El Card. Piacenza recibe el anillo cardenalicio de manos de Benedicto XVI
La formación del clero y un volver a centrarse en lo esencial en la vida del sacerdote son las prioridades que el nuevo cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, ve en su misión al frente de dicho dicasterio, como explica en esta entrevista al periódico Avvenire, que ofrecemos en lengua española.
Excelencia, el Papa lo ha llamado a guiar una Congregación de la Curia Romana y luego lo ha insertado en el Colegio Cardenalicio. ¿Cómo ha vivido este momento particularmente intenso de su vida?
Como una ulterior llamada a profundizar la relación personal con Cristo Señor, de la cual surge todo servicio eclesial y que es la única garantía posible de fidelidad en el camino de santificación personal. Podría decir que es una “llamada en la llamada”, que incluye la vocación al martirio, o sea, a la coherencia. Creo que cada oficio conferido requiere un suplemento de amor y el amor en el tiempo que avanza asume el nombre de fidelidad.
¿Con qué espíritu guiará la Congregación para el Clero?
¡Espero que con el Espíritu Santo! Y se tiene la seguridad de actuar en el Espíritu Santo si se está en comunión verdadera, leal y efectiva con el Papa. El servicio a los sacerdotes ha animado siempre, como característica peculiar, mi ministerio; desde joven lo he sentido como una exigencia de mi mismo ser sacerdote. Estoy muy contento, hoy, de poder ofrecer mi humilde colaboración al Santo Padre en el cuidado de aquellos que son “pupila oculi” del Papa, indispensables colaboradores del Orden episcopal para la misión de la Iglesia.
¿Cuáles son las principales líneas de acción que seguirá en esta tarea?
La formación del clero, en las actuales circunstancias, representa ciertamente una prioridad a la cual quisiera poner la justa atención, teniendo presente que toda reforma de la Iglesia nace doblando las rodillas; nace de aquel espíritu de oración que reconoce el primado absoluto de Dios en la propia existencia y en la historia. De aquí brotan las consecuencias operativas.
Usted ha seguido muy de cerca la concepción y la realización del Año Sacerdotal. ¿Qué herencia deja este período vivido tras la huella de la memoria de san Juan María Vianney?
Ciertamente una re-centralización en aquello que, en la vida del sacerdote, es esencial, superando los diversos “reduccionismos secularizantes” que se han sucedido en las últimas décadas. Mirar a san Juan María Vianney significa redescubrir el primado de la Eucaristía, cotidianamente celebrada y adorada, de la Confesión sacramental, recibida y ofrecida, y de la paciente escucha de los hermanos en aquel importantísimo servicio de guía de las conciencias que es la dirección espiritual. Mirar al Cura de Ars significa mirar a un sacerdote auténtico, que vive el Amor del Corazón de Jesús, significa comprender qué se debe hacer para formar a los sacerdotes y para la eficacia del ministerio pastoral.
En los últimos años ha tenido un gran énfasis el triste fenómeno de los abusos sexuales. ¿De qué modo la Iglesia puede vivir y superar esta crisis?
Con la claridad sobre la responsabilidad de los individuos, siguiendo el ejemplo del Papa Benedicto XVI; con el atento y debido cuidado pastoral de las víctimas; redescubriendo el gran valor de la penitencia y de la reparación y, ciertamente, viviendo aquella fidelidad radical a Cristo, a la Iglesia y al propio estado de vida, que es capaz por sí sola de volver a presentar al mundo la verdadera figura del sacerdote.
¿De qué modo se puede responder a la crisis de vocaciones que amenaza a nuestras comunidades?
A través de la oración al Señor de la mies, a través del claro y humilde reconocimiento de los errores cometidos, a través de la fidelidad a lo que somos y a lo que debemos ser. Las vocaciones – es un hecho – florecen allí donde hay radicalidad en la fe, caridad evangélica, claridad de identidad y alegre entusiasmo. Los movimientos y las nuevas comunidades son ejemplares en este sentido. Haber diluido, casi perdiéndola, la identidad sacerdotal, que se deriva de la configuración ontológica a Cristo Sacerdote, no ha acercado a los jóvenes sino que ha hecho perder toda forma de interés por la especificidad de la vocación sacerdotal. No nos hacemos sacerdotes para ser “super-animadores” de la comunidad sino para ser en el mundo la representación sacramental, por tanto real, de Jesucristo.
¿Cómo valora la experiencia de las llamadas “unidades pastorales” que se están difundiendo también en Italia?
Si representan el intento de mantener en pie una gran estructura con menos personal no tendrán un gran futuro. Si, por el contrario, son vividas como estructuras de comunión reales, en el pleno respeto de la distinción esencial entre sacerdocio bautismal y sacerdocio ordenado, y, sobre todo, en el respeto de la idea teológica y canónica del sacerdote como pastor propio de la comunidad, entonces podrán tener un futuro benéfico.
Excelencia, usted viene de Génova. ¿Qué vínculos ha conservado con la diócesis donde nació y desarrolló sus primeros años de sacerdocio?
Los vínculos que se tienen con la propia casa y con las propias raíces. La Iglesia que vive en Génova me ha hecho cristiano con el Santo Bautismo y la Confirmación, en ella he recibido, por primera vez, a Jesús Eucaristía, y en ella he recibido los tres grados del sacramento del Orden. Los dones más importantes de mi vida, tanto terrena como eterna, los he recibido en Génova. Por lo tanto, ¡el vínculo sólo puede “vital”!
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo