Por: Sor Margherita Marchione, Ph.D.
Los católicos de todo el mundo están de plácemes por el acto en virtud del cual Su Santidad Benedicto XVI ha dado vía libre al proceso de beatificación del Siervo de Dios Pío XII, al firmar la mañana de hoy, 19 de diciembre de 2009, el decreto de la heroicidad de sus virtudes. El anuncio fue hecho después de la audiencia concedida al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Ahora se espera de los fieles que envíen informaciones para ver si algún milagro puede ser atribuido a la intercesión del nuevo Venerable. La causa de beatificación de Pío XII fue inicialmente introducida por Pablo VI a petición de la Conferencia Episcopal Norteamericana, seguida por otras, así como de cientos de miles de fieles alrededor del mundo.
En el 50º aniversario de la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 2009, el Santo Padre Benedicto XVI exhortó a los fieles a rezar para que tenga lugar su beatificación. Hoy, al cabo de catorce meses, después de un cuidadoso y laborioso examen por la Congregación para las Causas de los Santos y tras dos años desde que la positio fuera unánimemente aprobada por la comisión de cardenales y obispos, el anuncio oficial de la firma del decreto correspondiente por el Papa hace avanzar el proceso hacia sus etapas finales.
Poco después de la muerte de Pío XII el 9 de octubre de 1958, su sucesor el beato Juan XXIII se refirió a él en su primer mensaje de Navidad como “Padre y Pontífice nuestro, al que queremos ya contemplar como asociado a los Santos de Dios en las regiones celestiales”. Extraoficialmente “canonizó” a Pío XII y declaró que “bien conviene a su memoria bendita el triple título de doctor optimus, Ecclesiae sanctae lumen, divinae legis amator” (Michael Chinigo: The Teachings of John XXIII, 1967). El Venerable Pío XII es, en verdad, digno de estos apelativos: “Doctor óptimo, Luz de la Santa Iglesia, “Amante de la Ley Divina”. Pío XII trabajó con gran dedicación por la causa de la paz, condenó al nazismo antes y durante las hostilidades, alivió los sufrimientos y salvó las vidas de muchos judíos y cristianos víctimas de la guerra. Su vida virtuosa habla por ella misma y está respaldada por abundantes e incontestables pruebas documentales. La verdad acerca de su servicio a la Iglesia y al mundo –primero como diplomático y más tarde como Sumo Pontífice– en momentos particularmente difíciles para la Humanidad está asimismo históricamente establecida.
El papa Pacelli ha sido víctima de una injusta campaña de calumnias durante casi cincuenta años. Ahora, sin embargo, existen pruebas aplastantes que demuestran más allá de toda duda que trabajó sin descanso por la paz, que no buscó otra cosa que ayudar a las víctimas de la guerra en todos los modos posibles (especialmente a los judíos, centenares de miles de los cuales se vieron librados a través de sus esfuerzos) y que advirtió al mundo constantemente acerca de los horrores del nazismo y del comunismo.
El 2 de marzo de 1939, Eugenio Pacelli era elegido al solio de Pedro, tomó el nombre de su predecesor y como Pío XII dirigió al Papado en una incesante búsqueda de la paz en un período de violencia y trastornos sin precedentes (1939-1958). Realzó el prestigio de la Iglesia y ejerció un indisutible liderazgo no sólo sobre los católicos, sino sobre el mundo. Obtuvo mayor admiración y elogio que cualquiera de sus predecesores. La Iglesia no había conseguido, desde los tiempos de la Reforma, tan gran respeto. Buen samaritano y hombre cuya fe en Dios dio esperanza y coraje a millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, salvó más víctimas judías de los nazis que cualquier otra persona, ejército u organización. El cargo del que se le ha llegado a acusar, de haberse mostrado indiferente al destino de las víctimas del holocausto es injusto y se contradice con el testimonio de un vasto número de esas mismas víctimas, que se beneficiaron de su ayuda.
El célebre santo de Pietrelcina, el Padre Pío, fue una de las más carismáticas figuras del siglo XX. En su Diario (p. 225) el místico dejó escrito que cuando murió el papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958, fue consolado “por la visión de este pontífice en el hogar celestial”. El 22 de febrero de 2001 Bernard Tiffany citó el siguiente testimonio del P. Dominic Meyer, O.F.M.Cap., secretario del santo fraile: “El Padre Pío me dijo haber visto al Papa durante su misa. Y muchos Milagros en varias partes del mundo fueron atribuidos a su intercesión. El 8 de diciembre de 1958 se publicaron las primeras estampas del difunto papa con una oración [en italiano] por su beatificación, pero hasta ahora no he visto ninguna con la oración en inglés” (30 de junio de 1959). En efecto, inmediatamente después del fallecimiento de Pío XII el mundo en general lo proclamó digno de la santidad. El estadounidense Michael Bobrow, corresponsal de prensa extranjera en Tierra Santa a finales de los Sesenta, es uno de los muchos judíos contemporáneos que están a favor de la canonización de Pío XII. Hace unos años declaró que un primo suyo “fue escondido por monjas católicas y se salvó gracias a las directivas de Pío XII, cuya canonización sería un acto de suprema justicia, caridad y verdad” (Carta a sor Margherita Marchione del 26 de diciembre de 1998).
Pío XII era una persona piadosa, serena y pacífica; hombre moderno, dotado de una memoria extraordinaria. Amigo del físico Guglielmo Marconi, fue de los primeros en usar los modernos medios de comunicación. Su inteligencia superior nunca intimidó a sus colaboradores. Su candor revelaba su alma, que se transparentaba a través de su amable sonrisa. Fue un realista lúcido y especial, con un sentido místico de la existencia humana, siempre en contacto con los más poderosos líderes el mundo. Fue un entendido en las más diversas disciplinas y sus discursos y escritos llenan una veintena de gruesos volúmenes. Siempre se preparaba concienzudamente para cada discurso. Pero a veces, sin tomar notas, improvisaba y se abandonaba a la inspiración del momento. Protegió a la Iglesia del peligro de los errores modernos, pero la preparó, trabajando diligentemente con la asistencia de hombres capaces, para el Concilio Vaticano II. Aunque muy humilde no fue un timorato y estuvo siempre dispuesto a hablar claramente. En todas sus palabras y acciones estuvo guiado por su amor a Dios, su devoción a la Virgen y su concepto de la dignidad del Papado.
Millones de peregrinos y visitantes que afluyeron al Vaticano, edificados por la paternal solicitud de Pío XII, su rostro sonriente y sus inspiradas palabras, experimentaron una fe, una esperanza y un amor a Dios y al prójimo intensos. No tenía miedo a la muerte y estuvo dispuesto a sacrificar su vida en defensa de los derechos de la Iglesia y en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Cuando se corrió la voz de que los Nazis pretendían capturarlo y deportarlo y supo de los planes que se estaban haciendo los Aliados para asegurar su incolumidad en el extranjero, el Papa declaró firmemente que no abandonaría el Vaticano y que sólo se lo podrían llevar por la fuerza física. También se rehusó a ir a refugios antiaéreos. En lugar de eso, prefirió la protección de la oración en su capilla del Palacio Apostólico. Durante los dos bombardeos de Roma, dejó el Vaticano para ir al encuentro de los heridos y damnificados, a los que consoló y asistió tanto espiritual como materialmente. Nunca temió por su vida y, abandonándose a la voluntad de Dios, aceptó el sufrimiento al faltarle la salud con cristiana conformidad y fortaleza hasta su muerte en Castelgandolfo tras una larga agonía.
Un telegrama del 9 de marzo de 1944 (nº. 2341) confirma el hecho de que numerosos judíos y otros refugiados se hallaban ocultos en la villa pontificia de Castelgandolfo cuando los Aliados bombardearon la localidad. Soldados nazis con pesado equipamiento military estaban estacionados allí e intercambiaron fuego, de resultas de lo cual, según Allen Dulles, secretario de Estado norteamericano, “1000 personas resultaron heridas y 300 murieron. La Santa Sede protestó por el bombardeo de su territorio” (Hitler’s Doorstep: The Wartime Intelligence Reports of Allen Dulles, 1942-1945).
En todas partes la Iglesia denunció las deportaciones y el trato infligido a los judíos. Hombres de Iglesia valientes desafiaron a Hitler. El 16 de julio de 1942, cuando la policía de ocupación hizo una redada de 13.000 judíos en París, los Obispos franceses publicaron una protesta conjunta: “Nuestra conciencia cristiana clama por el horror. En nombre de la humanidad y de los principios cristianos reivindicamos los derechos inalienables de las personas”. Volúmenes de testimonios confirman las acciones heroicas del papa Pío XII y del clero católico en el mundo convulsionado por la guerra.
Gary Krupp, empresario judío y creador de la fundación Pave the Way para el entendimiento religioso, escribió: “No voy a hacer comentarios sobre un procedimiento católico como es una beatificación. No es algo de mi competencia. Sin embargo, creo que el papa Pío XII debería ser reconocido por el pueblo judío como Justo entre las Naciones en el Yad Vashem de Jerusalén. Gracias a la investigación de pruebas documentales por la Pave the Way Foundation, hemos descubierto que salvó secretamente a más judíos que todos los líderes religiosos y políticos juntos. Y esto lo hizo anónimamente. Nadie supo todo lo que llevó a cabo para salvarlos. En el judaísmo es ésta la más alta forma de caridad según nuestra tradición”.
New Jersey, 19 de diciembre de 2009