domingo, 15 de março de 2009

El servicio del Primado a la unidad de la Iglesia


LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA
por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Hace setenta años el cardenal Eugenio Pacelli, romano, era elegido Papa con el nombre de Pío XII. Entonces nadie podía concebir que el colegio cardenalicio y el colegio episcopal no deberían sino tener “todos un mismo hablar – según las palabras del Apostol –, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio” (1 Cor 1,10). También Juan XXIII, en su discurso de apertura del Concilio podía hablar de una “renovada, serena y tranquila adhesión a todas las enseñanzas de la Iglesia en su integridad y precisión, como aún brilla en las actas conciliares desde Trento hasta el Vaticano I”. ¿Se podría entonces imaginar que la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, se expresará de manera inorgánica? ¿Se podría concebir una eclesiología de comunión, olvidando lo que el Concilio ha afirmado sobre el Primado (ver Lumen gentium 13, 22 y 23)?

Entonces, es necesario que toda la Iglesia, obispos, sacerdotes y fieles reflexionen sobre las palabras serenamente argumentadas por el Santo Padre Benedicto XVI en el Seminario Mayor y en el Ángelus del 22 de febrero y terminemos con las polémicas que “nacen donde la fe degenera en intelectualismo y la humildad es sustituida con la arrogancia de ser mejores de los otros... está es una caricatura de la Iglesia que debería tener un solo corazón y una sola alma”. Dichas palabras manifiestan el ejercicio del Primado en la paciencia y deberían ser correspondidas con la humilde docilidad de todos los católicos.

El Santo Padre sabe el que Primado tiene una estructura “martiriológica” porque “la Palabra de Dios no está encadenada”(2 Tm 2,9) y esto vale para todo Papa. El Primado petrino está en obra porque la comunión eclesial no puede ser destructiva, es más, el Credo la llama ‘católica’. Conviene ir, al propósito, a cuanto escribió como teólogo en Introducción al Cristianismo: “una idea fundamental es documentable, desde el inicio, como determinante: con esta palabra se alude a la unidad de lugar: solamente la comunidad unida al obispo es ‘iglesia católica’, y no los grupos parciales que por cualquier motivo se han separado. En segundo lugar, se hace un llamado a la unidad de las iglesias locales entre ellas, las que no pueden cerrarse en sí mismas, sino que pueden ser iglesia solo si se mantienen abiertas la una hacia la otra formando una única iglesia […] en el adjetivo ‘católica’ se expresa la estructura episcopal de la iglesia y la necesidad de la unidad de todos los obispos entre ellos […]” (ed. Queriniana-Vaticana, 2005, p 335).

Tras haber observado que esto no constituye el elemento primario, recuerda: “Elementos fundamentales de la iglesia son el perdón, la conversión, la penitencia, la comunión eucarística, y a partir de esta, la pluralidad y la unidad: pluralidad de las iglesias locales que siguen siendo iglesia únicamente mediante su inserción en el organismo de la única iglesia […]La constitución episcopal aparece en el fondo como un medio de esta unidad[…]. Un ulterior estado, siempre en el orden de los medios, será el servicio del obispo de Roma. Una cosa está clara: la Iglesia no debe ser pensada partiendo de su organización, sino que es la organización la que va comprendida partiendo desde la Iglesia. Queda claro que para la Iglesia visible, la unidad visible es algo más allá de la simple ‘organización’.[…]Solo en cuanto ‘católica’, visiblemente una en su multiplicidad, esta corresponde a cuanto exige el Símbolo. En el mundo dividido la Iglesia debe ser signo e instrumento de unidad, debe superar barreras y reunir naciones, razas y clases. Hasta que punto esto no ha sido respetado lo sabemos bien […] no obstante todo … en vez de limitarnos a denigrar el pasado, deberíamos sobre todo mostrarnos listos a acoger la exigencia del presente, tratando de no limitarnos a confesar la catolicidad del Credo sino de realizarla en la vida de nuestro mundo” (Ivi, p 336-337).

Fuente: Fides