El vaticanista Paolo Rodari, que está acompañando al Santo Padre en su viaje al Reino Unido, ha escrito este intersante artículo sobre la jornada de ayer en la que el Papa Benedicto XVI pronunció un histórico discurso en el lugar donde santo Tomás Moro fue condenado a muerte.
Cinco siglos después de la condena a muerte de Tomás Moro, debida al rechazo del político e intelectual inglés a aceptar el Acto de supremacía del Rey sobre la Iglesia católica, un Papa ha entrado por primera vez en el Westminster Hall, el gran salón dentro del Palacio del Parlamento inglés utilizado, además de para celebrar banquetes de coronación, exequias solemnes y ceremoniales de la Corona, también para decidir y deliberar la condena de Moro. Y a las 1800 personalidades políticas, académicas, religiosas y diplomáticas, el jefe de la Iglesia católica recordó lo que Moro ha significado para el Reino Unido, el hombre que en nombre de la fidelidad a la “propia conciencia” no tuvo miedo de “contrariar al soberano”, a Enrique VIII, que fundó la Iglesia anglicana después del divorcio con la reina Catalina: servía al soberano porque servía a Dios y lo que la conciencia le sugería.
Benedicto XVI llegó bajo las dos torres del Parlamento, en la orilla norte del río Támesis, en las primeras horas de la tarde. Estaba cansado después de un día “a la Wojtyla”: no es usual para el Papa alemán pronunciar en pocas horas seis discursos diversos. El eco del arresto de los cinco potenciales terroristas argelinos (por la tarde se convirtieron en seis) no se había apagado aún entre la gente. Muchos policías por la calle. En el aire un poco de tensión. Pero no se podía hablar de miedo. Muchos londinenses llegados para saludar al Pontífice, en esta histórica etapa de su viaje. Muchos lo siguieron durante horas tumultuosas: el retraso de media hora en el programa de la mañana; las palabras dedicadas al concepto de reciprocidad para que el diálogo entre las religiones sea fructífero, pronunciadas mientras las agencias de prensa publicaban las noticias de los arrestos; las palabras de Federico Lombardi para explicar que el Vaticano confía en Scotland Yard y asegurar que “era más riesgoso cuando estábamos en Sarajevo”, refiriéndose al viaje de Juan Pablo II en 1997 cuando se encontró dinamita bajo un puente por donde debía pasar el cortejo papal. Finalmente, el encuentro con el primado anglicano Rowan Williams, antes de la llegada a las Houses of Parliament.
Ha sido el arzobispo Cormack Murphy O’Connor, arzobispo emérito de Westminster, quien insistió en la importancia de la llegada del Papa a la sede del Parlamento, símbolo de un país, dijo, donde “la fe está en diálogo con la secularización”. Y precisamente de esto Ratzinger quiso hablar, de la relación entre fe y política: “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional”.
El Papa, sentado a la mitad de la antigua escalera del Westminster Hall donde una placa recuerda a Moro, habló frente al viceprimer ministro inglés Nick Clegg y a cuatro predecesores de David Cameron: Gordon Brown, Tony Blair, John Major y Margaret Thatcher. Y a dos días de la histórica beatificación del cardenal John Henry Newman, que hizo del “primado de la conciencia” el sentido de su existencia, recordó que la Iglesia no quiere imponer a los gobiernos los principios a los cuales atenerse. Ella simplemente quiere recordar que los principios morales tienen su propio fundamento en la razón. Todo hombre, en conciencia, puede reconocerlos como verdaderos. También en el Reino Unido, en el país que quiere hacer de la tolerancia el corazón de su vida pública, “hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna”.
Son conocidas las reservas que el Vaticano tiene sobre ciertas políticas inglesas, comenzando por la obligación, también para las ONG católicas, de conceder la adopción de niños a parejas homosexuales. Pero, de todos modos, el Papa ha querido ir más allá del particular: una sociedad que no reconoce el primado de la conciencia, y por lo tanto de lo que Dios ha inscrito dentro del corazón del hombre, se vuelve intolerante hacia los creyentes. Mientras, ha dicho, “Dios vela constantemente para guiarnos y protegernos”.
Westminster Hall está lleno de referencia a Dios, al Trascendente. Antes de despedirse, el Papa celebró las vísperas con los anglicanos dentro de la Abadía adyacente. La liturgia era solemne. Rowan Williams y Benedicto XVI uno al lado del otro. Parecían conmovidos. La entera Abadía entonó el canto introductorio. El Papa tomó la palabra: “Doy gracias al Señor por permitirme, como Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma, realizar esta peregrinación a la tumba de San Eduardo, el Confesor. Eduardo, rey de Inglaterra, sigue siendo un modelo de testimonio cristiano”. El Papa no escondió las dificultades ecuménicas: “Todos somos conscientes de los retos, las bendiciones, las decepciones y los signos de esperanza que han marcado nuestro camino ecuménico”, dijo. Pero, entre tanto, ha sido el primer Pontífice Romano en entrar a Westminster. Con él, políticos y diplomáticos. Y el primado anglicano.
Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción : La Buhardilla de Jerónimo