Dom Alcuin Reid OSB ha escrito un interesante artículo sobre el libro "Dominus est" de Monseñor Athanasius Schneider para el The Catholic Herald de Inglaterra. Ofrecemos la traducción de "La Buhardilla".
Era 1969. Pablo VI era el Papa. La Congregación para el Culto Divino publicaba una Instrucción, “Memoriale Domini”, sobre el modo de recibir la Santa Comunión. Es una lectura muy interesante.
Después de referirse a la evolución de la recepción de la Comunión en la lengua como fruto de “una profundización en la comprensión de la verdad del Misterio Eucarístico, de su poder y de la Presencia de Cristo en el mismo”, la Instrucción declara que “este modo de distribuir la Santa Comunión debe ser conservado… no sólo porque tiene detrás siglos de tradición, sino especialmente porque expresa la reverencia de los fieles a la Eucaristía”.
“La costumbre no quita nada de la dignidad personal de aquellos que se acercan a este gran Sacramento: es parte de aquella preparación que se necesita para la recepción más fructuosa del Cuerpo del Señor”, decía la Instrucción.
También advertía: “Un cambio en un asunto de tanta trascendencia, que tiene sus bases en una tradición antiquísima y venerable, no afecta solamente a la disciplina. Conlleva ciertos peligros que pueden surgir del nuevo modo de administrar la Santa Comunión: el peligro de una pérdida de reverencia por el augusto Sacramento del Altar, el peligro de la profanación, el peligro de adulterar la doctrina verdadera”.
Y publicaba un sondeo de los obispos del mundo, que llevaba a concluir: “La gran mayoría de los obispos cree que la actual disciplina no debe ser cambiada, y que si lo fuera, el cambio sería ofensivo a los sentimientos y a la cultura espiritual de los mismos obispos y de muchos de los fieles”.
Por esta razón, agregaba: “El Santo Padre ha decidido no cambiar el modo existente de administrar la Santa Comunión a los fieles”. Pero entonces, y dado que la Comunión en la mano es prácticamente universal, y que las jóvenes generaciones prácticamente no conocen otra cosa, ¿qué es lo que sucedió?
Hubo una “laguna”. La Instrucción contenía la provisión para que las conferencias episcopales tomaran la decisión de permitir la Comunión en la mano en los lugares donde “prevaleciera el uso contrario”. En la década siguiente, esta “laguna” fue explotada.
Hoy, las advertencias de la Instrucción acerca de la pérdida de reverencia, de fe, e incluso la existencia de profanaciones del Santísimo Sacramento han sido – tristemente – confirmadas. Es tiempo de revisar la cuestión de la Comunión en la mano. Y esto es precisamente lo que un joven obispo de Asia Central ha hecho en “Dominus Est”.
El Obispo Athanasius Schneider, un especialista en los Padres de la Iglesia nombrado por el Papa Benedicto en el 2006, ha levantado su voz y ha realizado un llamado profético a la Iglesia occidental, para recordar la importancia, si no la necesidad, de retornar a la disciplina de la recepción de la Santa Comunión de rodillas y en la lengua.
Por supuesto, no hay dudas que – como atestigua la misma Memoriale Domini – es “verdad que el antiguo uso permitió en un momento a los fieles tomar el Divino Alimento con las manos y ponerlo ellos mismos en la boca”.
De este hecho se hizo gran ostentación en toda la década del ’70, al mismo tiempo que se hablaba de recibir la Santa Comunión como personas adultas, y no como niños. Se nos animaba a regresar a la pureza original de la práctica de la primera Iglesia; emergíamos de siglos de adiciones supuestamente corruptas en la forma en que practicábamos nuestro culto.
Sin embargo, en nuestro entusiasmo ignorábamos los datos que, como atestigua el Obispo Schneider, enseñan que el “desarrollo orgánico” de la práctica de recibir la Comunión en la lengua no es otra cosa que “el fruto de la espiritualidad y la devoción eucarística proveniente del tiempo de los Padres de la Iglesia”, y que la eliminación de la postura de rodillas para recibir la Santa Comunión fue un rasgo de la revuelta teológica protestante, tanto de Calvino como de Zwinglio.
De hecho, un experto de la altura de Klaus Gamber señala que la recepción de la Comunión en la mano “fue abandonada… del siglo quinto o sexto en adelante”.
La Iglesia, con el tiempo, acumula sabiduría. Su Sagrada Liturgia, desarrollada en la tradición, es un lugar privilegiado de esta misma sabiduría. Todos los liturgistas, salvo los más partidistas, reconocen hoy que muchas de las apresuradas decisiones tomadas con respecto a la reforma y práctica litúrgicas en los ’60 y ’70, estaban inficionadas de un “anticuarianismo” que fue ingenuo y hasta desequilibrado. Es tiempo de reconsiderar algunas – si no muchas – de aquellas decisiones, y de dar pasos decisivos para corregirlas donde sea necesario. La Comunión en la mano es uno de esos casos.
Para que no pensemos que este joven obispo – cuyo relato, en el primer capítulo del libro, sobre su formación en la piedad eucarística bajo la persecución comunista es un verdadero tesoro espiritual – eleva su voz en soledad, aclaremos que el libro lleva la aprobación de los superiores de la Congregación para el Culto Divino. El Cardenal Arinze, quien se retiró en este mes, afirma: “He leído con placer el libro completo. Es excelente”.
Y el Arzobispo Malcolm Ranjith, un verdadero profeta de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, escribe en el prefacio: “Creo que es tiempo de evaluar cuidadosamente la práctica de la Comunión en la mano, y, si se ve necesario, abandonar lo que nunca fue pedido ni por la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, ni por los Padres Conciliares, sino que fue… ‘aceptado’ después de su introducción, como un abuso, en algunos países”.
Este pequeño libro, un breve pero intuitivo estudio de los Padres, la Iglesia primitiva, el Magisterio y los ritos litúrgicos de oriente y occidente, es capaz de crear una tormenta – no “dentro de una taza de té”, sino dentro de las mentes de aquellos excesivamente apegados a los fallidos cambios hechos a la liturgia en lo que sólo puede ser descripto como un período peculiar de la historia de la Iglesia.
Que llegue a provocar una tormenta es desafortunado, dado que la práctica por la que aboga es una práctica de amor y humildad, de la que no debiera rehuir ninguno de los que verdaderamente adoran a Cristo presente en el Santísimo Sacramento.
Pero quizá hoy sea necesario algo de controversia. Es probable que las generaciones futuras, sin embargo, se pregunten por qué tardamos tanto en darnos cuenta que es, realmente, el Señor, y por qué tardamos tanto en volver a comportarnos como corresponde.
Estamos en el 2008. El Papa es Benedicto XVI. El mismo Santo Padre ya reformó el modo de la recepción de la Santa Comunión en las Misas que él celebra. Sigamos su ejemplo. Está de acuerdo con la enseñanza del Papa Pablo VI.
Texto original: The Catholic Herald
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
Era 1969. Pablo VI era el Papa. La Congregación para el Culto Divino publicaba una Instrucción, “Memoriale Domini”, sobre el modo de recibir la Santa Comunión. Es una lectura muy interesante.
Después de referirse a la evolución de la recepción de la Comunión en la lengua como fruto de “una profundización en la comprensión de la verdad del Misterio Eucarístico, de su poder y de la Presencia de Cristo en el mismo”, la Instrucción declara que “este modo de distribuir la Santa Comunión debe ser conservado… no sólo porque tiene detrás siglos de tradición, sino especialmente porque expresa la reverencia de los fieles a la Eucaristía”.
“La costumbre no quita nada de la dignidad personal de aquellos que se acercan a este gran Sacramento: es parte de aquella preparación que se necesita para la recepción más fructuosa del Cuerpo del Señor”, decía la Instrucción.
También advertía: “Un cambio en un asunto de tanta trascendencia, que tiene sus bases en una tradición antiquísima y venerable, no afecta solamente a la disciplina. Conlleva ciertos peligros que pueden surgir del nuevo modo de administrar la Santa Comunión: el peligro de una pérdida de reverencia por el augusto Sacramento del Altar, el peligro de la profanación, el peligro de adulterar la doctrina verdadera”.
Y publicaba un sondeo de los obispos del mundo, que llevaba a concluir: “La gran mayoría de los obispos cree que la actual disciplina no debe ser cambiada, y que si lo fuera, el cambio sería ofensivo a los sentimientos y a la cultura espiritual de los mismos obispos y de muchos de los fieles”.
Por esta razón, agregaba: “El Santo Padre ha decidido no cambiar el modo existente de administrar la Santa Comunión a los fieles”. Pero entonces, y dado que la Comunión en la mano es prácticamente universal, y que las jóvenes generaciones prácticamente no conocen otra cosa, ¿qué es lo que sucedió?
Hubo una “laguna”. La Instrucción contenía la provisión para que las conferencias episcopales tomaran la decisión de permitir la Comunión en la mano en los lugares donde “prevaleciera el uso contrario”. En la década siguiente, esta “laguna” fue explotada.
Hoy, las advertencias de la Instrucción acerca de la pérdida de reverencia, de fe, e incluso la existencia de profanaciones del Santísimo Sacramento han sido – tristemente – confirmadas. Es tiempo de revisar la cuestión de la Comunión en la mano. Y esto es precisamente lo que un joven obispo de Asia Central ha hecho en “Dominus Est”.
El Obispo Athanasius Schneider, un especialista en los Padres de la Iglesia nombrado por el Papa Benedicto en el 2006, ha levantado su voz y ha realizado un llamado profético a la Iglesia occidental, para recordar la importancia, si no la necesidad, de retornar a la disciplina de la recepción de la Santa Comunión de rodillas y en la lengua.
Por supuesto, no hay dudas que – como atestigua la misma Memoriale Domini – es “verdad que el antiguo uso permitió en un momento a los fieles tomar el Divino Alimento con las manos y ponerlo ellos mismos en la boca”.
De este hecho se hizo gran ostentación en toda la década del ’70, al mismo tiempo que se hablaba de recibir la Santa Comunión como personas adultas, y no como niños. Se nos animaba a regresar a la pureza original de la práctica de la primera Iglesia; emergíamos de siglos de adiciones supuestamente corruptas en la forma en que practicábamos nuestro culto.
Sin embargo, en nuestro entusiasmo ignorábamos los datos que, como atestigua el Obispo Schneider, enseñan que el “desarrollo orgánico” de la práctica de recibir la Comunión en la lengua no es otra cosa que “el fruto de la espiritualidad y la devoción eucarística proveniente del tiempo de los Padres de la Iglesia”, y que la eliminación de la postura de rodillas para recibir la Santa Comunión fue un rasgo de la revuelta teológica protestante, tanto de Calvino como de Zwinglio.
De hecho, un experto de la altura de Klaus Gamber señala que la recepción de la Comunión en la mano “fue abandonada… del siglo quinto o sexto en adelante”.
La Iglesia, con el tiempo, acumula sabiduría. Su Sagrada Liturgia, desarrollada en la tradición, es un lugar privilegiado de esta misma sabiduría. Todos los liturgistas, salvo los más partidistas, reconocen hoy que muchas de las apresuradas decisiones tomadas con respecto a la reforma y práctica litúrgicas en los ’60 y ’70, estaban inficionadas de un “anticuarianismo” que fue ingenuo y hasta desequilibrado. Es tiempo de reconsiderar algunas – si no muchas – de aquellas decisiones, y de dar pasos decisivos para corregirlas donde sea necesario. La Comunión en la mano es uno de esos casos.
Para que no pensemos que este joven obispo – cuyo relato, en el primer capítulo del libro, sobre su formación en la piedad eucarística bajo la persecución comunista es un verdadero tesoro espiritual – eleva su voz en soledad, aclaremos que el libro lleva la aprobación de los superiores de la Congregación para el Culto Divino. El Cardenal Arinze, quien se retiró en este mes, afirma: “He leído con placer el libro completo. Es excelente”.
Y el Arzobispo Malcolm Ranjith, un verdadero profeta de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, escribe en el prefacio: “Creo que es tiempo de evaluar cuidadosamente la práctica de la Comunión en la mano, y, si se ve necesario, abandonar lo que nunca fue pedido ni por la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, ni por los Padres Conciliares, sino que fue… ‘aceptado’ después de su introducción, como un abuso, en algunos países”.
Este pequeño libro, un breve pero intuitivo estudio de los Padres, la Iglesia primitiva, el Magisterio y los ritos litúrgicos de oriente y occidente, es capaz de crear una tormenta – no “dentro de una taza de té”, sino dentro de las mentes de aquellos excesivamente apegados a los fallidos cambios hechos a la liturgia en lo que sólo puede ser descripto como un período peculiar de la historia de la Iglesia.
Que llegue a provocar una tormenta es desafortunado, dado que la práctica por la que aboga es una práctica de amor y humildad, de la que no debiera rehuir ninguno de los que verdaderamente adoran a Cristo presente en el Santísimo Sacramento.
Pero quizá hoy sea necesario algo de controversia. Es probable que las generaciones futuras, sin embargo, se pregunten por qué tardamos tanto en darnos cuenta que es, realmente, el Señor, y por qué tardamos tanto en volver a comportarnos como corresponde.
Estamos en el 2008. El Papa es Benedicto XVI. El mismo Santo Padre ya reformó el modo de la recepción de la Santa Comunión en las Misas que él celebra. Sigamos su ejemplo. Está de acuerdo con la enseñanza del Papa Pablo VI.
Texto original: The Catholic Herald
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo