Monseñor Nicola Bux, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ha concedido una interesante entrevista a Fides et Forma, de la cual ya hemos publicado el original italiano. Ahora publicamos la traducción al castellano hecha por La Buhardilla de Jerónimo
Don Bux, ¿cómo explica este éxito de la “reforma” del Papa Benedicto, como usted mismo ha definido autorizadamente? ¿Y por qué este término de “reforma”?
El Santo Padre, explicando en la carta a los obispos por qué ha considerado una “prioridad” el levantamiento de las excomuniones, escribe: “en nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios”. Un canto atribuido a san Paulino de Nola dice: Ubi charitas et amor Deus ibi est. ¿No deberíamos, por lo tanto, dilatar los espacios del amor para que Dios esté presente en el mundo? Éste es el sentido del gesto del Pontífice. Pero él añade que se debe abrir al acceso “no a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado”. Ahora bien, ¿no es éste el sentido verdadero de la Liturgia: hacer encontrar la presencia de Dios al hombre que busca la Verdad, su Misterio presente que precede siempre nuestra existencia en el mundo? El Concilio aprobó en primer lugar la Constitución litúrgica por esta razón: la Iglesia debe hablar de Dios al hombre, hacerlo encontrar. El hombre busca la Belleza, “Veritatis splendor”: la reforma, si no sirviera para esto, sería un inútil maquillaje para exhibirnos mejor a nosotros mismos. Pero la verdadera reforma busca dar a Dios el puesto que le corresponde antes que todo y en el centro de todo. En realidad, reforma significa re-forma (“retorno a la belleza”), sin tradicionalismos inútiles o ideas de restauración.
¿Tradición e innovación son, por lo tanto, expresiones a olvidar?
Todo lo contrario. La mejor definición de la tradición la ha dado San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor y a mi vez les he transmitido” (1 Cor 11, 23). El Apóstol se refiere a la fractio panis, la Eucaristía, que es el centro de la sagrada Liturgia. Por eso, la Liturgia se recibe de la Tradición, que es fuente de la Revelación junto a la Escritura. Ahora bien, traditio viene de tradere, un verbo de movimiento que, como tal, implica cambio y vida, transmisión de cosas antiguas y nuevas, porque el Verbo eterno hace nuevas todas las cosas (Ap. 21). Aquí la Tradición se convierte en innovación que no es una cosa diferente que viene del mundo, de fuera, sino desde dentro, por eso in-novación, por Aquel que es el Viviente. Monseñor Piero Marini ha afirmado recientemente, en una conferencia, que sobre la tradición hay mucha confusión. Le doy la razón, es más, me gustaría que un día pudiéramos dialogar sobre esto precisamente para contribuir a pacificar los espíritus, con verdad y amor. Nosotros, los sacerdotes, que servimos en el Cuerpo místico de Jesucristo, estamos llamados a dar el ejemplo principalmente practicando la reconciliación.
En los últimos meses, la celebración de la Misa en la forma extraordinaria parece haberse extendido y no está más reservada a pocos apasionados sino que es promovida por personalidades de alto perfil. Solamente en las últimas semanas, hemos tenido los espléndidos ejemplos del Cardenal Cañizares Llovera y del Cardenal Zen que han querido remarcar la fuerza litúrgica del rito antiguo. Por lo tanto, ¿verdaderamente, como decía el entonces Cardenal Ratzinger, “en la relación con la Liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia”?
La razón de ser del episcopado está en ser uno con la Cabeza del colegio, el Santo Padre. Un obispo que desobedece – como un sacerdote que lo hiciera con el obispo – es como un miembro desarticulado del cuerpo y causa escándalo a los fieles. Por eso, el Prefecto de Culto Divino – al cual va mi pensamiento y mi constante oración en estas horas en las que está internado en el Policlínico Gemelli – y otros eclesiásticos no hacen más que cumplir con su deber dando el ejemplo. Para edificar el Reino y la Iglesia, ¿es más importante la obediencia humilde o mi opinión, aún si ésta fuese teológicamente preparada? El hecho de que el Santo Padre no haya impuesto sino propuesto el restablecimiento de la Misa gregoriana – así me gusta llamarla con Martin Mosebach porque se remonta a Gregorio Magno – está teniendo y tendrá un efecto arrastrante aún más grande. ¿Por qué los obispos tienen miedo de volver atrás? ¿No quería la reforma litúrgica restaurar también lo antiguo? ¿Qué cosa más venerable que la Misa de san Gregorio? ¿No deberíamos imitar al escriba evangélico que saca del tesoro cosas antiguas y cosas nuevas? Hemos incentivado museos diocesanos donde admirar las bellezas que antes estaban en las iglesias y los conciertos para escuchar la música sagrada que antes se ejecutaba en los ritos. A los museos y a los conciertos sólo van los apasionados, mientras que a la Liturgia van todos. ¿Tiene sentido privar al pueblo de lo que le pertenece, favoreciendo casi una Iglesia de élite? Más bien, obispos y clero miremos el gran movimiento de jóvenes que se ha creado en torno a la Misa gregoriana; en continuo crecimiento – basta ver en internet – están los jóvenes y no nostálgicos. Pretender no verlo es algo grave para quien debe episcopein, observar alrededor, monitorear. ¿Lo rechazaremos sólo porque no ha nacido de mí o no corresponde a mi sensibilidad? Quien me conoce, sabe que como joven laico y luego como clérigo, he estado, en la diócesis, entre los promotores de la reforma litúrgica: ésta continúa actualmente uniendo lo antiguo y lo nuevo, conectándose mejor al dogma: es conocida la relación de dependencia entre liturgia y regla de fe. No por casualidad un aspecto casi siempre descuidado en la polémica es el referido a las Misas privadas. El Motu Proprio, de hecho, contempla el uso del misal del Beato Juan XXIII también para las Misas “sin pueblo”, es decir, aquellas en las que los sacerdotes celebran privadamente. Esto demuestra que el uso del misal antiguo no está sólo relacionado con un discutible amor por los formalismos y el aspecto exterior de la celebración sino que restablece la comunión de cada sacerdote con todos los cristianos en espacio y tiempo, poniéndolo en comunicación con el pasado, con los santos y con los mártires. De aquí, por ejemplo, la decisión del cardenal Zen de celebrar la última Misa como Arzobispo de Hong Kong, según la forma extraordinaria. Es una exigencia profundamente espiritual. Por otra parte, la universalidad de la lengua latina debería servir de estímulo en un mundo globalizado a fin de que la Iglesia, al menos en el rito, se exprese con una sola lengua.
Todavía son muchos, sin embargo, quienes leen en esta promoción del rito antiguo una suerte de traición al espíritu del Concilio. ¿Cree que el diálogo es un camino transitable para sanar las fracturas y las desconfianzas recíprocas?
Dado que el espíritu del Concilio no puede ser diverso del Espíritu Santo – si lo fuera, sería espíritu de error y no de verdad, como escribe la primera carta de Juan – no se puede pensar en ninguna fractura y discontinuidad entre la Misa celebrada en aquella asamblea y en la que luego fue reformada por Pablo VI. Por lo tanto, ninguna traición sino todo tradición. Aunque, si lo estudiamos, no todo lo que Pablo VI había prescrito fue aplicado y, por tanto, espera serlo para llevar a cumplimiento la reforma litúrgica. Por ejemplo, él había establecido que los misales nacionales llevaran siempre el texto latino para impedir las traducciones libres que han producido y aún producen no poco desconcierto.
A quien se preocupa y ve en esta reforma un intento de erosión del Concilio, sería necesario recordarle el monumental discurso del Papa a la Curia Romana de diciembre de 2005 que ha superado firmemente esta contraposición introduciendo la hermenéutica de la continuidad. De todos modos, siempre es bueno recordar que en la Iglesia hay libertad de crítica si se hace con verdad y amor con tal que no se quiera censurar o demonizar a quien no piensa como yo. Por este motivo, el Papa ha mostrado un vez más su clarividencia para demostrar que “nadie está de más en la Iglesia”. Yo deseo siempre una discusión serena y un profundo y respetuoso debate. “Pax et concordia sit convivio nostro”, dice san Agustín.
Usted ha afirmado: “El uso de la lengua hablada no es necesariamente sinónimo de comprensión. Además de la inteligencia y el corazón, para entrar en ella se necesita también imaginación, memoria y los cinco sentidos todos”. ¿Cree que el redescubrimiento del rito antiguo puede ayudar a vivir con mayor participación también la Misa celebrada en la forma ordinaria?
Para entendernos, la sagrada Liturgia es el atractivo de la Belleza que, a su vez, es el camino razonable de la Verdad. La Belleza es el esplendor de la Verdad. Como ya he dicho en otro sitio, probemos con un silogismo: así como la sagrada y divina Liturgia – que incluye al arte y la música sagrada - es Belleza, así también, sin Verdad no hay Liturgia, culto a Dios. Es precisamente Jesús quien lo recuerda en el Evangelio de san Juan: “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Pero para encontrar la Verdad, es necesario conocer a las creaturas. Esto solo cambia mi vida y la suya. Lo he constatado nuevamente en tanta gente que ha participado conmigo en las celebraciones pascuales. El rito, sea el antiguo o el nuevo, debe mirar en la única dirección posible, debe estar dirigido al Señor, interior y exteriormente. Si actualmente los sacerdotes concelebrantes se orientan en dirección al ambón para escuchar el Evangelio, ¿por qué no podrían hacerlo hacia el altar y la cruz para ofrecer la Eucaristía? Hacer esto ayuda a convertirnos. Siguiendo la sagrada Liturgia, en un cierto punto los ritos y los símbolos desaparecerán, revelando el significado; el Misterio penetrará entonces en todas las direcciones: será el cielo sobre la tierra, la representación del Paraíso.
Fuente: Fides et Forma
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
Don Bux, ¿cómo explica este éxito de la “reforma” del Papa Benedicto, como usted mismo ha definido autorizadamente? ¿Y por qué este término de “reforma”?
El Santo Padre, explicando en la carta a los obispos por qué ha considerado una “prioridad” el levantamiento de las excomuniones, escribe: “en nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios”. Un canto atribuido a san Paulino de Nola dice: Ubi charitas et amor Deus ibi est. ¿No deberíamos, por lo tanto, dilatar los espacios del amor para que Dios esté presente en el mundo? Éste es el sentido del gesto del Pontífice. Pero él añade que se debe abrir al acceso “no a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado”. Ahora bien, ¿no es éste el sentido verdadero de la Liturgia: hacer encontrar la presencia de Dios al hombre que busca la Verdad, su Misterio presente que precede siempre nuestra existencia en el mundo? El Concilio aprobó en primer lugar la Constitución litúrgica por esta razón: la Iglesia debe hablar de Dios al hombre, hacerlo encontrar. El hombre busca la Belleza, “Veritatis splendor”: la reforma, si no sirviera para esto, sería un inútil maquillaje para exhibirnos mejor a nosotros mismos. Pero la verdadera reforma busca dar a Dios el puesto que le corresponde antes que todo y en el centro de todo. En realidad, reforma significa re-forma (“retorno a la belleza”), sin tradicionalismos inútiles o ideas de restauración.
¿Tradición e innovación son, por lo tanto, expresiones a olvidar?
Todo lo contrario. La mejor definición de la tradición la ha dado San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor y a mi vez les he transmitido” (1 Cor 11, 23). El Apóstol se refiere a la fractio panis, la Eucaristía, que es el centro de la sagrada Liturgia. Por eso, la Liturgia se recibe de la Tradición, que es fuente de la Revelación junto a la Escritura. Ahora bien, traditio viene de tradere, un verbo de movimiento que, como tal, implica cambio y vida, transmisión de cosas antiguas y nuevas, porque el Verbo eterno hace nuevas todas las cosas (Ap. 21). Aquí la Tradición se convierte en innovación que no es una cosa diferente que viene del mundo, de fuera, sino desde dentro, por eso in-novación, por Aquel que es el Viviente. Monseñor Piero Marini ha afirmado recientemente, en una conferencia, que sobre la tradición hay mucha confusión. Le doy la razón, es más, me gustaría que un día pudiéramos dialogar sobre esto precisamente para contribuir a pacificar los espíritus, con verdad y amor. Nosotros, los sacerdotes, que servimos en el Cuerpo místico de Jesucristo, estamos llamados a dar el ejemplo principalmente practicando la reconciliación.
En los últimos meses, la celebración de la Misa en la forma extraordinaria parece haberse extendido y no está más reservada a pocos apasionados sino que es promovida por personalidades de alto perfil. Solamente en las últimas semanas, hemos tenido los espléndidos ejemplos del Cardenal Cañizares Llovera y del Cardenal Zen que han querido remarcar la fuerza litúrgica del rito antiguo. Por lo tanto, ¿verdaderamente, como decía el entonces Cardenal Ratzinger, “en la relación con la Liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia”?
La razón de ser del episcopado está en ser uno con la Cabeza del colegio, el Santo Padre. Un obispo que desobedece – como un sacerdote que lo hiciera con el obispo – es como un miembro desarticulado del cuerpo y causa escándalo a los fieles. Por eso, el Prefecto de Culto Divino – al cual va mi pensamiento y mi constante oración en estas horas en las que está internado en el Policlínico Gemelli – y otros eclesiásticos no hacen más que cumplir con su deber dando el ejemplo. Para edificar el Reino y la Iglesia, ¿es más importante la obediencia humilde o mi opinión, aún si ésta fuese teológicamente preparada? El hecho de que el Santo Padre no haya impuesto sino propuesto el restablecimiento de la Misa gregoriana – así me gusta llamarla con Martin Mosebach porque se remonta a Gregorio Magno – está teniendo y tendrá un efecto arrastrante aún más grande. ¿Por qué los obispos tienen miedo de volver atrás? ¿No quería la reforma litúrgica restaurar también lo antiguo? ¿Qué cosa más venerable que la Misa de san Gregorio? ¿No deberíamos imitar al escriba evangélico que saca del tesoro cosas antiguas y cosas nuevas? Hemos incentivado museos diocesanos donde admirar las bellezas que antes estaban en las iglesias y los conciertos para escuchar la música sagrada que antes se ejecutaba en los ritos. A los museos y a los conciertos sólo van los apasionados, mientras que a la Liturgia van todos. ¿Tiene sentido privar al pueblo de lo que le pertenece, favoreciendo casi una Iglesia de élite? Más bien, obispos y clero miremos el gran movimiento de jóvenes que se ha creado en torno a la Misa gregoriana; en continuo crecimiento – basta ver en internet – están los jóvenes y no nostálgicos. Pretender no verlo es algo grave para quien debe episcopein, observar alrededor, monitorear. ¿Lo rechazaremos sólo porque no ha nacido de mí o no corresponde a mi sensibilidad? Quien me conoce, sabe que como joven laico y luego como clérigo, he estado, en la diócesis, entre los promotores de la reforma litúrgica: ésta continúa actualmente uniendo lo antiguo y lo nuevo, conectándose mejor al dogma: es conocida la relación de dependencia entre liturgia y regla de fe. No por casualidad un aspecto casi siempre descuidado en la polémica es el referido a las Misas privadas. El Motu Proprio, de hecho, contempla el uso del misal del Beato Juan XXIII también para las Misas “sin pueblo”, es decir, aquellas en las que los sacerdotes celebran privadamente. Esto demuestra que el uso del misal antiguo no está sólo relacionado con un discutible amor por los formalismos y el aspecto exterior de la celebración sino que restablece la comunión de cada sacerdote con todos los cristianos en espacio y tiempo, poniéndolo en comunicación con el pasado, con los santos y con los mártires. De aquí, por ejemplo, la decisión del cardenal Zen de celebrar la última Misa como Arzobispo de Hong Kong, según la forma extraordinaria. Es una exigencia profundamente espiritual. Por otra parte, la universalidad de la lengua latina debería servir de estímulo en un mundo globalizado a fin de que la Iglesia, al menos en el rito, se exprese con una sola lengua.
Todavía son muchos, sin embargo, quienes leen en esta promoción del rito antiguo una suerte de traición al espíritu del Concilio. ¿Cree que el diálogo es un camino transitable para sanar las fracturas y las desconfianzas recíprocas?
Dado que el espíritu del Concilio no puede ser diverso del Espíritu Santo – si lo fuera, sería espíritu de error y no de verdad, como escribe la primera carta de Juan – no se puede pensar en ninguna fractura y discontinuidad entre la Misa celebrada en aquella asamblea y en la que luego fue reformada por Pablo VI. Por lo tanto, ninguna traición sino todo tradición. Aunque, si lo estudiamos, no todo lo que Pablo VI había prescrito fue aplicado y, por tanto, espera serlo para llevar a cumplimiento la reforma litúrgica. Por ejemplo, él había establecido que los misales nacionales llevaran siempre el texto latino para impedir las traducciones libres que han producido y aún producen no poco desconcierto.
A quien se preocupa y ve en esta reforma un intento de erosión del Concilio, sería necesario recordarle el monumental discurso del Papa a la Curia Romana de diciembre de 2005 que ha superado firmemente esta contraposición introduciendo la hermenéutica de la continuidad. De todos modos, siempre es bueno recordar que en la Iglesia hay libertad de crítica si se hace con verdad y amor con tal que no se quiera censurar o demonizar a quien no piensa como yo. Por este motivo, el Papa ha mostrado un vez más su clarividencia para demostrar que “nadie está de más en la Iglesia”. Yo deseo siempre una discusión serena y un profundo y respetuoso debate. “Pax et concordia sit convivio nostro”, dice san Agustín.
Usted ha afirmado: “El uso de la lengua hablada no es necesariamente sinónimo de comprensión. Además de la inteligencia y el corazón, para entrar en ella se necesita también imaginación, memoria y los cinco sentidos todos”. ¿Cree que el redescubrimiento del rito antiguo puede ayudar a vivir con mayor participación también la Misa celebrada en la forma ordinaria?
Para entendernos, la sagrada Liturgia es el atractivo de la Belleza que, a su vez, es el camino razonable de la Verdad. La Belleza es el esplendor de la Verdad. Como ya he dicho en otro sitio, probemos con un silogismo: así como la sagrada y divina Liturgia – que incluye al arte y la música sagrada - es Belleza, así también, sin Verdad no hay Liturgia, culto a Dios. Es precisamente Jesús quien lo recuerda en el Evangelio de san Juan: “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Pero para encontrar la Verdad, es necesario conocer a las creaturas. Esto solo cambia mi vida y la suya. Lo he constatado nuevamente en tanta gente que ha participado conmigo en las celebraciones pascuales. El rito, sea el antiguo o el nuevo, debe mirar en la única dirección posible, debe estar dirigido al Señor, interior y exteriormente. Si actualmente los sacerdotes concelebrantes se orientan en dirección al ambón para escuchar el Evangelio, ¿por qué no podrían hacerlo hacia el altar y la cruz para ofrecer la Eucaristía? Hacer esto ayuda a convertirnos. Siguiendo la sagrada Liturgia, en un cierto punto los ritos y los símbolos desaparecerán, revelando el significado; el Misterio penetrará entonces en todas las direcciones: será el cielo sobre la tierra, la representación del Paraíso.
Fuente: Fides et Forma
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo