos bizantinos Juan Damasceno y Andrés de Creta y por la monja Casiana (siglo IX), única mujer himnógrafa en la tradición bizantina que nos ha dejado también bellísimos textos para el miércoles santo y el sábado santo. Toda la liturgia del día subraya cómo el nacimiento de Juan Bautista es el inicio del anuncio de la salvación que llegará con el nacimiento de Cristo: “Juan, naciendo, rompe el silencio de Zacarías, porque no convenía que el padre callase al nacimiento de la voz”.
Los títulos dados a Juan están siempre relacionados con Cristo: “Lámpara de la luz, rayo que manifiesta el sol, mensajero del Dios Verbo, paraninfo del esposo”. Varias veces los textos litúrgicos lo llaman “óptimo hijo y ciudadano del desierto”, mientras que la tradición monástica de Oriente y Occidente tendrá siempre gran estima por el Bautista en su dimensión de soledad y de ascesis en el desierto. Y aún en varios textos la liturgia presenta a Juan sirviéndose de imágenes por contraste: “Brote de la estéril, alba que anticipa el sol”.
El final de la esterilidad de Isabel es presentado como tipo y prefiguración de la fecundidad de la Iglesia; aquella dará a luz al Bautista, ésta da a luz a los hijos en el bautismo. El rol que los textos dan a Juan es el de intercesor ante Cristo, voz que lo anuncia, ángel que lo precede y prepara el camino; por eso, también la iconografía del Bautista muy frecuentemente lo presenta con las alas del ángel. Él es el ángel, el soldado que precede al rey, como lo canta Casiana en el oficio vespertino de la fiesta: “Precediendo como soldado al rey celestial, realmente allana los senderos de nuestro Dios, hombre por naturaleza pero ángel en cuanto al modo de vida; abrazadas la castidad perfecta y la templanza, las poseyó según naturaleza”.
Diversos troparion ponen en paralelo, con un fin claramente cristológico, el nacimiento del Bautista y el nacimiento de Cristo, nacimiento de la voz y nacimiento del Verbo, nacimiento de una estéril y nacimiento de una Virgen; el del Bautista no ocurre sin concurso humano, mientras que el de Cristo ocurre de la Virgen sin concurso humano: “Celebramos al precursor del Señor, que Isabel ha dado a luz como madre estéril, pero no sin semilla: Cristo sólo, de hecho, ha atravesado una tierra no transitable y sin semilla. A Juan lo ha generado una estéril pero no sin hombre lo ha dado a luz; a Jesús lo ha dado a luz una Virgen pura, cubierta con la sombra del Padre y del Espíritu de Dios”.
El ícono de la fiesta retoma el del nacimiento de la Madre de Dios, y con muchas semejanzas el del nacimiento de Cristo. En la parte superior, Isabel está tendida en el lecho, después de haber dado a luz al niño, en la misma disposición que Ana en el ícono del nacimiento de María, y de ésta en el ícono del nacimiento de Cristo. Las tres mujeres en los tres íconos son símbolo de la fecundidad de la Iglesia por medio del bautismo. En el ángulo inferior vemos diversas mujeres que lavan al recién nacido, escena que encontramos también en los íconos de los nacimientos de María y de Cristo. En los tres, el recién nacido es lavado en una jofaina, con una simbología ligada al bautismo.
En un ángulo, Zacarías escribe en una tablilla el nombre del recién nacido, Juan. También Joaquín y José ocupan un ángulo en los íconos del nacimiento de María y de Cristo, el primero en una actitud de contemplación del misterio y el segundo representando en sí mismo el asombro de la humanidad frente al misterio de la encarnación. Aquel que es “profeta de Dios y precursor de la gracia”, que anuncia y precede el don de Cristo, lo celebramos hoy en el misterio del nacimiento de una pareja de ancianos, avanzados en los años pero hechos fecundos por la gracia del Espíritu, que de la vejez y de la esterilidad hace fructificar la verdadera alegría.
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo