CIUDAD DEL VATICANO, martes 9 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el Mensaje que el Papa Benedicto XVI ha hecho llegar al presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Angelo Bagnasco, con ocasión de la Asamblea Plenaria que se celebra estos días en Asís.
Al Venerado Hermano
el cardenal Angelo Bagnasco
Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana
Con este mensaje, que le envío con ocasión de la 62a Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, quiero hacerme espiritualmente peregrino en Asís, para estar presente y llegar e personalmente donde usted y cada uno de los obispos reunidos, Pastores solícitos de las amadas Iglesias particulares que están en Italia. Vuestra solicitud y vuestro compromiso se manifiestan en el gobierno responsable de las diócesis y en la cercanía paterna a los sacerdotes y a las comunidades parroquiales. De ello es signo elocuente la atención al tema de la educación, que habéis asumido como prioridad en la década que se abre. Las Orientaciones pastorales recientemente publicadas son expresión de una Iglesia que, en la escuela de Jesucristo, quiere tomarse en serio la vida entera de cada hombre y, con este fin, busca “en las experiencias cotidianas el alfabeto para componer las palabras con las que representar al mundo el amor infinito de Dios" (Educare alla vita buona del Vangelo, 3).
1. En estos días os habéis reunido en Asís, la ciudad en la que “nació al mundo un sol” (Dante, Paradiso, Canto XI), proclamado por el venerable Pío XII patrono de Italia: san Francisco, que conserva intactas su frescura y su actualidad – ¡los santos no tienen nunca ocaso! – debidas a su haberse conformado totalmente a Cristo, del que fue icono vivo.
Como el nuestro, también el tiempo en que vivió san Francisco estaba marcado por profundas transformaciones culturales, favorecidas por el nacimiento de las universidades, por el crecimiento de los ayuntamientos y por la difusión de nuevas experiencias religiosas.
Precisamente en esa época, gracias a la obra del papa Inocencio III – el mismo del que el Pobrecito de Asís obtuvo el primer reconocimiento canónico – la Iglesia puso en marcha una profunda reforma litúrgica. De ello es expresión eminente el Concilio Lateranense IV (1215), que cuenta entre sus frutos con el “Breviario”. Este libro de oración acogía en sí la riqueza de la reflexión teológica y de la vivencia orante del milenio anterior. Adoptándolo, san Francisco y sus frailes hicieron propia la oración litúrgica del Sumo Pontífice: de este modo, el Santo escuchaba y meditaba asiduamente la Palabra de Dios, hasta hacerla suya y transmitirla después en las oraciones de que fue autor, como en general en todos sus escritos.
El mismo Concilio Lateranense IV, considerando con particular atención el Sacramento del altar, insertó en la profesión de fe el término “transubstanciación”, para afirmar la presencia real de Cristo en el sacrificio eucarístico: “Su cuerpo y su sangre son contenidos verdaderamente en el Sacramento del altar, bajo las especies del pan y del vino, pues el pan es transubstanciado en el cuerpo y el vino en la sangre por el poder divino" (DS, 802).
De la asistencia a la santa Misa y del recibir con devoción la santa Comunión brota la vida evangélica de san Francisco y su vocación a recorrer el camino de Cristo Crucificado: “El Señor – leemos en el Testamento de 1226 – me dio tanta fe en las iglesias, que así sencillamente rezaba y decía: Te adoramos, Señor Jesús, en todas las iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo” (Fuentes Franciscanas, n. 111).
En esta experiencia encuentra su origen también la gran deferencia que tenía hacia los sacerdotes y la consigna a los frailes de respetarles siempre y en todo caso, “porque del altísimo Hijo de Dios yo no veo otra cosa corporalmente en este mundo, sino el Santísimo Cuerpo y Sangre suya que ellos solos consagran y que ellos solos administran a los demás” (Fuentes Franciscanas, n. 113).
Ante este don, queridos Hermanos, ¡qué responsabilidad de vida se desprende para cada uno de nosotros! "¡Cuidad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes – recomendaba Francisco – y sed santos porque él es santo" (Carta al Capítulo General y a todos los frailes, en Fuentes Franciscanas, n. 220)! Sí, la santidad de la Eucaristía exige que se celebre y se adore este Misterio conscientes de su grandeza, importancia y eficacia para la vida cristiana, pero exige también pureza, coherencia y santidad de vida a cada uno de nosotros, para ser testigos vivientes del único Sacrificio de amor de Cristo.
El Santo de Asís no dejaba de contemplar cómo "el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humilló hasta esconderse, para nuestra salvación, en la poca apariencia del pan" (ibid., n. 221), y con vehemencia pedía a sus frailes: “os ruego, más que si lo hiciese por mí mismo, que cuando convenga y lo veáis necesario, supliquéis humildemente a los sacerdotes para que veneren por encima de todo al Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor nuestro Jesucristo y los santos nombres y las palabras escritas de Él que consagran el cuerpo” (Carta a todos los custodios, en Fuentes Franciscanas, n. 241).
2. El auténtico creyente, en toda época, experimenta en la liturgia la presencia, la primacía y la obra de Dios. Esta es veritatis splendor (Sacramentum caritatis, 35), acontecimiento nupcial, pregustación de la ciudad nueva y definitiva y participación en ella; es vínculo de creación y de redención, cielo abierto sobre la tierra de los hombres, pasaje del mundo a Dios; es Pascua, en la Cruz y en la Resurrección de Jesucristo; es el alma de la vida cristiana, llamada al seguimiento, reconciliación que mueve a la caridad fraterna.
Queridos hermanos en el Episcopado, vuestra reunión pone en el centro de los trabajos de la Asamblea el examen de la traducción italiana de la tercera edición típica del Misal Romano. La correspondencia de la oración de la Iglesia (lex orandi) con la regla de la fe (lex credendi) plasma el pensamiento y los sentimientos de la comunidad cristiana, dando forma a la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Ninguna palabra humana puede prescindir del tiempo, incluso cuando, como en el caso de la liturgia, constituye una ventana que se abre más allá del tiempo. Dar voz a una realidad perennemente válida exige por tanto el sabio equilibrio de continuidad y novedad, de tradición y actualización.
El Misal mismo se coloca dentro de este proceso. Todo verdadero reformador, de hecho, es obediente a la fe: no se mueve de forma arbitraria, ni se arroga discrecionalidad alguna sobre el rito; no es el amo, sino el guardián del tesoro instituido por el Señor y confiado a nosotros. La Iglesia entera está presente en cada liturgia: adherirse a su forma es condición de autenticidad de lo que se celebra.
3. Que esta razón os empuje, en las cambiantes condiciones del tiempo, a hacer cada vez más transparente y practicable esa misma fe que se remonta a la época de la Iglesia naciente. Es una tarea muy urgente en una cultura que – como vosotros mismos decís – conoce el “eclipse del sentido de Dios y la ofuscación de la dimensión de la interioridad, la formación incierta de la identidad personal en un contexto plural y fragmentado, las dificultades del diálogo entre generaciones, la separación entre inteligencia y afectividad” (Educare alla vita buona del Vangelo, 9). Estos elementos son el signo de una crisis de confianza en la vida, e influyen de forma relevante en el proceso educativo, en el cual las referencias seguras se hacen fugaces.
El hombre contemporáneo ha invertido muchas energías en el desarrollo de la ciencia y de la técnica, consiguiendo en estos campos objetivos indudablemente significativos y apreciables. Este progreso, con todo, ha tenido lugar a menudo a costa de los fundamentos del cristianismo, en los cuales se arraiga la historia fecunda del Continente europeo: la esfera moral ha sido confinada al ámbito subjetivo y Dios, cuando no es negado, es con todo excluido de la conciencia pública. Y sin embargo, la persona crece en la medida en que hace experiencia del bien y aprende a distinguirlo del mal, más allá del cálculo que considera únicamente las consecuencias de una acción individual o que usa como criterio de valoración la posibilidad de realizarla.
Para cambiar la dirección no es suficiente con un llamamiento genérico a los valores, ni una propuesta educativa que se contente con intervenciones puramente funcionales y fragmentarias. Es necesaria, en cambio, una relación personal de fidelidad entre sujetos activos, protagonistas de la relación, capaces de tomar partido y de poner en juego su propia libertad (cfr ibid., 26).
Por esta razón es de lo más oportuna vuestra decisión de llamar a la movilización sobre la responsabilidad educativa a todos aquellos que da importancia a la ciudad de los hombres y al bien de las nuevas generaciones. Esta alianza indispensable no puede sino partir de una nueva proximidad a la familia, que reconozca y apoye su primacía educativa: es dentro de ella donde se plasma el rostro de un pueblo.
Como Iglesia que vive en Italia, atenta a interpretar lo que sucede en profundidad en el mundo de hoy y, por tanto, a captar las preguntas y los deseos del hombre, renováis el compromiso a trabajar con disponibilidad a la escucha y al diálogo, poniendo a disposición de todos la buena noticia del amor paterno de Dios. Os anima la certeza de que “Jesucristo es el camino, que conduce a cada uno a la plena realización de sí mismo según el designio de Dios. Es la verdad, que revela al hombre a sí mismo y le guía en el camino de crecimiento en la libertad. Es la vida, porque en él todo hombre encuentra el sentido último de su existencia y de su acción: la plena comunión de amor con Dios por la eternidad" (ibid., n. 19).
4. En este camino, os exhorto a valorar la liturgia como fuente perenne de educación a la vida buena del Evangelio. Esta introduce en el encuentro con Jesucristo, que con palabras y obras constantemente edifica a la Iglesia, formándola en las profundidades de la escucha, de la fraternidad y de la misión. Los ritos hablan por medio de su racionabilidad intrínseca y educan a una participación consciente, activa y fructífera (cfr Sacrosanctum Concilium, n. 11).
Queridos hermanos, alcemos la cabeza y dejémonos mirar en los ojos por Cristo, único Maestro, Redentor del que procede toda responsabilidad nuestra hacia las comunidades que se nos han confiado y de todo hombre. Que María Santísima, con corazón de Madre, vele sobre nuestro camino y nos acompañe con su intercesión.
Al renovar mi cercanía afectuosa y mi aliento fraterno, le imparto de corazón a Usted, Venerado Hermano, a los Obispos, a los colaboradores y a todos los presentes mi Bendición Apostólica.
En el Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI
Fuente: Zenit
Traducción: Inma Álvarez
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