En el día de su onomástico, deseamos a nuestro Santo Padre Benedicto XVI que, por la intercesión de San José, el Señor lo proteja, lo guarde de todo mal, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.
Oramos también por su peregrinación apostólica a África y por los frutos espirituales que ya están manifestándose en aquellas regiones y que suscitan, como de costumbre, el odio y la violencia de las fuerzas del mal que no pueden soportar que, aún hoy, multitudes de hombres y mujeres, como en los inicios de la Iglesia (cfr. Hechos 5, 15), busquen ser cubiertos por la sombra de Pedro, "una sombra buena, una sombra de curación porque, en definitiva, proviene precisamente de Cristo mismo" (Homilía de Benedicto XVI en el Domingo de la Divina Misericordia).
Al mismo tiempo, invocamos al Glorioso Patriarca San José rogándole por la Santa Iglesia, en estos tiempos difíciles y turbulentos, en estos tiempos en los que se muestran sorprendentemente actuales las palabras que León XIII escribía hace 120 años: “Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino" (Encíclica “Quamquam pluries”).
En aquel entonces, el Papa León XIII dispuso que toda la Iglesia invocara a San José con una especial oración que ahora, también nosotros, elevamos al Santo Patrono de la Iglesia Católica:
A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y, después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas; y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así, ahora, defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzar en el Cielo la eterna felicidad. Amén.
Oramos también por su peregrinación apostólica a África y por los frutos espirituales que ya están manifestándose en aquellas regiones y que suscitan, como de costumbre, el odio y la violencia de las fuerzas del mal que no pueden soportar que, aún hoy, multitudes de hombres y mujeres, como en los inicios de la Iglesia (cfr. Hechos 5, 15), busquen ser cubiertos por la sombra de Pedro, "una sombra buena, una sombra de curación porque, en definitiva, proviene precisamente de Cristo mismo" (Homilía de Benedicto XVI en el Domingo de la Divina Misericordia).
Al mismo tiempo, invocamos al Glorioso Patriarca San José rogándole por la Santa Iglesia, en estos tiempos difíciles y turbulentos, en estos tiempos en los que se muestran sorprendentemente actuales las palabras que León XIII escribía hace 120 años: “Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino" (Encíclica “Quamquam pluries”).
En aquel entonces, el Papa León XIII dispuso que toda la Iglesia invocara a San José con una especial oración que ahora, también nosotros, elevamos al Santo Patrono de la Iglesia Católica:
A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y, después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas; y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así, ahora, defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzar en el Cielo la eterna felicidad. Amén.
Fuente: La Buhardilla