Mons. Nicola Bux, consultor de varios dicasterios de la Curia Romana (Doctrina de la Fe, Causas de los Santos, Oficina para las Celebraciones Litúrgicas Pontificias y, desde hace pocos días, Culto Divino) y autor de varios libros (el último de los cuales ha sido “La reforma de Benedicto XVI. La Liturgia entre innovación y tradición”), ha publicado en estos días un nuevo libro sobre la cuestión litúrgica que se titula “Cómo ir a Misa y no perder la fe”. Ofrecemos nuestra traducción de la entrevista que el autor ha concedido al sitio Rinascimento Sacro.
Monseñor, este segundo libro es todavía más explícito que el primero, “La reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre innovación y tradición”. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
También en este tiempo de escándalos, el Papa insiste en el hecho de que el mal viene desde dentro de la Iglesia. Por eso, continúa siendo el tiempo de aquella grave crisis que el Cardenal Ratzinger indicaba imputable en gran parte al derrumbamiento de la liturgia, a aquel “hazlo por ti mismo” que ya no la hace “sagrada” y que haría perder la fe a cualquiera. No ha cambiado mucho: “litúrgicamente, en nuestros días la Iglesia es un gran enfermo” porque la liturgia habría perdido su sentido, estaría sin reglas, olvidada del derecho de Dios.
El derecho de Dios… Usted, de hecho, en todo esto propone como eje de la nueva reforma litúrgica el redescubrimiento de un concepto poderoso y fascinante, el ius divinum. ¿Qué significa?
El concepto es muy sencillo. El Cardenal Ratzinger dice en Introducción al espíritu de la liturgia, en el primer capítulo, que la liturgia no existe si Dios no se muestra, es decir, en pocas palabras, si Él no revela Su Rostro. Más aún, en Jesús de Nazareth, en un cierto punto, él dice que la liturgia es la continuación de la Revelación; por lo tanto, si Dios se muestra, indica quién es y qué rostro tiene, dice también cómo quiere ser adorado, cómo quiere que se le rinda culto.
La antítesis es la célebre historia del becerro de oro, es decir, del hombre que se inventa a Dios y se inventa la liturgia: una danza vacía en torno al becerro de oro que somos nosotros mismos. Dios tiene un derecho en el Antiguo Testamento, cuando dijo cómo debía ser celebrada la Pascua, y habló de prescripciones y mandamientos. Así es también en el Nuevo. En otras palabras, la liturgia es inmanipulable.
La liturgia es inmanipulable para el hombre pero el arte es obra del hombre. Para el arte sagrado, que atraviesa un período de decadencia estructural extremadamente similar, ¿qué se puede decir?
¡El arte es lo mismo! La representación de Dios, tanto para la Iglesia de Oriente como para la Iglesia de Occidente, siempre ha estado sometida a los cánones. Lo mismo vale para la disciplina de la música sacra. El principio es siempre el mismo: no somos nosotros quienes decidimos, en base al prurito que tenemos encima, cómo debe pintarse al Señor, o cómo debe componerse un canto, o qué canto debo hacer en la liturgia. La Iglesia ha establecido los cánones para que pudieran estar en consonancia con el culto divino, para que no se diera una imagen o una idea distorsionada y deformada de Dios. Entre liturgia, arte y música, hay una unidad profunda que no permite afrontarlos separadamente.
El Santo Padre lo ha nombrado recientemente también consultor para Culto Divino, signo de la atención y de la competencia de su trabajo. Díganos: si tres años atrás Summorum Pontificum revolucionó la “cuestión litúrgica”, volviendo a traer al plano de la discusión elementos “incómodos” y esenciales como la liturgia gregoriana, ¿qué debemos esperar, en el futuro próximo, de este nuevo movimiento litúrgico que está naciendo?
En primer lugar, hablar de “nuevo movimiento” no quiere decir necesariamente que estamos hablando de otro movimiento respecto al conocido con un cierto fruto en el siglo XX. La Iglesia es semper reformanda: a quien no le gusta el término reforma de la reforma, hable también de continuación del movimiento litúrgico pero sepa que se trata siempre “de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha donado”, como dice Benedicto XVI. Con el Motu Proprio han sido puestas las bases del trabajo: confiamos tener pronto nuevos impulsos. Este Papa, manso y resuelto, quiere ir adelante y nosotros estamos con él. Con la misma mansedumbre y con la misma firmeza.
Fuente: Rinascimento Sacro
Traducción: La Buhardila de Jerónimo